El pueblo, ese concepto gaseoso, pero perfectamente identificable al cual se refieren con inusitada frecuencia los miembros de este Gobierno, no se prestará a ninguna asonada de violencia en el país. De manera que la disparatada vía no pacífica para lograr una Asamblea Constituyente que ha lanzado el partido oficialista Perú Libre, será simplemente otra arenga retórica más.
Así ha sucedido a lo largo de nuestra reciente historia. Los movimientos guerrilleros de los años sesenta del siglo pasado, pretendiendo amular a la revolución cubana de esa época, jamás tuvieron adhesión popular y terminaron siendo controlados. El pueblo al cual decían representar mediante las armas, nunca les brindó apoyo. Lo mismo, aunque con más dramatismo, sucedió con el demencial movimiento terrorista Sendero Luminoso, hacia la pasada década del ochenta, a la que el invocado pueblo en ningún momento le prestó colaboración alguna, convirtiéndose, contradictoriamente, en una de sus principales víctimas.
Y es que la gente en el Perú no quiere la violencia. Recordemos sino lo que acabamos de pasar como país, hace apenas dos años, con la pandemia del coronavirus. El Gobierno de ese momento ordenó que no saliéramos de casa, como ocurrió en casi todo el planeta. Inmovilización social obligatoria fue el concepto que se acuñó en el mundo. Quedamos encerrados. Nos dimos cuenta, entonces, que muchos compatriotas no tenían refrigerador, por ello no tenían alimentos que poder guardar, en consecuencia, no comían y por tanto tenían hambre. Tomamos conciencia nacional que buena parte de la gente vivía al día y tenía que trabajar para comer, él y los suyos, sin saber si sería una o más veces diarias y si habría para el día siguiente. El fenómeno de la informalidad en toda su expresión.
El confinamiento empezó a relajarse y la orden de quedarse en casa no podía seguir cumpliéndose. Las consecuencias son harto conocidas: un Ejecutivo incapaz de ajustarse a la realidad y adecuar las medidas factibles de respetarse y un Estado sobrepasado en todas sus capacidades, lo cual produjo que el Perú tuviese la mayor cantidad de muertes por la Covid-19 proporcional a su población en el mundo.
Cabe preguntarse: ¿por qué no se desencadenó la ola de violencia, saqueos y asaltos que la extrema situación de supervivencia en ese momento podría haber explicado? Debe haber varios factores, merecedores de un profundo estudio académico, pero hay dos identificados: los actos de solidaridad, de un lado, y la vocación no violentista de la mayoría de la gente, de otro lado. Muchos entre personas, instituciones y empresas, dieron su desinteresada asistencia, en todo orden de cosas, a quienes más lo necesitaban. Pero también –y esto es fundamental destacarlo- la vocación de no recurrir a la violencia de la inmensa mayoría ciudadana, a pesar de las dramáticas circunstancias. Se trató de una combinación virtuosa: solidaridad y autorregulación social.
Por eso, la dirigencia de Perú Libre debe tener claro que su descaminada iniciativa no pacifica para la Constituyente, será tan ignorada como aquella torpe disposición que se dictó el pasado 5 de abril, pretendiendo inmovilizarnos por supuestos actos de violencia que solamente ocurren en las mentes de quienes los desean.
*Abogado y fundador del original Foro Democrático.