Las dictaduras de Manuel Odría y Alberto Fujimori tienen varias cosas en común y una nota singular: un personaje siniestro. Quien hacía las veces de Vladimiro Montesinos el año 1950 del siglo pasado, se llamaba Alejandro Esparza Zañartu. Su función era, básicamente, asegurar que el gobierno controlase todo el poder.
Para recrear aquel tiempo de nuestra historia –han pasado setenta años- nada mejor que recurrir a Conversación en la Catedral, uno de los libros más destacados de Mario Vargas Llosa. La novela es como una especie de sinfonía (la literatura es también música, por su ritmo y su cadencia), en la que varias voces en diálogos intercalados nos van contando lo que sucedía en la época de Cayo Bermúdez (el personaje que representa a Esparza Zañartu) en las alturas del poder: amenazas, persecuciones y cárcel para todos aquellos adversarios que pudiesen poner en peligro la estabilidad del régimen. El caso del líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre, quien se vio obligado a asilarse en la Embajada de Colombia, es el más elocuente ejemplo.
Vargas Llosa, recogiendo las palabras de la conversación que Zavalita mantiene con el negro Ambrosio, lo que hace es recorrer los acontecimientos políticos de ese entonces, diseccionándolos con un lenguaje lleno de creatividad. Recordemos que Zavalita es aquel entrañable personaje, autor de la ahora celebre pregunta “¿En qué momento se había jodido el Perú?”
Alguien ha dicho que para conocer la historia, a veces, es más conveniente leer a los novelistas antes que a los historiadores. Este es el caso de Conversación en La Catedral: la mejor forma de saber cómo operaba la dictadura del ochenio del general Odría.
Hay otra similitud entre los gobiernos autoritarios de Odría y Fujimori. En ambos hubo un Congreso.
Repasemos la historia. Odría asumió el poder mediante un golpe de Estado contra el presidente José Luis Bustamante y Rivero el año 1948. Se instauró un régimen militar: se clausuró el Parlamento, se intervino el sistema de justicia y todo el poder se concentró en el dictador Manuel Odría. Esto dura hasta 1950, en el que el gobierno de facto pretende legitimarse convocando a elecciones. Claro, el proceso electoral tuvo una peculiaridad: la cédula de sufragio solo tenía el nombre del único candidato: Manuel Odría. Se prohibió toda candidatura opositora y se apresó a quien pretendió serlo. El Congreso elegido fue abrumadoramente oficialista. Nace entonces el régimen de la aparente legalidad: hay un Poder Ejecutivo y un Parlamento elegidos por el voto mayoritario del pueblo. El objetivo de la dictadura se había cumplido: lograr la legitimidad que un golpe de Estado no concede.
Conversación en la Catedral se encarga, sin embargo, con didáctica enseñanza, de desmontar la fantasiosa pretensión de considerar democrático un gobierno que encubría una dictadura. Esparza Zañatu (apodado Cayo Mierda) es la mejor demostración del equívoco: los senadores y diputados de la mayoría parlamentaria odriista, estaban al servicio del siniestro personaje, quien se encargaba de decidir, junto al dictador, qué era lo conveniente y cómo y cuándo debía aprobarse. Las reflexiones de Zavalita son las que desmantelan la ficción de creer que durante la época de Odría hubo un régimen democrático.
Todavía no hay una novela que recree la dictadura de Alberto Fujimori. Confiemos que en algún momento la habrá, con la misma originalidad y magisterio que Conversación en La Catedral. Para eso están los hechos y la historia.
Ironías de la vida: Fujimori asume el gobierno en 1990, legítimamente elegido por la mayoría ciudadana, después de vencer precisamente a Mario Vargas Llosa.
Sin embargo, sigue el proceso inverso al de Odría: a los dos años, en 1992, lleva adelante un autogolpe de Estado. Cierra el Congreso, intervine el Poder Judicial y concentra él todos los poderes. Fujimori se convierte entonces en un gobernante de facto, en un dictador. Mientras que Odría se legitima (es un decir) a los dos años, Fujimori se deslegitima a los dos años.
Se inaugura luego el llamado Congreso Constituyente Democrático. La finalidad del autogolpe de 5 de abril de 1992 fue perpetuar a Fujimori en el poder. Y esto se consigue mediante la nueva Constitución, que modificando la tradición histórica de no permitir la reelección presidencial inmediata, la permite, propiciando que Fujimori permanezca en el gobierno un período más. Después viene el nuevo intento de reelección el año 2000, hasta que se desmorona el régimen fujimorista.
Fujimori tuvo su Esparza Zañartu en Vladimiro Montesinos. Su gobierno, como el de la dictadura de Odría, fue el de la apariencia de legalidad.
Conversación en la Catedral no es un libro de historia, por lo que nada impide que al leerlo los sucesos que recrea entre los años 1948 y 1956 los imaginemos semejantes a los que ocurrieron en el país entre 1990 y 2000.
*Abogado y fundador del Foro Democrático