Al Presidente Francisco Sagasti se le pretende colgar el sambenito de proterruco por el hecho de solicitar un “autógrafo” a Néstor Cerpa Cartolini, el líder del MRTA que tomó por asalto la residencia del embajador del Japón, el 17 de diciembre de 1996. Sagasti fue uno de los casi 500 rehenes iniciales y fue liberado tras 72 horas de cautiverio junto con otras decenas de personas. El exSuperintendente de la Superintendencia Nacional de Administración Tributaria (SUNAT), Sandro Fuentes, también rehén con Sagasti, fue testigo de excepción del hecho.
“Eso de proterruco atribuido a Sagasti es una infamia clásica en este país. Me consta que Sagasti nunca pidió un “autógrafo” como algunos quieren hacer ver”, sostiene.
Fuentes fue superintendente de la SUNAT entre 1992 y 1994 y no se le puede acusar de tener precisamente veleidades izquierdistas.

“Eso del ´autógrafo´ puede verse, si se quiere de muchas maneras, pero yo nunca lo vi a Sagasti, ni en esas aciagas circunstancias, como proclive a los emerretistas . Eso de ninguna manera. Estuve allí cerca en ese momento y había algunos otros rehenes en ese grupo que vieron lo que yo. Algunos de ellos eran y son muy vinculados a la opinión pública –pero como no les he pedido permiso no doy sus nombres– y eso no tuvo nada que ver con pedir un ´autógrafo´ ni cosa por el estilo»..
“Lo que pasa es que Cerpa se autodenominaba “Comandante Huertas” y Sagasti sostenía que era Néstor Cerpa, el violento secretario del sindicato de Cromotex”, recuerda Fuentes.
“Le dijo: ´fírmeme este cartón para que conste que estuve aquí´, y a Cerpa se le ocurrió la dedicatoria. Luego de ser liberado ese viernes [20 de diciembre], el cartón se lo entregó a Enrique Zileri (director de CARETAS), quien lo publicó, confirmando que el líder del asalto era Cerpa. En esa edición de Caretas (Ed. 1446), el ahora Presidente, escribió su experiencia. Lo que hizo Francisco Sagasti fue ahondar en una curiosidad, de ningún modo expresar una admiración. Eso lo niego tajantemente. Puede haber algunas diferencias sobre ideas políticas, pero jamás se le podría atribuir cercanía o siquiera condescendencia con los ultras, menos con terroristas y mucho menos con sus captores. El síndrome de Estocolmo no daba para tanto”. (Marco Zileri)