El mundo se encuentra entre perplejo y escandalizado con lo que viene sucediendo en los Estados Unidos. No es para menos. La que se suponía era una de las democracias más sólidas e institucionalizadas, que le permitió convertirse en la principal potencia global, está exhibiendo todas sus carencias. Mientras se proclama a Joe Baiden como presidente electo, Donald Trump insiste en que le hicieron fraude y que él ganó las elecciones.
Mucho se ha escrito, se está comentando y se analizará en el futuro acerca de este inusitado fenómeno. Habrán exhaustivos análisis sobre cómo se inició la crisis, sesudas investigaciones acerca de cuándo comenzó el deterioro y variados libros pronosticando dramáticas consecuencias.
La idea de la venganza de un lado y del otro, ese sentimiento soterrado que emerge sin ser advertido para resarcirse de un agravio anterior, pudiera ser una primera explicación al fenómeno. El pueblo norteamericano está dividido en dos: una mitad demócrata, liberal, y la otra republicana, conservadora, con sus matices y derivaciones, es cierto, pero gruesamente expuestas, constituye una buena síntesis.
Si hacemos un esfuerzo para representar esa realidad, para hacer patente la venganza, imaginemos que los liberales están encarnados por Barack Obama y los conservadores por Donald Trump. Entonces, cuando Obama fue elegido, la lectura de dicho triunfo fue la de la fortaleza institucional del sistema norteamericano estadounidense. Repasemos esos hechos ocurridos solo hace algunos años atrás: por primera en su historia en los Estados Unidos, un hombre de color no solo fue capaz de erigirse en el candidato de los demócratas derrotando nada menos que a Hillary Clinton, la clásica representante del elenco estable de la política, sino además – y ahí lo excepcional- de imponerse al candidato republicano, un reconocido político y héroe de guerra, el entonces senador por Arizona, John McCain.
Pues bien, McCain precisamente fue quien al aceptar su derrota, en un memorable discurso, se refirió al proceso histórico que vivía Estados Unidos en aquel momento al elegir a un afroamericano como su presidente. Al haberse respetado las reglas establecidas, el resultado democráticamente expresado por el pueblo en las urnas, siguiendo con su tradición, como lo dijera John McCain en aquel entonces, acreditaba que el sistema norteamericano daba al mundo una lección de madurez y estabilidad.
Hubo de pasar algunos años de aquel suceso para que la venganza emergiera con toda su furia. Donald Trump fue el encargado de encarnarla: con su discurso supremacista, representó al blanco relegado y se vengó de la ofensa que significó la elección de un afroamericano como Obama. Imaginarse a un hombre de color en el salón oval fue mucho para ese sector. Trump encausó la venganza.
Los resultados de las elecciones americanas este año, no han hecho otra cosa que demostrar los deseos de venganza que mutuamente se desean las dos mitades en las que está fraccionada la sociedad.
Un dato final: los demócratas acaban de ganar el estado de Arizona, tradicional bastión republicano del cual fue senador durante varios periodos John McCain, quien antes de morir pidió que el presidente Donald Trump no asistiera a su entierro. Otra venganza de los gringos.
*Abogado y fundador de Foro Democrático