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Adu, una película de Netflix

Escribe: Fernando de la Flor Arbulú*

jueves 11 de febrero del 2021
en En Corto
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Fernando de la Flor Arbulú

Un niño africano, una bicicleta y un guardia de fronteras español, esos son los tres protagonistas de la notable película Adu, actualmente exhibiéndose por Netflix.

Adu, quien le da nombre al film, es una criatura de Camerún que se ve obligado a huir de su país junto a su también pequeña hermana, después de ser perseguidos por la policía. La bicicleta en la que estaban ambos tuvieron que abandonarla, luego de haber sido testigos de cómo la misma policía mataba a un elefante para comercializar sus valiosos colmillos de marfil. Pero se trataba en realidad de la excusa adecuada: salían de su país  por las penosas condiciones en las que vivían. Semejantes a las nuestras como parte del llamado Tercer Mundo, aunque más precarias, hay que precisarlo.  Adu y su hermana buscan llegar a Marruecos para pasar a Europa, la tierra prometida. Igual como lo hacen muchos desde nuestros países en busca de un lugar de mejores oportunidades: algo de educación, un mínimo de salud, un espacio donde vivir. Se calcula que cada año más de 70 millones de personas, la mitad de ellos niños, abandonan sus lugares de origen.

Las peripecias de ese viaje al futuro son dramáticas pero no inverosímiles. Adu, a diferencia de su hermana, sobrevive después de volar en el hueco de las llantas de un avión. Queda solo, a su corta edad, pero con un probado instinto de vida.

Mientras tanto la bicicleta termina en las manos de una turista española, quien la recibe de su padre después de haberla encontrado abandonada en la Reserva de Camerún en la cual trabajaba.  

El guardia civil, por su parte, se ve involucrado en un confuso incidente represivo cuando un grupo de migrantes quiere saltar la valla de Melilla, la ciudad española ubicada en la frontera con el África, a orillas del mar Mediterráneo, y uno de ellos resulta muerto.

Adu sigue su viaje y se encuentra con otro migrante, un joven africano que también busca un mejor destino. Ambos se las ingenian para sortear toda clase de peripecias y ganarse la vida: lavan carros, hacen juegos de magia, duermen en camiones, enfrentan asechanzas, y siguen avanzando. Nada es exagerado ni impostado. Todo se exhibe con naturalidad, como es la cruda realidad. No se puede dejar de reflexionar acerca de cómo es que a pesar de los duros obstáculos, se impone la pulsión de vida en ese par de criaturas desfavorecidas.

La bicicleta, de otro lado, ha iniciado su camino de regreso a España con su nueva dueña, la chica que descubre en ese viaje al África que la vida tiene un sentido. El contraste con los dos pequeños negritos migrantes resulta entones abrumador.  

Y es que Adu y su amigo pasan frío, tienen hambre, sufren enfermedades, y se sobreponen. Su deseo de seguir viviendo y mejorar se transmite, no se dice. Hasta que llegan a Melilla, y allí, donde se encuentra el último obstáculo para llegar a la tierra del futuro, se cruzan Adu, su bicicleta y el guardia de fronteras que resguarda la zona. Una alegoría sobre el devenir de la vida.

En estos tiempos de pandemia, hace bien constatar que no todo es el coronavirus, que la gente sigue con sus dramas y sus logros.

*Abogado y fundador de Foro Democrático

       
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