Con la muerte de Luis Bedoya Reyes ha terminado en el país una manera de hacer política. Junto a los liderazgos históricos de Haya de la Torre, quien encarnó la visión social demócrata a través del Apra originaria, y de Fernando Belaunde, quien hacía lo propio con el pragmatismo para gobernar, Bedoya representó al movimiento social cristiano. Eso terminó. Pero en realidad acabó antes.
Así como Zavalita se pregunta en qué momento se había jodido el Perú, cabe la interrogante de cuándo es que los partidos políticos históricos empezaron a perder su capacidad de representar a la gente.
Mucho se ha escrito sobre el fenómeno y es probable que la partida de Bedoya Reyes actualice algunas nuevas reflexiones. No es para menos. Haber fallecido a los 102 años después de haber mantenido el liderazgo de una relevante corriente de opinión, justifica el interés.
Cuando la oposición parlamentaria al primer belaundismo (apristas y odriistas) pusiera en jaque la viabilidad del gobierno, vino el golpe de Estado del general Velasco. Fueron 10 años de dictadura militar. Restituida la democracia en 1980 con la vigencia de una nueva Constitución, los partidos políticos tradicionales volvieron a ocupar sus espacios de representación. Y lo que es aún más importante, fueron capaces de alternarse en el ejercicio del poder: Belaunde le entregó el gobierno al joven Alan García luego de su histórico triunfo en 1985.
Pero esa prometedora ilusión duraría muy poco. Para ser exactos duró hasta que Alberto Fujimori se hizo del poder en todo el sentido de término. Y, otra vez, fue una década de oscurantismo y arbitrariedad en la que los partidos políticos clásicos dejaron de entusiasmar a la ciudadanía. Para ser más claros: el régimen de Alberto Fujimori se encargó de desmontar los canales de participación que los partidos políticos hacen en un sistema democrático. No hay que olvidar que Fujimori fundó un partido político nuevo en cada elección nacional o municipal. El desprecio por la institucionalidad para canalizar y expresar los intereses ciudadanos era manifiesta. Es así como los partidos políticos clásicos, desde los de la derecha hasta los de izquierda, pasando por los de centro, se volvieron irrelevantes y dejaron de tener sentido.
Lo que viene ocurriendo en el Perú durante estos últimos tiempos, no ha sido otra cosa que acreditar el fenómeno de la precariedad institucional partidaria. Estamos dónde y cómo estamos porque no se ha podido revitalizar la vigencia de los partidos políticos como mecanismos de expresión de los diversos intereses ciudadanos. La implacable decisión de Alberto Fujimori de mantener a la política peruana como un páramo ha sido tan efectiva que, transcurridos 20 años, la situación no ha podido ser revertida.
Con la partida de Luis Bedoya Reyes, se cierra el capítulo de esta historia. Ahora, en el medio de este lánguido y desfalleciente proceso electoral, se empieza a escribir otra historia.
A diferencia de Zavalita, ojalá que haya respuesta.
*Abogado y fundador de Foro Democrático