En diversas partes del mundo, el pasado domingo 19 de junio, se conmemoró el Día del Padre, pero no todos pudieron celebrar esta fecha en unión familiar. Es el caso de quienes han tenido que migrar, dejando atrás a sus progenitores o sus propios hijos
Pensando en ellos, Save the Children, inició la campaña #Hablemosdemigración que busca visibilizar las experiencias de migración especialmente en los niños, niñas y adolescentes, que este día tan especial no les es ajeno. Sobre ese tema hablan tres padres que viven una nueva realidad, distinta a la que estaban acostumbrados.

Hace ocho meses, Jonathan (38), tuvo que decidir entre un futuro incierto para él y su familia o buscar nuevas oportunidades fuera de su país, asumiendo los riesgos que esto implicaba para su esposa Laidybel y sus 4 hijas y un hijo. “Con una familia tan grande, el proceso de migración fue difícil. No es algo que teníamos en mente. En realidad, tratamos hasta el último momento de resistir, pero la necesidad de salir se acrecentaba, principalmente, por motivos económicos”, señala Jonathan.
Como años atrás, dos hermanas de Laidybel se establecieron en Perú y fueron recibidas en un albergue, les aconsejaron que tan pronto llegaran, se dirigieran al Centro de Lima, donde fueron acogidos por la congregación del Ministerio del Amor, la primera Iglesia Bautista de Lima.
Poco a poco lograron salir adelante. Jonathan tenía en Venezuela su propio taller de soldaduras y si bien aún no consigue trabajo en su rubro, ha sido contratado como ayudante de albañil en Ate, por lo que hace unos meses él y su familia pudieron mudarse a un pequeño departamento en Breña.
“Son cuatro horas de viaje diarias, desde Breña hasta Ate. No le temo al trabajo, por el contrario, estoy muy agradecido por tener la oportunidad de darle un sustento a mi familia”, resalta.
Para Jonathan, sin embargo, es preferible luchar al máximo en el lugar de origen. “A los padres que piensan salir de su país les diría que siempre hay alternativas. A los que ya salieron los animo a seguir adelante, esforzándose por sus familias y procurar seguir siempre unidos”.
En su país dejó a su padre, Jesús Antonio, sus cuatro hermanos, su abuelita y a la familia de su esposa. “Este domingo extrañaré doblemente a mi papá. Él y mi abuelita me criaron porque mi mamá falleció cuando yo tenía un año”.

Eleazar (54) está casado con Teresa (52), con quien tiene tres hijas, dos de 10 y una de 8 años. Los cinco llegaron a Lima en febrero del 2019, con mucha ilusión y expectativas.
“Hemos tenido que iniciar de cero. Han pasado tres años y estamos en el proceso de alcanzar nuestro nivel de satisfacción y un equilibrio emocional acorde al cambio de vida que llevamos”, señala.
En su tierra natal, Eleazar era profesor de música en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad Nacional de las Artes. “Soy musicólogo”, define.
Afortunadamente, ha obtenido horas en el Conservatorio Nacional de Música “Josafat Roel Pineda”, pero como los ingresos no son suficientes, se dedica también a la venta de golosinas acompañándose de su preciada mandolina.
“La familia, en lo posible, debe mantenerse unida. Siempre tengo presente que en la unión está la fuerza. Lo he podido comprobar, cuando necesitaba fortaleza. En los momentos más difíciles, he contado siempre con el apoyo familiar”, expresa.
Eleazar espera alcanzar el equilibro laboral que lo llevará a la estabilidad económica, lo cual le permitirá brindar a sus hijas una mejor educación y una mejor calidad de vida. “Nuestra vida ya está hecha, son nuestras hijas quienes tienen un futuro por delante. Anhelo que crezcan como personas responsables, bien educadas”.
Por lo pronto, se prepara a celebrar el Día del Padre en una reunión familiar en la que no faltará el Sancocho, plato tradicional de la cocina venezolana.

El abogado Mauro (48), vive en la capital de la región de Lambayeque, al noroeste de Perú, en Chiclayo. Hasta ahí llegó con su esposa Maibelis, su hijo e hijas, de las cuales las mayores optaron por nuevas experiencias. Ruth de 26 años decidió retornar a Venezuela, en tanto Dévora, de 23 años vive y trabaja en Trujillo.
Phebe (20), que es la tercera vive también en Venezuela, pero estudia virtualmente en la Universidad Señor de Sipán y aspira a seguir los próximos ciclos de manera presencial.
Para Mauro el Perú no era extraño. Tiene tíos con hijas peruanas que viven en el Callao con quienes se comunicaba frecuentemente. Ellos los animaron a viajar y establecerse “en este país tan acogedor”, afirma.
“Empecé haciendo música en una ONG de corte social, en Lambayeque, con el Club de la Esperanza. Fundamos una orquesta de niños del barrio. Yo fui maestro del Ministerio de Educación, especialista en música y participé en la Red de Orquestas Infantiles de Venezuela”.
Por fortuna, no hubo problemas en la escuela. Las niñas se integraron rápidamente y la pareja decidió apoyarlos en su proceso de resiliencia. Como los pequeños extrañan a sus abuelitos y no pueden visitarlos como siempre lo hacían, sus padres buscan que siempre tengan comunicación.
“Nuestro proyecto es reunir a la familia. Hace cinco años que no veo a mi padre y sé que tan pronto lo vea le daré las gracias por las cosas que me enseñó, lo que aprendí con su ejemplo. Eso me ha permitido ser independiente y a tomar decisiones acertadas. Tengo el desafío de hacer lo mismo con mis hijos”.