No causa sorpresa el fin de la relación, después de ocho años, entre Isabel Preysler y el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Cualquier persona, atenta a los hechos y no a las especulaciones al paso, sabía que tarde o temprano una noticia como esta se daría a conocer.
El anuncio de Isabel Preysler, el pasado 28 de diciembre, se posiciona como noticia mediática no tanto por el quiebre del lazo emocional –teniendo en cuenta que nos referimos a figuras conocidas en el mundo–, sino por los discursos que se tejen sobre ambos personajes.
Como bien se indicó en un reportaje de El País sobre este affaire, habría que prestar atención al relato “Los vientos” que Vargas Llosa publicó en Letras Libres en octubre de 2021. Bajo la libertad del registro de la primera persona, el autor configura un personaje que ha dejado a su mujer de toda la vida por la fiebre hormonal –por momentos los ecos de los personajes de Philip Roth avivan al lector de turno— suscitada por otra.
A lo dicho: ese relato se puede prestar a todo tipo de especulaciones y si nos abocamos a una lectura asociativa, porque eso es lo que le gusta a la gente, no habría que quemar cerebro: Vargas Llosa no era feliz con Preysler.
Pues bien. En octubre del año pasado, Vargas Llosa estuvo en Perú recorriendo las playas del norte a la caza de elementos para documentar su nueva novela –tengamos en cuenta su dimensión de trabajo: meses antes había publicado un ensayo sobre la narrativa de Pérez Galdós–, pero esa visita por el norte no solo obedeció a propósitos literarios, sino al más importante: la recuperación total de su familia.
Aunque su vida (memorias) y obra (ficción) tienen la rúbrica de los celos, esta no corresponde con las versiones de los corifeos de Preysler, que subrayan este factor como determinante para el fin de la relación (si a los celos le quitas épica, no va). Versiones que muchísimos enemigos políticos y literarios usan para desprestigiar al Nobel en el terreno donde la ligereza/estupidez es bienvenida: las redes sociales.
Al respecto: hace pocas horas, en Madrid, Vargas Llosa dijo lo siguiente: “Los motivos de la ruptura no existen”.
Es decir: celos por parte del escritor y anhelos de matrimonio de Preysler.
De esta tensión nace una historia de no ficción, y con sabor, que construirá su propia verdad gracias al imaginario social, el cual no hay que despreciar, ni subestimar. De la verdad colectiva se alimentaron los gigantes del siglo de la novela (XIX), de la que Vargas Llosa es conocedor de su tradición. (Por cierto: ¿y de qué maravillas se alimenta un escritor hoy?).
De historias así está hecha la (gran) literatura y, cómo no, la vida misma. Quien lo niegue, no ha vivido.