Mucho se ha escrito durante estos días sobre nuestra selección de fútbol y el mundial de Qatar 2022. Y se seguirá comentando: el definitivo partido contra Australia merece toda clase de especulaciones.
Sin embargo, es momento de mirar más allá y detenerse a examinar el que probablemente sea el aspecto más importante del fenómeno. No se trata de la capacidad de los jugadores o del equipo, ni siquiera de la reconocida y celebrada competencia profesional del director técnico, Ricardo Gareca, sino del simbolismo que ha acompañado todo el proceso de clasificación, que excede al propio fútbol.
Hay algo que ha quedado constatado y es que el Perú tiene sentimiento de país. Esto es mucho más que solo deporte. Aun cuando podría sostenerse que un equipo de fútbol no está a la altura para plantear un tema de dicha magnitud, lo cierto es que sí da la talla y no resulta fuera de lugar proponerlo. Cuando una inmensa mayoría de ciudadanos, aficionados o no al fútbol, se movilizan como lo han hecho los peruanos, lo que está acreditándose es un sentimiento de identidad nacional en el que se resumen los más altos valores de una cultura común y de un deseo compartido. Queda fuera de discusión, por eso mismo, que durante el proceso de clasificación la selección lograse que cada peruano se sintiera como tal y orgulloso de serlo. Y esto no es cursi ni banal, es cierto. En cada partido, desaparecieron las diferencias y las escenas han sido elocuentes: no había ni pobres ni ricos; ni blancos ni cholos, ni izquierdas o conservadores, caviares o fascistas: todos eran peruanos, sin distinciones. Lecciones futboleras podría ser el resumen del fenómeno.
Es verdad que se venía de una experiencia traumática y de un doloroso costo ocasionado por la pandemia: alrededor de 250,000 muertos y similar número de hogares en duelo para no hacer mención a la cantidad de deudos y huérfanos, impulsaban un desahogo emocional colectivo, pero no es menos cierto que dicha cruda realidad no altera la autenticidad de los sentimientos de unidad y consuelo que se han expresado.
El fenómeno pues, demuestra una identidad, un sentido, una especie de acompañamiento común que acredita una cultura, una tradición. Es claro que la antropología o las especialidades que estudian los comportamientos humanos pueden dar una mejor y más versada apreciación del suceso; pero lo que no se puede negar es que se hizo evidente y se sintió.
Ahora bien, la presencia de ese inasible sentimiento marca una pauta de cuánto mejor pudiera estar nuestro país si es que dicha identidad nacional se extendiese a otros ámbitos y, especialmente, al político. Sin que ningún grupo pierda su propio perfil ni su distintiva óptica acerca de cómo tratar los problemas nacionales, bastante se lograría si se cumplen dos condiciones mínimas: anteponer el interés del país al particular, de un lado, y tratarse como adversarios antes que como enemigos, de otro lado.
Hacer realidad las lecciones futboleras sería una buena síntesis del proceso a cumplirse.
*Abogado y fundador del original Foro Democrático.