¿Qué puede haber pensado el Nuncio Apostólico cuando fue convocado a recibir la vacuna contra el coronavirus mientras miles de personas, entre médicos, enfermeras, policías y bomberos, morían precisamente por exponerse a ser contagiados?
¿Qué puede haber impulsado a dos Ministras de Estado a pedir, o aceptar el ofrecimiento, de vacunarse contra la COVID-19 mientras que en el Perú millones de trabajadores estaban perdiendo sus empleos como consecuencia de la cuarentena obligatoria impuesta para contener el avance de la pandemia?
¿Qué puede haber decidido a altos funcionarios públicos a recibir la vacuna anticipadamente, no obstante que estaban encargados de llevar a cabo las medidas apropiadas para que los miles de peruanos que morían pudiesen ser despedidos, velados y enterrados por sus familias?
¿Qué puede haber hecho posible que aquellos servidores públicos designados para identificar al laboratorio que nos debería proveer el antídoto para combatir el coronavirus, recibieran la vacuna antes de tiempo mientras que el país sigue esperando?
¿Qué puede haber determinado que algunos médicos, a cargo de supervisar el ensayo clínico destinado a confirmar la eficacia de la vacuna, la hayan recibido personalmente, incluyendo a sus familias, poniendo en serio riesgo el resultado de la prueba científica bajo su responsabilidad?
¿Qué puede haber pasado por la mente de algunos políticos, empresarios y profesionales que aceptaron recibir la vacuna, sugiriendo incluso hacerlo con algunos de sus jóvenes hijos, cuando la gente en el país seguía muriendo sin pausa ni descanso?
El caso de Martín Vizcarra no requiere ninguna pregunta. La respuesta la ha dado él mismo con sus elocuentes mentiras.
Ahora bien, es probable que cada pregunta tenga respuestas distintas, tantas como personas involucradas hay. Lo que sí es posible es tener un diagnóstico certero: todos los beneficiados consideraron que tenían el derecho que se le estaba reconociendo. Por eso su inmediata aceptación, a pesar de haber sido clandestina.
Dicho raciocinio, sin embargo, parte de una premisa equivocada no obstante que se encuentra instalada en nuestro país: hay ciudadanos con más y mejores derechos que los demás. Aquí está la prueba palmaria.
Esto quiere decir que hemos cambiado muy poco en el Perú. Si bien es verdad que durante buena parte de nuestra historia, esa supremacía correspondía a la élite fundada en su poder político o económico, no deja de ser igualmente cierto que en los tiempos actuales dicha base se ha ampliado, comprende a más sectores, ahora arropada bajo el equívoco concepto de “democratización”.
Pero hay otro aspecto que pudiese estar pasando desapercibido y resulta fundamental: específicamente, en el fondo de cada persona involucrada, en efecto, qué sentimientos deben haber impulsado esa decisión tan radicalmente equivocada como la que tomaron, teniendo en cuanta las circunstancias en que lo hicieron. Muchos han expresado sus disculpas públicas y han pedido perdón. Pero ¿qué mecanismos los llevaron a lo uno y lo otro?
Para terminar, una pregunta para contestarse cada uno íntimamente: ¿qué hubiese respondido, estimado lector, si lo llamaban a recibir la vacuna en setiembre del 2020, cuando el Perú estaba como sabemos todos que estaba?
*Abogado y fundador de Foro Democrático