La última novela de Karina Pacheco, El año del viento (Seix Barral, 2021), la confirma —una vez más— como una de las voces más importantes de la literatura peruana del presente siglo. A la fecha, Pacheco es dueña de más de una decena de libros de ficción, todos con atención de la crítica y, muy en especial, de los lectores. Si se habla/diserta/reflexiona sobre la narrativa peruana contemporánea, y no se tiene en cuenta la obra de Pacheco, es una total pérdida de tiempo.
¿Qué ofrece Karina Pacheco en El año del viento? Fiel a su principio de contadora de historias, esta novela es una exploración en el pasado de su personaje principal Nina, que es presa de un asombro que le genera el recuerdo de una mujer llamada Bárbara, hecho simple en su representación, pero que en la prosa de Pacheco sirve para ingresar a los pasadizos de la memoria, principalmente la suscrita a los años de la violencia terrorista y su impacto en las personas.
Es precisamente la memoria/el pasado, el factor presente en toda la galaxia poética de la autora. Al respecto, Karina Pacheco señala que “si estudié antropología con un fuerte énfasis en temas de historia, tiene que ver con una vocación probablemente personal. El tema de la memoria me interpela, me persigue y me despierta muchas preguntas. Difícilmente podemos entender quiénes somos como individuos y como sociedad si no entendemos ese pasado del cual procedemos, sobre todo si es uno con secretos, silencios o medias verdades. Me apasiona encontrar los ecos del pasado. Esos ecos que no resuelven las grandes preguntas que nos hacemos, pero si les damos una vuelta de tuerca a esas medias verdades, a los hechos sin resolver, a la doble moral… Esta es una obsesión que me gusta en abordar en novelas y cuentos”.
El año del viento está contextualizado en el periodo marcado por el terrorismo. Para los seguidores de la narrativa peruana del presente siglo, este es un tópico mayor —como tal, no estuvo libre de ataques, tanto a su sentido temático como a sus cultores por parte de ciertos autores que paseaban por los mercados metaliterarios y por las rifas de la narrativa del yo— que sigue generando discusión.
“El terrorismo es una herida no curada y lo vemos a diario. Por ejemplo, la facilidad con la que se terruquea a los que hablan de derechos humanos. En España trabajé en temas de derechos humanos y cuando volví a Perú vine muy normalizada al respecto, pero el tema de los derechos humanos se había convertido en temas de caviares, terrucos, y me preguntaba cómo es posible que algo tan elemental no se respete. El terruqueo en vez de desaparecer es cada vez más frecuente. No querer saber qué pasó ha creado una posverdad de lo que dice el Informe de la Verdad y Reconciliación. Genera tanto rechazo saberlo cuando este precisamente indica que Sendero Luminoso fue el que inició el terrorismo. Le hacemos un flaco al Perú cuando no queremos discutir estos temas. Este es un tema que nos sigue atravesando”.

Hurgar en el pasado ha llevado a la autora a hacer suyo —bajo sus propias coordenadas— algunos elementos de la tradición del policial enigma. Al respecto, El año del viento no es la única novela peruana que recoge insumos de la tradición de la novela policial, pero a diferencia de otras muestras que partían de una idea errada de la esencia del género, en Pacheco se percibe un uso muy puntual: el impacto de la búsqueda en el personaje y no en la trama. En este punto, la presente novela exhibe una tensión natural, un misterio que alimenta mediante gestos, el cual sirve también para la configuración moral de sus personajes, en especial los secundarios.
“Me gusta indagar en lo no resuelto, me gusta escarbar en los personajes que son secundarios. Hay personajes cuyas vidas pasan a segundo plano y a veces sin ellos no podemos entender el conjunto de lo que se está contando, de lo que quiere mostrar. Con el detalle podemos ver la dimensión del conjunto”.
Muchos lectores se preguntan si Karina Pacheco siempre ha sido la autora que es. Al respecto, hay que precisar que desde su primer libro de ficción —no se consignan sus libros de antropología—, la novela La voluntad del molle (2006), Pacheco mostró una alta calidad, que no se ha resentido en sus entregas posteriores. Lo que sucede es que para cuando Pacheco estalla en la escritora que conocemos, ya era dueña de cinco libros que fueron saludados por un puñado de críticos y por un ejército silencioso de lectores, que crecieron cuando sus nuevas entregas y reediciones empezaron a aparecer tras la publicación de su novela El bosque de tu nombre (2013).
Por eso, no pocos se sorprenden de la veloz referencialidad que para la literatura peruana ha adquirido Karina Pacheco. Sin embargo, para quienes vienen siguiendo su trayectoria, la atención mediática que genera su obra no llama la atención, porque este interés — sustentado en bases sólidas forjadas en el silencio— es consecuencia cantada de su trabajo.
“Escribo con mucha pasión. He encontrado en la literatura lo que siempre quise ser desde niña. He trabajado en muchos temas, pero siempre supe —desde los 13 años— que quise escribir una novela. Escribí una novela que nunca se publicó y tal vez esa novela de largo aliento 400 páginas en Word sirvió para sacar mi propia voz. Después de años la veo y está habitaba por el fantasma de las influencias. Quizá alguna vez le dé una vuelta de tuerca y la publique.

Al regresar a Perú, esta novela me ayudó a lanzarme a la escritura y escribí La voluntad del molle de un tirón y me di cuenta de que eso es lo que más me emocionaba en el mundo. La literatura permite que uno indague con la imaginación y con el lenguaje en traducir lo íntimo en medio del conflicto mayor. Esa propia pasión me da la gasolina para poder escribir.
Siempre la literatura ha sido el ancla en medio del caos. La literatura era la esperanza de que al final del día me iba a poner a escribir”.
Tras lo dicho, Karina Pacheco es una de las pocas voces autorizadas para sugerir consejos a todo aquel que quiera escribir, en especial para las mujeres:
“Que siga leyendo mucho y que se pregunte qué quiere con la literatura, no para que sepas cuán exitoso eres, sino para que sepas que lo que estás haciendo es bien importante. Si uno tiene la vocación de la literatura, tiene que estar seguro que aquello que va a escribir es importante. Si genera ecos o preguntas en las muchas o pocas personas que lo puedan leer, hay que ser exigentes con uno mismo.
Lo ideal para el escritor es que solo viva de su literatura, pero los viajes y trabajos que he tenido me sirven mucho para entender la humanidad, si no tienes calle o mirada, salvo que seas un Marcel Proust, la obra que hagas no va a rezumar vida, sonidos, esas cosas que cuando se intersectan en la literatura le dan esa tierra que se necesita para que se sienta que la ficción respira.
A las mujeres que quieren escribir les digo que nosotras nos leemos más. Muchas mujeres se me acercan y me dicen que este es el tipo de literatura que yo necesitaba, en donde las mujeres no aparecen como acartonamiento o personaje secundario, donde aparece el deseo de la mujer, la sensualidad de la mujer, la mujer compleja, no la mujer que está ahí para servir a las fantasías de bruja o mujer fatal con las que a veces se la dibuja. Ahí tenemos que explorar más y trabajar”.
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