Después del extenuante trajín al que ha sido sometida nuestra Constitución durante los últimos días, es necesario recurrir al auxilio de otra perspectiva para intentar explicar qué y por qué pasó lo que estamos viviendo en el país. Se trata de una mirada heterodoxa de la conducta humana.
Los seres humanos tenemos un impulso autodestructivo que actúa, si es que no lo advertimos, como una arrogante sensación de poder. Esa combinación explosiva nos impulsa a actuar creyéndonos infalibles.
Eso es lo que el Perú vio por televisión, en vivo y en directo, en la sesión que el ahora disuelto Congreso celebrara cuando, con sus propios actos, rehusara la confianza que el Gobierno le solicitó para realizar un nuevo proceso para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional (TC).
Sesión aquella –vale la pena destacarlo– lamentable por las actitudes, las intervenciones y las votaciones.
El Ejecutivo había reconocido que existía una aguda crisis política por el nivel de enfrentamiento que mantenía con el Congreso. El propio presidente Vizcarra lo señaló en su discurso de Fiestas Patrias al proponer una salida política y, al propio tiempo, constitucional: recortar el mandato un año y celebrar elecciones generales en el 2020, haciendo realidad el repetido clamor ciudadano de “que se vayan todos.”
Pero en lugar de abordar el planteamiento políticamente para hacerlo viable, la mayoría fujiaprista y sus aliados de ocasión lo declararon inaceptable, dijeron, por inconstitucional (olvidándose lo que ellos mismos aprobaron el año 2000).
Ahora, después de que el Congreso ha sido disuelto constitucionalmente, están solicitando realizar elecciones generales para elegir un nuevo gobierno el año 2020. Es decir, reconocen y aceptan aquello que antes archivaron sin debate. Ahí está la soberbia que impidió advertir la autodestrucción.
Algo más: junto a la arrogancia aflora una fantasía, que no es otra cosa que negar la realidad. Y es en esa confusión que la mayoría fujiaprista del Congreso ya disuelto tuvo la iniciativa de declarar temporalmente vacante al presidente Vizcarra para juramentar a Mercedes Aráoz como presidenta de la República en funciones. Ante el crucifijo y los evangelios, quien fungía seguir siendo presidente del Congreso, celebró un acto surrealista, creyendo estar escribiendo una página trascendental para la historia del Perú.
Y, al día siguiente, la fantasía (como ocurre siempre) se desvanece y surge la realidad: Mercedes Aráoz renunció a seguir siendo vice presidenta y declinó su nombramiento de presidenta de la República en funciones.
Como es natural, la historia ha seguido su devenir y ya están convocadas las elecciones para un nuevo Congreso para el 26 de enero del 2020, en la que todos los partidos políticos están obligados a intervenir, incluyendo a aquellos que han montado este sainete inmerecido para el país; y si no lo hacen pierden su inscripción.
Propicia ocasión para evitar una nueva política de locos.
*Abogado y fundador del Foro Demócratico