Hace más de 50 días el gobierno peruano puso en cuarentena al país ante la clara amenaza del COVID-19. Fue, sin duda, una decisión necesaria para emprender una estrategia que nos permitiera superar la emergencia sanitaria y sus fatales consecuencias sociales y económicas. Fue, a la vez, una medida aprovechada adecuadamente por el marketing político y la comunicación de gobierno.
Sin embargo, una acción no hace una estrategia. Una estrategia la hace el conjunto de acciones tácticas planificadas y coordinadas prospectivamente para lograr un mismo objetivo y metas. La cuarentena funcionaría si y solo si fuesen acompañadas de dos acciones adicionales: la adecuada preparación sanitaria, incluyendo una estudiada sub-estrategia de aplicación de pruebas moleculares y serológicas, monitoreo de la enfermedad, así como el acondicionamiento de la infraestructura, equipamiento, guías de atención hospitalaria y protocolo de fallecidos, entre otros.
La otra acción estratégica era la preparación de contención socio-económica para que las acciones de emergencia no paralicen el desarrollo del país y sus familias.
Pasados los 50 días de aislamiento, muchos analistas cercanos al mismo gobierno han empezado a sospechar que el remedio comienza a dar indicios de ser peor que la enfermedad. Sería injusto, por supuesto, responsabilizar de ello únicamente al actual gobierno. La situación de los hospitales a nivel nacional y del sistema de salud en general ha sido una negligencia de varios gobiernos que postergaron, y pusieron en última fila, las mejoras en el sistema de salud del país. Este gobierno tuvo incluso que admitir que la ministra de salud que había nombrado no estaba lo suficientemente calificada para liderar esta situación.
Pero un ministro es solo parte de un gobierno y es el gobierno en su conjunto que no tomó las decisiones ni previsiones anticipadas para mitigar la pandemia, como sí lo hicieron otros países cuando ésta comenzó. Lo triste y real es que nos proyectamos a ser el país con más infectados y muertos de la región, superados solo por Brasil.
Las estrategias de marketing y comunicación política no hacen la gestión pública ni solucionan los problemas del país. Son herramientas indispensables para acompañar de manera eficiente la gestión pública, pero no la reemplaza y, equivocadamente, muchas veces se enfrasca en sostener la popularidad. Esa popularidad que casi siempre termina colisionando con la dura y cruda realidad de la calle.
Esa es la vida paralela a la que hago alusión entre el mundo de la burocracia estatal que vive dictando normas y creyendo que estas se cumplen; y el mundo paralelo de la calle cuya economía familiar no aguanta más el confinamiento y que, peor aún, poco a poco creerá que ha sido engañado por sus autoridades ante las transparentes y dolorosas cifras que, gracias al periodismo, empezamos a conocer.
El próximo lunes se reinician parcialmente las actividades económicas. Estimo, y sería muy feliz de equivocarme, que esto seráun nuevo fracaso, y no por las medidas económicas que con gran esfuerzo se están implementando, sino porque en el Perú se ha perdido el liderazgo real en la sociedad. El Estado no pudo controlar el confinamiento de las personas durante la cuarentena. Menos aun creo que podrá hacerlo ahora. Peor aún, fomentó parte de ese desorden por las inexpertas sugerencias de los asesores que intentaron e intentan ideologizar (con razón o sin razón) en medio de una pandemia.
¿Asumirá el gobierno con humildad y sensatez la dura la realidad que nos toca afrontar? ¿O seguiremos en vidas paralelas? Aquella que se dicta desde los escritorios, supervisando por teléfono y haciendo gestión pública remota. ¿Podrá el gobierno contra la ley de la calle? Esa fuerza que dinamiza el país desde sus pequeños negocios, estoy seguro, no esperará fase alguna. El desborde será masivo y dudo mucho que la golpeada moral de las fuerzas armadas y policiales puedan controlarlo. Sin contar el aun impredecible comportamiento que tendrán los presos que serán liberados a las calles.
Es momento que el Estado deje el discurso para reemplazarlo por acción, transparencia y sobretodo humildad. Buscar la cohesión de una Nación, dejar de lado la polarización, lograr la participación de todos y todas, sin importar quien lidera ese esfuerzo o se sienta al centro de las conferencias. Si estamos en situación de guerra, necesitamos dos cosas: un Gabinete de Guerra, que con varias bajas encabeza Vicente Zeballos, y un “Gabinete” de Renacimiento, que sin fajín, se ponga a trabajar con enfoque realista y prospectivista para el aún lejano momento cuando esta pesadilla se acabe. Un equipo de técnicos y líderes, que sin compromisos ideológicos, en silencio, sin la tentación y gustos por el poder y la popularidad, nos preparen técnicamente para el día después del final de la guerra.
Es hora de enfrentar la verdad dejando de lado el dulce encanto de las encuestas de popularidad. Es hora de que todos reflexionemos y asumamos responsabilidades. El gobierno no puede seguir viviendo una vida paralela al pueblo, sin aceptar la relación casi anárquica que tiene hoy con la calle y su realidad.