Astrid Gutsche no necesita inventar un personaje mediático. Frente a cámaras o en su taller es divertida, lisurienta, intensa, espontánea. Detesta planificar con tanta pasión como ama bailar. Mientras habla, mueve los brazos como si fueran aspas de molino. Y ríe. Ríe siempre, como si no se tomara en serio, como si inventar, crear, imaginar fuera tan normal como espantar una mosca con la mano.
–¿Cuál es tu primer recuerdo de niña?
–Cuando eres chiquita recuerdas cosas que te impresionan. Por ejemplo, las bolas de nieve que hacían mis hermanos mayores. Para mí eran gigantes. Me da nostalgia. Por eso me gusta tanto el invierno, el frío.
–Eres hamburguesa.
–Sí, nací en Hamburgo pero no soy muy amante de las hamburguesas en general. A los 2 o 3 años mis papás nos llevaron a Francia. Allí crecí y estudié. Tengo tres hermanos hombres; al que sigo es diez años mayor. Mi mamá siempre quiso tener una hija mujer. Cuando tiró la esponja salí yo. Crecí en medio de hombres y hasta hoy día me llevo muy bien con ellos.
–O sea que no jugaste con muñecas ni a la cocinita…
–Hacía artes marciales, jugaba rugby y me peleaba a cada rato. Al mismo tiempo era muy coqueta. Siempre estaba bien peinadita con lazos y faldita aunque regresaba a casa hecha un desastre y con las rodillas destrozadas.
–¿Cocinabas?

–¡Claro! En Europa y con familia numerosa era normal que todos colaboraran en la casa. A los ocho años horneaba queques, hacía la vinagreta, ponía la mesa con servilletas, copas de vino y juego de cubiertos. Impecable. Comíamos entrada, segundo, queso y postre. No nos faltó nada aunque éramos austeros.
–Recuerdas cuál fue el primer plato que preparaste?
–¡Claro! Un día compré un libro de cocina china. Desde las 4 de la tarde me puse a cocinar y resultó un desastre. Tendría 10 años más o menos. Mi papi siempre estaba muy orgulloso de todo lo que yo hacía, y fue el único que se comió el plato con todos los fideos pegados que los cortó como un bisté. Qué rico, qué rico decía y se saboreaba. Mis hermanos son científicos, me ayudaban en las tareas pero no en mis inventos culinarios.
–Supongo que serían las secuelas de la guerra.
–Nos criaron ahorrativos. Nunca se botaba nada. Los viernes era “el día de los restos”. No se ponían las sobras así nomás sino que mi mamá se las ingeniaba para hacer una una cosa imaginativa, bonita. Un reto que nos entusiasmaba. También aprendimos a reciclar sin saber que estábamos reciclando.
–Es un tipo de educación que no se da en los colegios.
–¡Veo tantos errores estúpidos en la educación! Quieren que un niño de 4 años sepa cantar el himno nacional pero no saben compartir con otro que no llevó la lonchera. Cuando estaba en kinderganten teníamos una mascota en la clase. Era un cuy. Cada fin de semana, un niño se llevaba el cuy a su casa y el lunes tenía que contar lo que hizo la mascota. Además, todos los días explicábamos lo que traíamos en la lonchera: que si una fruta, un queque, una hortaliza. Así se creaba un sentimiento de respeto hacia los animales y aprendíamos nutrición con ejemplos prácticos.

–¿Qué papel cumple el baile en tu vida?
–Fundamental. De niña quería ser bailarina. Practicaba ballet 3-4 horas diarias. Mi papá me llevaba a todos los concursos de baile pero mi mami no me apoyaba mucho. Tenía los pies en la tierra y pensaba que con el baile no podía sobrevivir. Como también me gustaba la cocina, pensé en estudiar la carrera, poner mi restaurante, y con la ganancia dedicarme a bailar. De alguna manera mi sueño se ha cumplido.
–¿Dedicarte a la repostería fue algo natural?
–Fue algo estratégico y funcional. Yo estudié cocina, repostería y servicio; Gastón solo cocina. Entonces cuando abrimos el restaurante nos tuvimos que dividir las tareas porque trabajar con tu pareja es muy complicado y era conveniente evitar las fricciones. O sea que decidimos separar las responsabilidades.
–La repostería es rigurosa pero tú eres acelerada. Parecen actividades contradictorias.
–La pastelería tiene técnicas de base que debes respetar. A partir de ahí puedes adaptar esa receta a otros productos. Crear es un proceso largo y estresante. Reniego mucho cuando no me sale lo que tengo en la cabeza. Desde el momento que encuentras un balance en los sabores, la estética que buscas y aplicas buena técnica todo te resulta.
–Empezaste con una repostería muy clásica, muy francesa.
–Hacíamos recetas de libros. En ese momento era lo adecuado porque el restaurante era así. Cuando pasaron los años nos dimos cuenta de que no podíamos seguir manteniendo esa propuesta cuando aquí había productos maravillosos. Con miedo, casi con taquicardia empezamos a introducir cambios y la gente los recibió bien.
–¿Cómo te ves de aquí a diez años?
–¿De aquí a 10 años? Imposible. Soy una persona que no se proyecta, odio planificar o pensar en el futuro, ni siquiera me gusta pensar en lo que haré mañana. Yo resuelvo los problemas del día, me acuesto feliz y me levanto tranquila. Al mismo tiempo soy muy supersticiosa, creo que si planifico mucho no me saldrá nada.
–¿Tu hija se hará cargo del restaurante en el futuro?
–Para nada. Me parece muy egoísta. Yo tuve mucho cuidado para que sus apellidos no las opacaran, para que destacaran por ellas mismas. Por eso no entiendo a los papás que les ponen su nombre a los hijos. Los niños tienen un camino diferente y deben brillar por sí mismos. Si mis hijas quisieran ser astronautas, las apoyaré; lo único que quiero es que sean felices.