Alonso Cueto es uno de los pocos escritores peruanos dueños de una obra que ha sabido transitar por la valoración crítica y el favor de los lectores (que a estas alturas, se cuentan por miles en el ámbito hispanoamericano). En este sentido, el autor dice que “el futuro de la literatura, de los libros, va a depender de los lectores, no de la academia, ni de la crítica, sino de los lectores. Cada lectura hecha, ya sea por placer, curiosidad o explorar una vida nueva es una manera de reescribir un libro. Un lector escribe el libro que lee. Los académicos tienen un papel importante, pero no van a ser decisivos en la supervivencia de los de los libros”.
Cueto es un autor de más de una decena de libros, en los que ha explorado tópicos como los conflictos de la clase media peruana y las secuelas de la violencia terrorista. Al respecto, hay una columna presente en toda su obra, que la fortalece y barniza: el amor. Sobre el amor en su poética, Cueto señala que “el amor para mí es uno de los grandes misterios de la vida. Me parece imposible explicarlo en términos claros y precisos qué mueve las consciencias de las personas que se enamoran. Es algo que siempre me ha apasionado, además, he sido un gran lector de novelas de amor. Toda la historia de la literatura es una serie sobre el amor, desde los cantos homéricos hasta la literatura contemporánea. Uno escribe novelas y cuentos sobre lo que no entiende, si lo entiendes no tienes por qué escribir sobre el amor. Si aún se escriben historias de amor significa que todavía no hemos terminado de entenderlo. Y efectivamente, Otras caricias es una historia de amor.
Otras caricias es una novela rica en personajes peculiares. Su protagonista, Albino Reyes, es un maestro de literatura que en los fines de semana se desempeña como cantante de valses. Reyes tiene una vida tranquila, pautada por el recuerdo de su esposa fallecida, hasta que en una noche conoce a la joven Andre Wunder, acontecimiento que hará repasar su vida, sobre lo que hizo y aún puede hacer a sus 60 años.

Si esta es novela que tiene al vals como eje, entonces su relación con la poesía es implícita. Sobre el aliento poético de Otras caricias, el autor indica que “hay una relación estrecha entre el vals y la poesía. Pinglo Alva no hubiera escrito esas letras sin la poesía modernista, César Calvo con Chabuca Granda, Juan Gonzalo Rose y la poesía de Federico Barreto inspiraron muchos valses. La poesía y la música hacen una exploración en el tiempo. La poesía es un sonido con un sentido. La literatura y la música comparten palabras, tono, ritmo y cadencia. Nunca he conocido a un escritor que no sea un apasionado de la música. La vocación de escritor y la vocación de música se funden, como le pasa a Albino reyes, que es profesor de literatura y cantante de valses.
En Albino Reyes es posible notar —una vez más— la cualidad mayor de Cueto como creador: la capacidad de asombro. En este punto, el reconocido autor precisa que “lo único que no podemos hacer los seres humanos, en especial los escritores, es perder el asombro. La creación ocurre a partir de experiencias y del asombro que estas nos producen. Es fundamental para todo tipo de personas. Por eso, tiene que haber algo del alma del niño que descubre el mundo en el creador. Además, uno puede asombrarse de lo mismo, yo me identifico con las personas que ven 10 veces una misma película o leen muchas veces la misma novela. Lo más importante no es conocer las cosas sino reconocerlas. Volver a disfrutar o aprender”.

La pandemia, la crisis sanitaria y política, se han convertido en un escenario desalentador para muchos jóvenes que anhelan forjar una trayectoria literaria. Siendo Cueto un autor que ha desarrollado su literatura en épocas de crisis —no olvidemos que su producción narrativa empezó en los movidos años 80—, él recomienda “que lo importante no es estar seguro de si se tiene talento. En sus diarios, Thomas Mann se pregunta si es un buen escritor. Lo importante no es eso, sino saber o sentir que esto es lo que uno quiere hacer por encima de todas las cosas. Lo demás ya es algo que vendrá o no por añadidura.
Hay un pasaje en las cartas de Emily Dickinson en donde hay un pájaro que canta y nadie lo escucha. Entonces Dios le pregunta al pájaro por qué canta cuando nadie lo está escuchando. Y el pájaro le responde que esto es lo que hago, es mi identidad, mi pasión, mi vida. Esta es una metáfora que inventó Dickinson para justificar su propia vida —vivió confinada en una habitación donde escribió algunos de los poemas más importantes de la lengua inglesa sin esperanzas de ser publicada o premiada—. Esa es una verdadera prueba de una vocación, saber que esto es lo que hacemos, que a esto nos dedicamos.
Nadie escucha pero seguiremos cantando, porque no estamos cantando para ser escuchados sino por una vocación, un deseo. A Borges le preguntaron por qué escribía y respondió que escribía para evitar el arrepentimiento que sentiría si no escribiera. Y Marguerite Duras —cuando se le preguntó lo mismo—, contestó que escribía para saber lo que escribiría si escribiera. En esa última frase está la idea de la literatura, como una exploración, una necesidad, un instante, incluso cuando nadie nos escucha”.