La arrogancia está definida como una actitud desafiante ante cualquier peligro. La soberbia, aquella sensación de que todo lo puedo, es su sinónimo. Cuando Donald Trump aceptó su candidatura a la reelección presidencial desde la Casa Blanca –recordémoslo- ante una nutrida concurrencia que no guardó el distanciamiento social sugerido, ni usó mascarilla, su sentimiento de superioridad resultaba manifiesto.
Cuando días después, en conducta aún más altanera, sostuvo el bochornoso debate con el candidato demócrata Joe Biden, Trump siguió provocando al coronavirus. No olvidemos que en ese vergonzoso encuentro, en el que hubo de todo menos ideas, Donald Trump se burló de Biden por utilizar de manera ostentosa la mascarilla (le cubre toda la cara, dijo de manera estentórea) y, entonces, aumentó su reto a la naturaleza.
Pero, detengámonos en el supuesto debate que ha sido descrito, en unánime consenso, como un espectáculo antes que en un inteligente cotejo de ideas. Y es que los dos líderes políticos que representan a la todavía primera potencia del mundo, desmienten esa condición cuando intercambian improperios en lugar de propuestas, se interrumpen sin guardar ningún orden y se endilgan insultos sin límite alguno, todo, además, en el contexto de reglas previamente acordadas y esmeradamente incumplidas, lo cual no hace otra cosa que demostrar el grado de deterioro en el que se encuentra desde hace un tiempo la sociedad norteamericana. No hay que olvidar que en dicha ocasión fue que Donald Trump insistió en desconocer el cambio climático y anunció un fraude electoral si es que él no es reelegido. A este respecto, el escritor norteamericano Richard Ford, ha definido bien la actual situación: “en Estados Unidos se respira el peligro”.
Es en ese contexto en el que la naturaleza, siempre implacable, hace su acto de presencia: Donald Trump anuncia que se ha contagiado con el coronavirus. Varios actos posteriores al debate, en los que participó sin adoptar las medidas de precaución mundialmente recomendadas, explican el lamentable resultado. Habiendo dado positivo al COVID-19, el presidente de Estados Unidos asegura estar superando la enfermedad. Como sucedió en Gran Bretaña con el primer ministro Boris Johnson, quien estuvo al borde de la muerte, y con el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ambos igualmente desafiantes ante la pandemia.
El microscópico virus, aquel que fue descrito como una especie de gripe, que mereció un dubitativo y contradictorio combate, que va cobrando una buena cantidad de muertes y otra aun mayor de infectados, ese pequeño bicho despreciado le ha hecho saber al mundo que los seres humanos somos frágiles y finitos, y que nuestra arrogancia no sirve para ese combate, aunque Trump insista en ello.
Y es en el medio de este melodrama que llega, para contrastarlo, una noticia cargada de tristeza y simbolismo: ha fallecido Quino, el agudo creador de la entrañable, y ahora mítica, Mafalda, aquella criatura llena de sabiduría innata, la que a su corta edad descubrió que valía la pena defender los derechos humanos … y no tomar la sopa.
Gracias, Quino, siempre genial, hasta en el momento de morir.
*Abogado y fundador de Foro Democrático