El 20 de enero pasado, Joe Biden tomó posesión de la Presidencia de los Estados Unidos. El título de este artículo es tomado de su discurso inaugural y revela la gravedad de la situación a la cual nos referimos en artículos anteriores.
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Como se recuerda, la extrema tensión llegó el 6 de enero cuando el propio presidente alentó a los seguidores que había convocado a Washington DC para que tomaran el Capitolio e interrumpieran la certificación de los votos realizada por mandato constitucional en una sesión del pleno presidido por el vicepresidente Mike Pence. La toma violenta del Congreso por la turba interrumpió el procedimiento pues senadores y representantes vieron su integridad física en peligro y postergó la certificación hasta la madrugada del 7 de enero cuando la turba fue reprimida y el recuento reiniciado. El lunes 25 de enero se inicia el juicio político a Trump en el Senado, sobre la base de la acusación de la Cámara de Representantes “por haber incitado a la insurrección” .
El triunfo en las elecciones del 3 de noviembre le fue concedido a Joe Biden por el Congreso, desconociendo las alegaciones de fraude esgrimidas por Donald Trump que nunca llegó a reconocer el triunfo del candidato demócrata. El martilleo persistente de las alegaciones de fraude de Trump ha convencido a una proporción importante de sus seguidores de que Biden no es un presidente legítimo. Este hecho introduce una grave fisura en la arquitectura institucional de la democracia de EE.UU. y en los procesos que en ella tienen lugar. Debe recordarse que Trump obtuvo alrededor de 74 millones de votos y Biden 80 millones.
Las alegaciones de fraude electoral de Donald Trump, rechazadas en más de sesenta acciones judiciales presentadas por sus seguidores y por el pleno del Congreso, han sido denominadas por los demócratas como “la gran mentira” (the big lie) y nos remite al fenómeno reciente de la posverdad, según el cual las mentiras empleadas sistemáticamente proporcionan victorias electorales en procesos políticos discutidos. Este fenómeno será uno de los más graves que tendrá que confrontar la administración Biden-Harris.
El acto de la toma de posesión de Biden fue precedido por alertas del FBI sobre la posibilidad de que ocurrieran actos de violencia armada contra en Capitolio en Washington DC y en los congresos de los 50 Estados. Ello condujo al reforzamiento de las defensas y transformó la capital estadounidense en una verdadera fortaleza, con más de 25 mil guardias nacionales en sus calles.
El lucido acto de la toma de posesión se llevó a cabo de manera normal. Fue el primer acto que se realizaba en el medio de una pandemia mundial, en la cual EE.UU. lleva la peor parte. La inactividad de Trump para enfrentar este flagelo fue un elemento importante de su derrota y crea un problema monumental para la administración de Biden.

Un elemento de relevancia lo constituyó el hecho que Biden anunciara, desde los inicios de la carrera electoral, que elegiría a una mujer como candidata a la vicepresidencia. La elección recayó en la senadora demócrata por California, Kamala Harris, quien reúne, además de su calidad de género, la característica de no pertenecer a la raza blanca pues su padre es jamaiquino y su madre fue una científica de la India. Por lo tanto, no sólo es la primera mujer en acceder a la vicepresidencia sino de una tonalidad de piel que, para los estándares de Estados Unidos, la convierte en persona “de color”. Su esposo es judío.
Su desempeño previo fue como Fiscal General de California y se caracterizó por la independencia de sus posiciones. En la propia carrera electoral cruzó con crudeza al propio Joe Biden con motivo de las posiciones asumidas por este y que afectaron a niños de color que debían ser trasladados en buses en un esfuerzo por integrar las escuelas. Como vicepresidente, deberá presidir el Senado y tendrá el voto para desempatar pues este órgano ha quedado constituido por 50 republicanos y 50 demócratas.
Biden inició su desempeño en la Presidencia poniendo de manifiesto su rasgo fundamental de carácter: la sensibilidad humana. Después de haber sufrido graves y dolorosas pérdidas familiares, ha sabido integrar la sensibilidad humana y las medidas políticas a las que evalúa en función de aquella. Nace de esta característica la necesidad de enfatizar la unidad en una sociedad profundamente dividida (Trump hizo de la confrontación su principal instrumento); la unidad es tan necesaria como difícil de alcanzar.
También es su sensibilidad la que lo llevar a valorizar positivamente el aporte de los inmigrantes a la sociedad y ha planteado, de entrada, proyectos de leyes que favorecerán la solución de graves problemas en este dominio. También ha decidido regresar al Acuerdo de París sobre Cambio Climático y retomar el Acuerdo con Irán para reducir su avance hacia la obtención de armamento nuclear. Resultaría esencial que Biden introdujera en este ámbito, la necesidad de lograr que Irán reduzca y elimine sus actividades terroristas. En relación con China, Biden deberá ser especialmente cuidadoso en saltar de la confrontación total a la aceptación sin condiciones. El aspecto tecnológico será especialmente delicado.
Respecto a América Latina, Biden tiene antecedentes que ningún otro presidente estadounidense ha tenido. La columna de migrantes que ya avanza desde Honduras hacia EE.UU. exige comenzar desde ya a enfrentar ese desafío. Biden estuvo a cargo de elaborar e implementar un programa que enfatizara el desarrollo económico, social y democrático de América Central para incidir sobre los llamados “factores de expulsión” y reducir las presiones migratorias. Trump deshizo todo esto y debería ser reconstruido. En ausencia de un programa de esta naturaleza, las presiones migratorias y el consiguiente rechazo de la población estadounidense se agudizará, dificultando resolver los problemas internos acumulados en Estados Unidos por problemas migratorios sin resolver (dreamers).
El problema de Cuba y Venezuela (que algunos consideran un solo problema) deja experiencias que deberán ser aprovechadas. Las medidas adoptadas por el expresidente Barack Obama respecto a Cuba fueron unilaterales hasta la ingenuidad. Si se conceden beneficios económicos a Cuba para resolver los graves problemas creados por Trump, debe existir una contrapartida de libertades democráticas imprescindibles que deben adoptar las autoridades cubanas.
Esta estrategia debe ser aplicada al más grave problema que es Venezuela.Trump avanzó en algunos aspectos que deben ser mantenidos; faltó, sin embargo, una presión definitiva sobre Rusia y China que debería ser empleada por la administración de Joe Biden.
La nueva administración tiene el plato lleno: pandemia, cambio climático, crisis económica, necesidad de superar las graves confrontaciones internas y, encima de todo esto, el segundo juicio político a Donald Trump.