Es posible que estemos en vísperas de la cuarta ola de la humanidad. No es una afirmación, solo una probabilidad.
Veamos. La primera ola fue la que convirtió al homo sapiens en un agricultor. Dejó de ser el cazador recolector nómada para asentarse en un lugar a vivir de la tierra. La segunda ola fue aquella que desarrolló la revolución industrial: se sustituyó la preponderancia del mundo rural para crear las grandes metrópolis en las que se establecieron los centros de producción a gran escala. Los mercados, para el intercambio de bienes y servicios, se asentaron.
La tercera ola es en la que estamos desde hace un tiempo: su nota típica es la individualidad, el culto a la persona. El mundo digital, la automatización y la inmediatez constituyen las características centrales de este fenómeno en el que empezamos a involucrarnos imperceptiblemente. Así como el tránsito de la primera a la segunda ola no fue abrupto ni inmediato, el ingreso a la tercera ola fue igualmente un proceso.
La mejor síntesis de lo pretendido en la tercera ola es, probablemente, la declaración de Margaret Thatcher cuando gobernada Inglaterra: “…no existe sociedad, solo hombres y mujeres individuales.”
Pues bien, todo parecería indicar que estamos empezando la cuarta ola y es el coronavirus el personaje de este inusitado cambio.
Debido su alto grado de contagio y a su no menos fulminante índice de mortalidad, el COVID-19 se ha encargado de paralizar el planeta e inmovilizar a gran parte de la humanidad. La gente está confinada en sus casas, prohibida de salir, acatando ordenes de sus respectivos Gobiernos, sacrificando la libertad más elemental de poder circular donde le plazca, por evitar contagiar y contagiarse, sufrir la enfermedad y, eventualmente, morir.
Resulta, entonces, que no es tan cierta aquella pretensión de que solo existen personas individuales, y no sociedades, allí donde hoy en día, en el mundo entero, se privilegia resguardar la vida de los demás también, antes que solamente la de uno mismo.
La pandemia que ahora azota a la humanidad se estima que podría estarse revirtiendo dentro de 12 a 18 meses, según coincidente opinión de los expertos, en espera de la vacuna o tratamiento eficaz que se descubra para combatirla.
Mientras tanto, han empezado a trastocarse los paradigmas a los que hemos estado acostumbrados: contradiciendo nuestra esencia natural de relacionarnos con el prójimo, se nos pide que mantengamos distancia. Por ello, las formas de trabajo no serán las mismas; las instituciones tendrán que adecuarse a la nueva realidad (estoy pensando en el Parlamento como depositario de la representación popular); incluso, la formas de participación de la gente habrán de modificarse.
No está definido, por ahora, cómo nos organizaremos como sociedad. Lo que sí está claro es que si no nos abrazamos no es porque no nos queramos sino porque nos estamos permitiendo seguir viviendo. Y algo más: está demostrado que sí existe sociedad y no solo individuos.
*Abogado y fundador del Foro Democrático