La obra plástica de Víctor Humareda (Lampa, 1920 – Lima, 1986) exhibe un inmarcesible poder de seducción. Un eco que causa en el visitante de su poética una identificación, y no solo con la representación de la misma, sino también con los contextos sociales y políticos en los que esta se germinó. “Para Humareda, el arte debía descansar en tres dimensiones: lo abstracto, lo simbólico y la fantasía, solo así se podía escapar de los peligros del naturalismo”, dice Alfredo Alcalde.
Sus palabras caen como anillo al dedo mientras recorremos la exposición “Dominar el color”/Ver la realidad” en la Galería Juan Pardo Heeren del Icpna del Centro de Lima. “Esta es una muestra antológica, no una retrospectiva, no están los arlequines y los desnudos. Lo que tenemos aquí es otro Humareda, uno inmerso en la vorágine urbana, social y cultural”, señala, y llegamos a un espacio marcado de la sala: la medición de su lugar de trabajo, el cual viene acompañado por un par de fotografías de Herman Schwarz. “Humareda era una persona muy retraída, amaba Lima pero había sido muy maltratado, es por eso que se fue a vivir al Hotel Lima en La Parada, quería estar cerca de la gente pero a la vez respetando su mundo creativo”.

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Esta exposición —con excelente curaduría de Víctor Mejía— estaba planeada para celebrar en 2020 los 100 años del nacimiento del artista y los 35 de su muerte. Pero la pandemia retrasó este propósito. “No deja de sorprenderme la cantidad de jóvenes que están conociendo esta otra faceta de Humareda”, indica Alcalde a la par que somos testigos de la destreza del artista en la siempre complicada técnica del dibujo. Y ¿a qué se debe la conexión de esta obra con los jóvenes? Alcalde no duda: “Víctor siempre estuvo atento a la producción de los jóvenes, y los animaba a aprender más, a nutrirse de la pintura, la filosofía y la literatura. Solía decirles que deben mirar la realidad y comprometerse con ella. Para él, en las escuelas de Arte había profesores, no maestros”.

Las resonancias de Humareda son saludadas hasta hoy, pero este reconocimiento ha arrastrado un prejuicio que esta exposición también desmitifica: la imagen del hombre díscolo, ocurrente e histriónico. “Ese es un Humareda que no se ajusta a la verdad. En vida le inventaron muchas leyendas”. Si la obra es un reflejo de la vida del artista, las pinturas y dibujos de la exposición nos ponen en bandeja a un trabajólico, prueba de ello, aparte de los recortes de prensa y catálogos, son las libretas que reflejan la pulsión obsesiva del artista. Un Humareda febril e incansable, y ajeno a los trascendidos. “Una obra como la de Humareda no la hace un borracho”, dice Alcalde convencido. Y le damos toda la razón.