La bravura es el estandarte del toro de lidia que lo diferencia del buey o el de carretón, sangre única que es herencia legitima de su ancestro, el fiero bous taurus primigenius que antiguamente pobló Europa. La bravura no es uniforme, hay infinitos grados y matices que incluyen a los mansos, porque también los hay dentro del universo del toro de lidia. Un manso encastado es el que se crece, va a más y puede ofrecer juego si tiene al frente a un torero que sepa darle la lidia adecuada para extraer el fondo de bravura.

Manso encastado fue el que abrió plaza del Puerto de San Lorenzo que salía suelto de los capotes y tendía a cobijarse en tablas. Se escupió de una vara al relance y en otra, que apenas fue un picotazo, no recargó contra el caballo para luego buscar la querencia. Todo ello cosas de manso, a la luz del Cossio, el Domecq, el otro Domecq, el Fernández Sanz y el resto del doctrinal taurómaco. Arturo Gilio de México, que tomaba la alternativa, acertó en el planteamiento de la lidia, alejándolo de las tablas para consentirlo hasta meterlo en muleta. El manso se fue arriba, sacó raza para tomar los muletazos con prontitud, clase y codicia. Derechazos de mano baja con el hocico barriendo la arena fueron de mucha emoción, aprovechando que el animal tenía recorrido, se rebozaba y repetía con alegría una y otra vez. El toro tuvo muchísima clase, que es una cualidad intrínseca del encastado. Pero nuevamente buscó tablas, se rajó, y por eso el toricantano concluyó su labor con bernardinas a favor de la querencia de toriles. Se le escapó el premio por marrar con la espada. Incomprensiblemente, el jurado oficial premió como el más bravo de la feria a este ejemplar que no cumplió a cabalidad.
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Con el sexto de San Pedro, el mexicano ratificó que posee recursos, inteligencia y poder; inventó una faena a un huidizo que buscaba la salida. Al fino toreo a la verónica, le siguió un buen puyazo en el sitio que no lo afectó de inmediato. No fue fácil de banderillear porque el animal se aplomaba y esperaba a los peones en el tercio. A la muleta acudía ceñido, sin son, dificultando el acople inicial. Avanzada la faena, Gilio logró domeñar con firmeza las embestidas, se arrimó, aguantó y mandó. Extrajo pases inimaginables a un toro que, usualmente desluce a los toreros vulgares y a los malos aficionados que ni se enteran. Con una gran estocada ganó a ley la oreja.

El San Pedro que hizo de segundo, fue un manso declarado que saltó al callejón y luego recibió fuerte castigo en varas. El Juli lo dejó a su aire y mejoró, ganó fijeza y se dejó banderillear. El español se enfrascó en una labor esmerada, sobando y reteniendo a la res en los medios para evitar la huida, esfuerzo que capitalizó en una serie de calidad por pitón derecho, muy valorada por los aficionados que analizan a detalle la lidia. Falló con el estoque y descabello. Al cuarto de la Ventana del Puerto, El Juli lo fijó a la verónica llevándolo a los medios con gusto e inteligencia. El puyazo fue seguido por el quite por chicuelinas y la media verónica de remate, ovacionados por el público. En banderillas, el toro humilló y persiguió al peonaje sin dolerse, tragando muy bien por el izquierdo. El Juli inició la faena con pases de tanteo conduciéndolo a los medios, principalmente por el lado derecho, bajándole la mano con lentitud, temple y pulcritud. Cambió de mano varias veces para intentarlo por el izquierdo, sin lograr cuajarlo del todo. Las series finales en redondo y la estocada arriba, rápida y efectiva, aunque algo trasera, le permitieron llevarse dos orejas, que para muchos sólo debió ser una.
Roca Rey ganó el escapulario de oro por la faena al tercero del Puerto de San Lorenzo, que fue de esas que están en el limbo, entre una y dos orejas; la orejota que apuntaba el Marqués Valero de Palma en esta página taurina que ya tiene 70 años. Dirigió la lidia cuidando las escasas fuerzas del astado para que no se pare. No lo forzó, lo dejó libre para poder meterlo en muleta aprovechando la prontitud, clase y repetición que tibiamente mostraba en sus acometidas. Manejó los tiempos del toro, con pausas y desplantes para no agotarlo. Concluyó el trasteo con el animal entregado, humillando en los redondos y otros pases finales. Estocada de correcta ejecución, más no en colocación.

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Tras la concesión de las orejas, en un descuido del público, casi a escondidas, el inefable Juez ordenó la vuelta al ruedo de este ejemplar, sin que exista razón alguna. Nuevamente, el palco regodeándose en la improvisación, la ignorancia y el despreció por la plaza y su prestigio. El quinto de San Pedro, protestado por chico, fue complicado por manso, soso y mirón. Sin nada relevante en los primeros tercios, Roca lo llevó con suavidad a los medios, en donde le propinó series por derecho de tres pases y el de pecho. El muleteo efectivo no pudo consolidarse por la sosería del astado. Cuando el animal fue perdiendo facultades, recurrió al toreo de cercanías, aguantando y ajustándose. Lo despachó de una estocada tendida y recibió una oreja.