La artista Teresa Bracamonte no se detiene. Tras el éxito de su exposición Miroirs en París el año pasado, participó por el Día de la Mujer en la muestra colectiva de mujeres Intimidad en el jardín en Laboratorio PM, Barranco; en abril expuso en el Consulado de Perú en Francia y en mayo estará en la exposición Art in Mind en Londres.
La obra de Teresa establece un diálogo consistente entre la fotografía y la pintura, característica a la que habría que añadir la personalidad de la artista, quien es la propia protagonista de sus propias obras, dejando no solo en evidencia una actitud erótica, sino también más de una interrogante en los espectadores en relación a la mujer hoy en día.
Conozcamos un poco más a Teresa.
—¿Cómo calificas tu actualidad artística?
Creo que todos estamos constantemente en transformación, al menos es como yo me percibo y percibo la vida, nada es permanente. Me identifico actualmente como una artista visual internacional en exploración y en evolución continua. Soy una persona dinámica, que le gusta experimentar con diversas técnicas, que crea todo el tiempo proyectos nuevos y que trabaja mucho. Considero que estoy en un periodo de autoconocimiento y de expansión a nivel artístico-personal, no solo en la ciudad en la que resido desde hace cinco años, en París, sino también en Lima (donde nací y crecí toda mi vida), y en otras ciudades del mundo.
—Por ejemplo.
Por ejemplo, en los meses que siguen tengo tres exposiciones en tres ciudades distintas.
El 8 de marzo participo en una exposición de artistas mujeres peruanas en Lima (Intimidad en el jardín), en abril tengo una muestra individual en el Consulado del Perú en París, y en mayo expongo en Londres en The Brick Lane Gallery. Estoy muy feliz de poder mostrar mi trabajo en mi país y en el extranjero.
La última exposición que hice aquí fue en el año 2017 antes de migrar a Francia y las exhibiciones que hice fueron de fotografía. Es la primera vez que participaré en una muestra en el Perú como pintora y me emociona mucho la idea. Estoy en una etapa de mi vida donde cosecho lo que vengo cultivando con mucho esfuerzo y sigo sembrando sin parar.
—En tu obra la fotografía y la pintura son esenciales, ¿cómo llegaste a apostar por ese diálogo?
Luego de realizar mis estudios generales de artes plásticas en la PUCP, me formé como artista visual en Corriente Alterna y en los dos últimos años de mi carrera utilicé la fotografía como mi principal medio de expresión porque me interesaba mucho el documental, entonces para mí era la herramienta perfecta para explorar los submundos y las realidades que me fascinaban. Realidades que generalmente son invisibilizabas por la sociedad, como por ejemplo las comunidades transgénero, las trabajadoras sexuales o territorios prohibidos.
Mi pasión por la foto me llevó a hacer un máster en fotografía y Arte Contemporáneo en París. Allá, después de graduarme, gané una residencia artística en la que me dieron un atelier para crear, y decidí regresar a la pintura.

Cuando me dedicaba esencialmente a la fotografía, las personas me decían que mis imágenes eran bastante pictóricas, y ahora que pinto, me dicen que tienen un aspecto fotográfico. Ambas técnicas convergen en el retrato. De hecho, pinto al óleo inspirándome de los retratos fotográficos que yo misma realizo, entonces hay un dialogo inevitable entre la fotografía y la pintura. Pienso que, como durante ocho años solo me dediqué a hacer series fotográficas, sigo muy ligada a este medio, pero creo que esto irá evolucionando, de hecho tengo ganas de alejarme poco a poco de lo figurativo y concentrarme más en la expresión en sí misma, pintar más instintivamente.
En todo caso, ambos medios me fascinan, aunque son muy distintos. Cada uno me brinda algo diferente. La fotografía me da la apertura hacia nuevos encuentros y realidades, contacto con el exterior, y muchas veces adrenalina. La pintura es más bien un trabajo solitario e introspectivo. Creo que ambos de alguna manera simbolizan mis dos personalidades, puedo ser muy social pero también introvertida.
—La sensualidad y el erotismo son factores medulares en tu obra, pero tú eres parte de esa construcción y ahí hay un punto a favor: la entrega de una misma. ¿Qué te animó a hacerlo?
Fui modelo de pasarela desde los 18 años hasta los 26 años, y las nociones como el cuerpo, la belleza, los estereotipos y la identidad me interpelan. La mujer como objeto de deseo es un asunto que me interesa particularmente, al punto de haber sido el tema central de mi tesis de maestría. Uso el desnudo explícito, la sensualidad y el erotismo, no solo por un gusto personal, sino también porque son temas que engloban la problemática de la mujer frente a la mirada masculina.
Al comienzo pintaba retratos de otras mujeres, pero luego me fui adentrando en el autorretrato. Creo que la imagen y el cuestionamiento que planteo cobran mucha más fuerza al ponerme yo misma en escena, usando mi propio cuerpo y transfigurándome en la pintura.
—¿Qué buscas con tu propuesta?
Busco cuestionar la identidad femenina como una construcción social esculpida por el patriarcado y evidenciar la sexualización y la hipersexualización hacia la mujer. Para mí, el autorretrato es un arma de empoderamiento que me permite afirmarme y evidenciar temas universales, pero a la vez íntimos.
—¿Cómo ha reaccionado el público a tu trabajo?
Si bien la recepción en general de mi trabajo es buena, creo que esta varía de acuerdo a la cultura donde expongo. En Europa el desnudo es visto de un modo más natural y aquí de un modo más polémico. La mirada de un mismo tema produce reacciones diferentes dependiendo del contexto sociocultural en el que se encuentre. Sin embargo, he notado que el hecho de que sean autorretratos desnudos tiene una carga de mayor intensidad y una gran fuerza psicológica en el espectador, ya que se pregunta por qué yo, la propia artista, está representada en sus pinturas.