La gastronomía peruana está de luto. Este sábado 4 de diciembre falleció Marisa Guiulfo y las muestras de pesar no se están haciendo esperar.
Tal y como se anuncia en el titular de la nota: ¿qué impresión tenemos cuando pensamos en esta mujer?
Para empezar, su entrega a la cocina peruana —señalada como la gran banquetera de la misma—, fue más allá de la difusión hasta en convertirse en tradición, costumbre y actualidad. O siendo más precisos: cada vez que participemos o veamos un banquete de comida peruana, sin importar el contexto social en que se realice, este lleva las señas que Guiulfo impuso ni bien decidió dedicarse al oficio gastronómico.
Marisa pudo abocarse a los menesteres profesionales de la vida. De joven fue modelo, estudió taquigrafía y mecanografía, sabía idiomas, era emprendedora, siempre tenía ideas para proyectos, trabajo en una agencia de viajes, formó parte del Bank of America en Estados Unidos… Sin embargo, en su recorrido vital —para los que la recuerdan, meteórico— no dejaba de preguntarse por qué no integrar a la cocina peruana la tradición de los grandes banquetes del mundo. Entonces, tras un tiempo de reflexión, dejó una prometedora trayectoria laboral para abrazar su vocación: la cocina peruana.
No fue un salto al vacío.
Marisa partió de cero: con una cocina de cuatro hornillas que le regaló su amigo Alejandro Araoz y supo desde el inicio lo que proyectaría su propósito: sus banquetes no solo destacarían por la exquisitez de sus potajes con sabor a Perú, sino también por el toque Guiulfo.
¿Y de qué trata este toque Guiulfo?
Fácil: en sus banquetes no solo se comía muy bien, estos destacaban por el trato humano que ofrecía Marisa en ellos. Su espíritu barnizaba el disfrute del banquete, es decir, lo convertía en una experiencia por partida doble: el comer y el estar.
Matrimonios, reuniones oficiales, bautizos, pedidas de mano, simples almuerzos y cenas, además de muchas de las fiestas de CARETAS, en los cuales la dimensión humana de Marisa se reflejaba en detalles que para ella no eran nada menores.
A saber, con mucha discreción pedía la lista de invitados, porque sabía qué tomaba cada uno, incluso de los que tenían problemas cardiacos, o de aquellos que eran diabéticos o estaban prohibidos de tomar. También era generosa. En más de una ocasión se desprendió de su mayor bien, su conocimiento: obsequiaba sus recetas a los comensales que le preguntaban por los secretos de determinados platos.
Marisa Guiulfo le dio una identidad propia a los banquetes peruanos y su actitud sirvió de inspiración para muchos que hicieron suyo este legado brindado en vida. Tampoco debemos olvidar que mantuvo esta actitud en tiempos difíciles para el país. Marisa tenía la convicción de que mediante este oficio era posible transmitir alegría/paz/consuelo en medio del horror.
Una de las canciones favorita de Marisa era “Muñequita linda”, que tocó Jean Pierre Magnet en su velorio, en donde colocaron paneles con fotos suyas, siempre sonriendo y disfrutando de la vida. La despidieron sus hijos, hermanos y amigos muy queridos. El lugar estuvo repleto de flores.
Se la va a extrañar.