Tras leer Yoga (Anagrama, 2021) del escritor francés Emmanuel Carrère, quedan muchas preguntas y una sola certeza. De lo último: Carrère es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo, que goza de una lectoría que se cuenta por cientos de miles y de un reconocimiento crítico rotundo, aunque vale señalar que en esta esfera no se ha caracterizado por la ausencia de polémica.
Y de las preguntas (algunas) deparadas por la lectura de Yoga: ¿qué diferencia a Yoga de los otros títulos del autor?, ¿en qué radica la belleza de la hibridez narrativa?, ¿hasta qué punto la experiencia personal sirve para fines literarios?, ¿la narrativa del yo en verdad está crisis, como se ha venido “cacareando” en las últimas semanas?
Para los seguidores del autor, Yoga no es ajeno a los senderos temáticos y estilísticos que distinguen a la poética de Carrère: discurso no ficcional capitalizado por su personalísima visión de la vida. Esto no quiere decir que, al subrayar la personalidad del texto, se esté haciendo uso/abuso de la impresión emocional.
Una breve mirada a la trayectoria del francés resulta más que suficiente para detectar la riqueza de sus coordenadas (en conflicto): el asombro emocional y el análisis intelectual, que con la tensión de la escritura —lo detallaremos líneas después sin spoilear—, generan revelación y justificación discursiva tanto en las pequeñas y las grandes “cosas” narradas, a saber: si bien el título de la presente publicación le anuncia al lector que se le brindará un discurso sobre el yoga —en palabras del autor, “el yoga es más que una práctica física”—, este no es más que un contexto/buen pretexto en el que aterrizará el drama de su depresión, que no la desgrana con el barato recurso de la exposición de miserias pueriles (cansa la galopante autolamentación, ¿no?), sino por medio de la reflexión que parte del estado depresivo, ya sea para lucubrar con profundidad en su agujero emocional o para tejer conceptos de lo que sucede en la realidad del otro (jamás ha sido solipsista, felizmente).

He aquí una de las luces que sustentan a esta poderosa narrativa: Emmanuel Carrère escribe de él sin afeites y a la par despliega una radiografía de las incidencias inmediatas del mundo (el fundamentalismo islámico, el circuito literario, la política, la migración, et al). Un escritor de aliento decimonónico que ha encontrado en el híbrido el canal para potenciar esa voz (yo) que no hallaba espacio en la ficción (por cierto, y por paradójico que parezca. el francés es también autor de tres muy buenas novelas: Bravura, El bigote y Una semana en la nieve) y que se ha impuesto hoy como uno de los testimonios literarios más luminosos —por su abanico de temas y registro que transmite— en la narrativa de inicios del siglo XXI.
Líneas atrás se hizo referencia a la tensión de la escritura. En este punto, hay que resaltar la sección “Sigo sin morirme”, en donde se leerá, mientras Carrère perfila a su amigo y editor Paul Otchakovsky-Laurens, de los circuitos “prácticos” que forman la cimiente del hechizo de su prosa. Sin duda, de esta sección varios capítulos se convertirán en una publicación independiente, en una suerte de ensayo —sin necesidad de jerigonzas— que dé luces de la escritura literaria, el cual tendría que ser de lectura obligada para todo amante de la buena lectura y, principalmente, para escritores atribulados por los apuros del momento y las distracciones de la moda editorial.
Solo una mirada chata y poco leída es capaz de dictaminar la muerte de la narrativa del yo. Si se entiende por narrativa del yo aquella donde la exposición de conflictos humanos reales no está contemplada y solo hay admisión para el muestrario vital que regala innecesarias sensaciones de resaca tras ver la misma película infinidad de veces, pues hay que ponerse al día con el maestro Emmanuel Carrère y publicaciones como Yoga. Solo de esta manera se dejarán de lado no pocos dislates que últimamente dan por firmada la muerte de la inagotable cantera de la narrativa del yo, cuando lo cierto es que si se es honesta con ella, su lectura (y práctica) puede suscitar no pocas satisfacciones que van más allá de la experiencia literaria.
Yoga de Emmanuel Carrère es una irrebatible muestra de lo dicho.