Un joven de 25 años regresa de Europa de unas vacaciones. Se siente indispuesto y se hace análisis: es el caso 0 (el primero) de coronavirus diagnosticado en el Perú. Ha estado en su entorno familiar dentro del cual hay un niño de 7 años que acaba de iniciar su año escolar. El resultado, hasta el momento de escribir estas líneas, es que hay algo más de 70 casos confirmados, los cuales han motivado que se disponga una cuarentena obligatoria en todo el país.
Se ha ordenado un aislamiento total. Se trata de un hecho inédito: nadie sale ni ingresa, ni circula, y no existe actividad alguna, salvo los supermercados, farmacias y servicios esenciales. La gente está confinada en sus casas, como en Italia y España, y algunos lugares de Estados Unidos.
Pareciera que estuviéramos viviendo un relato de ciencia ficción. Algo semejante a lo que hizo Orson Wells, a inicios del siglo pasado, cuando por radio anunció que la Tierra estaba sufriendo un ataque de marcianos; haciendo pasar como verdad una novela.
Pero es la realidad: jamás, en tiempos modernos, el mundo ha estado en un estado de tal movilización como el que viene ocasionando la presencia del coronavirus, o COVID-19.
Porque, valgan verdades, que una parte de la humanidad esté inmovilizada y otra en vísperas de serlo, presa del pánico y la incertidumbre, ante esta pandemia oficialmente reconocida, resulta por cierto espeluznante. Básicamente porque, según se sostiene, se trata de un nuevo virus de la gripe que se cura solo, como cualquier proceso viral: nuestro sistema inmunológico es quien revierte la enfermedad, con índices de letalidad, hasta donde se conoce, en porcentajes manejables.
El fenómeno se detectó en la China, a fines del año pasado, en la región de Wuan, en la cual viven alrededor de 60 millones de personas. Hoy en día, China sostiene (hay quienes lo dudan) que ha contenido la pandemia del coronavirus, después de haber desplegado un conjunto de recursos humanos y económicos absolutamente extraordinario.
Si es así, entonces, la inquietud fluye naturalmente: ¿por qué tanta desmedida; tanta información y, principalmente, tanta restricción? Se dice, con fundamento, que es para evitar el colapso de los servicios de salud. Para que la curva de contagiados sea menos pronunciada.
Pero es que hay, también, quienes han planteado otras explicaciones, entre sensatas y disparatadas: desde que la propia China se habría enriquecido más de lo que ya es al haber comprado, a la baja, las acciones de las más importantes compañías del mundo en las bolsas de valores presas del estrés financiero; pasando por la de que el multimillonario Georges Soros, aquel que apoya las causas progresistas, quiere hacerse dueño del planeta, para terminar en aquella que señala que el coronavirus es un psicosocial.
Sin embargo, sí hay algo cierto: las piezas no encajan; el puzzle está incompleto.
*Abogado y fundador del Foro Democrático