Lo más probable es que los peruanos, cuando el próximo siglo celebren los trescientos años de independencia, no estén tan desconcertados como nosotros ahora al conmemorar el bicentenario. Una buena manera de explicar nuestra actual turbación es recurrir a la última novela de Mario Vargas Llosa.
Se titula “Tiempos recios”, y nos relata la historia de cómo Estados Unidos propició el derrocamiento del gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala el año 1954. Árbenz se había propuesto llevar a cabo principalmente dos cosas: sustituir el régimen feudal por una economía de mercado y exigir que la empresa norteamericana United Fruit pagara impuestos. Pues bien, Árbenz fue acusado de agente de los rusos y de ser comunista: en consecuencia, su gobierno cayó. Por cierto, no era ni lo uno ni lo otro. El libro de Vargas Llosa trae una lección: cuánto tiempo se hubiese ganado o, lo que es lo mismo, dejado de perder, en términos de desarrollo y prosperidad en nuestros países, y en Guatemala para el caso, si es que Estados Unidos no hubiese desplegado una actitud tan prepotente y antidemocrática como la que ejecutó en nuestra región durante gran parte del siglo XX.
Todo pareciera indicar que esa mirada inconveniente de la política norteamericana estaría cambiando en estos tiempos recios que aún seguimos viviendo, especialmente a partir del gobierno del presidente Joe Biden. Un ejemplo representativo es lo que ha sucedido en las elecciones que se acaban de celebrar en el Perú.
En efecto, no obstante las denuncias de fraude que sigue alegando Keiko Fujimori, el Departamento de Estado norteamericano ha señalado que el proceso electoral se ha desarrollado normalmente, en un ambiente democrático y de amplias libertades. Ha agregado algo más: las autoridades electorales son las únicas encargadas de procesar los resultados y de proclamar a quien haya ganado.
Cabe destacar entonces un cambio estratégico fundamental en el enfoque político estadounidense hacia la región y, singularmente, hacia nuestro país. Ya no se trata de la prepotencia amparada en lo que Estados Unidos consideraba más conveniente, sino en el respeto a la voluntad ciudadana expresada en las urnas, guste o no. Aquí está el valor moral, antes que propiamente político de la declaración: el sistema democrático está por encima de todo, con prescindencia de quienes se trata.
No es una insensatez decir que el profesor Pedro Castillo no es un personaje afín a los intereses norteamericanos. De hecho, como para muchos peruanos, representa un enigma. Sin embargo, Estados Unidos procederá a reconocerlo una vez que, como todo parece indicarlo, el Jurado Nacional de Elecciones lo proclame, si es que ha ganado la elección.
Así funciona la democracia: las elecciones son una competencia en la que alguien gana y otro pierde. Si es que, como insiste Keiko Fujimori, le han hecho fraude, debió probarlo y persuadir a la autoridad de su imputación. Quien decide es el juez electoral. Esa es la columna vertebral del estado de derecho. Lo que no puede admitirse en un sistema democrático es que se desconozcan las reglas y también la autoridad de quien las aplica. Eso es volver al estado de la barbarie.
Precisamente el aporte de la obra de Vargas Llosa es evitar que de civilizados nos convirtamos en bárbaros.
- Abogado y fundador Foro Democrático