Hace poco menos de un mes, el periodista y escritor español Fermín Goñi estuvo en Lima y presentó su novela histórica Un día de guerra en Ayacucho (Fondo de Cultura Económica), con la que cierra su trilogía sobre la independencia, proyecto conformado por Todo llevará su nombre (2014) y Los sueños del Libertador (2009).
Desde el título (guerra), la novela de Goñi proyecta sus rasgos épicos. No es para menos, el solo hecho de novelar esta histórica batalla requería de todos los ingredientes de la épica, y para tal propósito consigue matizar datos, situaciones y diálogos, estrategia decimonónica muy usada en la novela de folletín, por cierto.
En este sentido, Un día de guerra en Ayacucho escapa del tono pontificador de las novelas históricas de hoy, sin descuidar el rigor milimétrico que exige este registro. Esta es una novela que no solo entretiene en sus horrores detallados, sino que también enseña.

Por medio de Flora Barros, una rabona que bien podría ser la metáfora de los héroes anónimos de la gesta independentista, Goñi consigue presentar un mural de época fidedigno y, en especial, con sabor humano.
“Hay que tener en cuenta que esta es la tercera novela sobre la independencia que escribo y publico. Y faltaba la novela que hablara sobre la batalla de todas las batallas, la de Ayacucho. Y lo es por el lugar en donde se produce, por la personalidad de los mandos de ambos ejércitos. Nunca se había reunido tamaño ingenio militar, con tantas unidades. Ayacucho tiene toda la épica del mundo. Para escribir esta novela le dedicado seis años de mi vida a estudiar la historia de este periodo de la indepencia”, dice Goñi.
Aparte de la rabona Flora Barros, destacan personajes militares históricos, tal es el caso Antonio José de Sucre, figura medular en el triunfo patriota.
“Sucre es un personaje para enamorarse de él. Siendo muy joven se une a las tropas del general Santander. Sin tener formación militar, derrota a generales que le doblaban la edad. Ha recibido instrucciones precisas de Bolívar. Sucre es el hijo que le hubiera gustado tener a Bolívar. El amigo el hermano y el amigo que nos gustaría tener”.

Como una sombra silente, en medio de los cruces de las tropas en el enfrentamiento, otro aliento tanático recorre estas escenas, una suerte de maldición que marcó a los protagonistas de aquel enfrentamiento después del mismo. “Casi todos los que intervienen en la batalla Ayacucho fueron asesinados. Sucre, Bolívar, el presidente de Perú, Gamarra; a José de Canterac le dispararon en la cabeza en Madrid, a Córdoba lo asesinan sus propios compañeros. Hay como un grado de maldición. A uno les cuesta la vida, a los otros el prestigio y el honor”. Y sobre la participación de la masonería en el proceso libertador y sus consecuencias, Goñi es enfático: “La masonería no daba órdenes de este estilo”.
En cuanto al rigor que demanda toda novela histórica, Goñi indica que “me gusta la historia en general y busco mis propias fuentes. Para esta novela leí decenas de miles de páginas para hacer la novela. Es curioso, no existe ninguna novela que narre la batalla de Ayacucho. En novela histórica el rigor es máximo. No puedes inventar cosas que no se dijeron. Arnold J. Toynbee decía que para comprender mejor la historia es conveniente recurrir a los lugares naturales donde ocurrieron los hechos. Y eso fue lo que hice, recorrí los lugares en el que pasaron estas cosas. Pensar que esto está sucediendo en 1824 y no mirar con los ojos de 2021. Incluso recurrí a historiadores de la gastronomía para saber cómo se alimentaban los soldados y las personas que acompañaron a ambos ejércitos”.
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