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La insurrección de Trump

Luis F. Jiménez | “Estas tragedias nos han recordado que las palabras importan y que el poder de la vida y la muerte reside en la lengua” (de la plegaria del capellán del congreso de Estados Unidos cuando el pleno certificó la elección de Joe Biden a la presidencia y después del asalto de las turbas al edificio).

viernes 08 de enero del 2021
en Mirada Internacional, Mundo
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Mark Zuckerberg bloqueará las cuentas de Facebook, Instagram y Twitter de Donald Trump

Trump no quiere admitir su derrota. (USI)

Al momento de escribirse estas líneas, solo faltan 12 días para que el 20 de enero asuma la presidencia de Estados Unidos Joe Biden y Donald Trump finalice su mandato. No se sabe todavía, sin embargo, como operará esa transferencia del poder que debería haber sido una solemne rutina.

Nada de lo que involucre a Trump, sin embargo, puede ser rutinario; él se encarga de cargarlo de ribetes inesperados. Y esto es especialmente pertinente en esta ocasión. El daño provocado por Trump al tejido social e institucional estadounidense en sus cuatro años en la presidencia es difícil de evaluar. La experiencia política y la calidad humana de su sucesor permiten un cierto optimismo sobre los posibles resultados.

Debe tenerse presente, sin embargo, que Donald Trump es el resultado de una confluencia de los profundos problemas que afectan a la sociedad estadounidense. Las características personales de Trump, sin embargo, lo hicieron el menos indicado para superar esos problemas; más bien los profundizaron.

Leer: Estados Unidos: un país en vías de subdesarrollo

Las fuentes de poder de Trump: racismo, votos y dinero

La incidencia de los problemas demográficos de la sociedad estadounidense se  caracteriza por la declinación de la preminencia de la población blanca y el crecimiento de diversas “minorías” (negros, asiáticos, latinos, árabes, etc). Esta dinámica provocó el empobrecimiento de amplios sectores blancos que, sumados a los efectos de la globalización, fueron utilizados por Trump con argumentos racistas y económicos para constituirlos en una firme base de apoyo. La simple observación de las personas asistentes a sus mítines revela esa preminencia de población blanca.

Este es un elemento clave pues estos sectores proporcionan su caudal de votos; hay que tener en cuenta que en las elecciones de 2020 Trump obtuvo 71 millones de votos, lo cual, sumado al fuerte autoritarismo con que ejerce el poder y a su talento para el manejo de los medios de comunicación, ha convertido al Partido Republicano en el partido de Trump. A ello debe sumarse el empleo del chantaje para imponer sus posiciones o, si es necesario, la concesión de beneficios económicos a sus asociados.

El poder de Trump, por ello, irá más allá del 20 de enero pues importantes dirigentes republicanos dependerán de su apoyo. Debe tenerse presente, además, que sus denuncias por el “fraude” de los demócratas que lo derrotaron en las elecciones fueron acompañadas de la solicitud de fondos para librar la lucha judicial y lograr una ilusa anulación de las elecciones. Este cuento le proporcionó una suma no precisada aún pero que algunos estiman en unos US$230 millones de dólares de los que puede disponer personalmente.

Las políticas de los republicanos, por su parte, han tendido a beneficiar a los sectores sociales privilegiados, favoreciendo la acumulación de riqueza en ellos. Las políticas de Trump llevaron esta característica al extremo y le brindaron otro de sus apoyos. Los sectores republicanos tradicionales, sin embargo, integran a su ideología un sentido institucional arraigado. Para Trump, sin embargo, las instituciones importan en la medida que beneficien sus ambiciones personales. Esta característica provocó roces y conflictos con algunos sectores importantes y ha generado un problema de supervivencia institucional del Partido Republicano.

No es difícil prever, por ello, que la salida del poder de Trump será seguida de conflictos internos y algunos hablan de una escisión del Partido Republicano en dos facciones. Esta tendencia podría verse acentuada por los “descubrimientos” en materia económica de abusos cometidos por Trump durante su presidencia. La más graves de esas conductas fue el ocultamiento de sus deudas fiscales pues nunca reveló la verdadera suma de sus impuestos y cuales están impagos hasta la fecha.

Se menciona también la existencia de abultadas deudas  (una de ella con de Deutche Bank) por varios cientos de millones de dólares. La salud financiera de Donald Trump es para algunos dudosa. El reparto de indultos a sus ex asociados (general Flynn, su ex jefe de campaña, etc. y hasta su consuegro) lleva a algunos a especular sobre la existencia de negocios non santos.

De allí que se piense que su desesperacion por haber perdido la reelección se explica más por la pérdida de la inmunidad que brinda la  presidencia y que ahora pierde al volver al llano. Por ello ha planteado la posibilidad de indultarse a sí mismo de manera preventiva, lo cual contradice la esencia misma del instituto del indulto pero que el régimen judicial de Estados Unidos no tendría claro aún.

Los excesos de Trump

Es indudable que la desesperación de haber perdido su reelección lo ha conducido a cometer graves errores. El mayor de ellos fue la conversación con el Secretario de Estado del Estado de Georgia que Trump perdió en la que lo presionó para que le “consiguiera” los 11.780 votos que le faltaban para vencer a Biden. Tal tipo de presión a un funcionario público es un delito federal muy grave. Las mentiras con que disfrazo la pérdida de las elecciones han brindado un espectáculo lamentable. Solo una de las más de sesenta denuncias presentadas ante los tribunales de los Estados que ganó Biden fue aceptada; el resto fue rechazado y algunas llegaron hasta la Corte Suprema que también las rechazo. Los expertos en seguridad afirmaron que fueron las más seguras elecciones realizadas en la historia de Estados Unidos.

Pero la gota que colmó el vaso fue la convocatoria de sus seguidores a Washington para intentar presionar en el procedimiento de certificación de los resultados electorales por parte del pleno del Congreso (ambas cámaras) con el falso argumento que Mike Pence -su vicepresidente- podía regresar los conteos electorales a los Estados de origen para repetir las elecciones por haber sido fraudulentas. Ni Mike Pence -el más dócil de los vicepresidentes- se avino a adoptar una decisión inconstitucional como esa. Doce senadores y un número importante de representantes estuvieron decididos a objetar las elecciones lo cual hubiese carecido de ningún efecto pues era una minoría. El planteo fue falso y las consecuencias letales.

Los seguidores de Trump, provenientes de todo el país, confluyeron a Washingon y fueron arengados por el para qué concurrieran al Congreso para lograr que senadores y representantes anularan las elecciones y las volvieran a realizar. La turba arengada por Trump asaltó el Congreso y provocaron los destrozos que todo el mundo pudo ver “en vivo y en directo”. Mike Pence y senadores y representantes tuvieron que ser evacuados de urgencia. ¡Nunca en la historia había ocurrido un hecho similar!

Los asaltantes fueron desalojados y el pleno siguió su trabajo hasta que, en la madrugada, certificó el triunfo de Biden. Al día siguiente, y en un acto de cobardía, Trump condenó el asalto que el mismo había promovido mientras los republicanos tomaban conciencia de los extremos a los que los había conducido la locura de Trump.

Los demócratas, que controlan ahora el Senado, han planteado la necesidad de destituir a Trump para evitar que provoque más daños. No parecen contar con el tiempo que permita un juicio político o la aplicación de la enmienda 25. Veremos qué pasa en estos 12 días.

Tags: CapitolioDonald TrumpElecciones EE.UU.
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