Desde setenta años atrás, Argentina se debate en procesos con alta inflación y acelerado crecimiento de la pobreza, que han sido superados en todos los países vecinos pero que siguen atormentando a los argentinos.
Mauricio Macri accedió a la presidencia en 2015 para terminar con esos problemas crónicos a través de la gestión administrativa y la sensatez de muchas de las medidas que proponía. Nunca explicito, sin embargo, un plan económico que vinculara fenómenos que estaban estrechamente relacionados.
La inflación creció, al igual que la pobreza, y el dólar, tradicional refugio de los argentinos frente al deterioro de sus ingresos, se disparó a la estratosfera. Escenario ideal para traer de vuelta al peronismo/kirchnerismo considerados como los responsables de la catástrofe que Macri no supo superar.
Entre muchos otros, dos elementos explican la derrota de Macri el 27 de octubre frente a Alberto Fernández colocado por Cristina Kirchner en la presidencia. El primero fue la debacle económica; el segundo, la unidad del peronismo. Un mal diagnóstico provocó aquella: la sola llegada de un empresario exitoso y moderno, que pretendía integrar a Argentina a los mercados mundiales, provocaría una “lluvia de inversiones” que activaría una economía abrumada por la irracional carga tributaria que asfixiaba la producción y las exportaciones.
Leer: Alberto Fernández es el nuevo presidente de Argentina
El cambio de las condiciones internacionales limitó severamente el crédito y obligó a Macri a recurrir al Fondo Monetario Internacional como prestamista de última instancia.

Una antigua relación de negocios de Macri con Donald Trump facilitó que Estados Unidos apoyara un prestamos de US$ 57 mil millones a Argentina. Corre la anécdota de que Alfonso Prat Gay, primer ministro de Hacienda de Macri, conversó con el responsable del FMI para el hemisferio occidental (otro argentino) cuando la reunión del G20 en Buenos Aires, y le señaló que el programa aprobado para Argentina era tan recesivo “que acabaría trayendo de vuelta a Cristina Kirchner”.
Dicho y hecho. Como dirían los italianos, si non e vero, e bien trovato. Algo similar ocurrió en Ecuador. El otro elemento del triunfo de los Fernández fue lograr la unidad del peronismo y del kirchnerismo.
Sabido es que Cristina era resistida por amplios sectores del peronismo tradicional. Ella inyectaba a sus relaciones una dosis de inquina personal que dificultaba cualquier acuerdo. Y aquí irrumpe otra anécdota, elevada a titular de la gran prensa por el Financial Times que señala que la discreta y cuidadosa preparación del milagro de la unidad fue lograda con ayuda del Altísimo y su representante en la tierra: un Papa peronista que no fue otro que el antiguo enemigo de Cristina, Jorge Bergoglio hoy el papa Francisco.
Muchos señalan, sin embargo, que la dupla Fernández/Fernández necesitará varios milagros más para tener éxito en su gestión. El primero ya fue logrado por Francisco al convencer a Alberto de renegar de sus antiguas y despiadadas críticas a Cristina (que la prensa contraria se ocupó de relevar). Otros más tendrán que venir para moderar el extremismo de las ideas de Cristina y la agrupación de La Cámpora, jóvenes con tendencia a la violencia.
Leer: El martes 13 de Mauricio Macri
Más difíciles serán los milagros para lograr la pulcritud espiritual de los asociados con Cristina –que comenzaron con el sistema de corrupción creado por Néstor– y que hoy purgan cárcel mientras ella enfrenta 12 juicios y siete pedidos de prisión preventiva. Todos por actos de corrupción perfectamente identificados por los jueces, algunos de los cuales ya comienzan a sentir el cambio del viento. Cristina, que será la presidente del Senado en su calidad de vicepresidente, solo aspiraría, según algunos, que sus causas fueran archivadas y le devolvieran la paz familiar, pues sus hijos también están implicados en algunas de ellas. Siempre en el ámbito de la corrupción, numerosos dirigentes sindicales se encuentra detenidos y otros (como el camionero Hugo Moyano y su hijo) deben estar festejando, pues han visto su poder incrementado con el resultado electoral.
El último milagro, por fin, será lograr que el populismo de los Fernández pueda prosperar sin los inmensos recursos que él necesita para satisfacer a las masas. Hoy, Argentina está quebrada y la crisis internacional, al borde de la recesión, incrementa las dificultades con que ella tropieza. Toda solución de la crisis Argentina pasa por los ajustes para paliar el déficit fiscal; el FMI, con quien se deberá negociar, no tolerará la impresión inorgánica de moneda ni el incremento del déficit fiscal. Las expectativas creadas por los Fernández chocarán con la realidad.
El triunfo de los Fernández, debe señalarse, no ha sido tan amplio como se supuso. Fue 48% a 40%, lo cual supone una oposición que deberá tenerse en cuenta. Macri deja una sensación de que falta mucho más en el combate contra la corrupción y que debe ponerse el énfasis en la producción, las exportaciones y el empleo mientras se valora haber defendido la libertad de expresión y la institucionalidad republicana.
Es un legado valioso que, al menos, Alberto Fernández sabrá valorar, para lo cual deberá decidir si será Dr. Jekill o Mr. Hayde. Y allí pueden comenzar los problemas con Cristina. Francisco debe ir aprontando algunos milagros más.