Rompiendo la tradición de exposiciones veraniegas, el ICPNA ha hecho una considerable inversión para hacer la mejor antológica de un escultor clave en nuestra historia del arte, cuya obra, en su mayor parte, ha sido desarrollada en el exterior del país. El curador de esta muestra imprescindible es el italiano Massimo Scaringella, quien ha hecho una meritoria labor que analizaremos en otra edición. El espacio disponible nos obliga a ello.
Joaquín Roca Rey (1923-2004) pertenece a una generación de grandes artistas del siglo anterior, conformada por Szyszlo, Rodríguez Larraín, Eielson y Benjamín Moncloa, entre otros grandes que llevados por la apertura de los tiempos abrazaron la abstracción como el lenguaje de su momento histórico. Ciertamente todos le deben mucho al impulso del arquitecto Luis Miró Quesada Garland, quien a través de la Agrupación Espacio (1947) enunciaría los principios de nuestra modernidad, reflejada en el arte abstracto.
Fueron los tiempos de la mayor polémica en torno al arte, y los intelectuales más destacados se empeñaron en debatir cuál era la contemporaneidad en el arte del Perú. Los términos de las ideas fueron de un nivel altísimo que nunca se ha logrado repetir y sus conclusiones quedaron abiertas. Todavía nadie ha podido definir de manera concluyente qué es el arte peruano hoy.
Joaquín Roca Rey se formó en la Escuela de Bellas Artes de Lima e hizo prácticas con dos escultores notables: Victorio Macho y Jorge Oteiza, ambos forman parte de la historia del arte español. De Victorio Macho podemos ver en Lima el Monumento a Miguel Grau y de Oteiza, quien hizo de la escultura una exploración entre los límites del espacio y la arquitectura, la estela en homenaje a César Vallejo en la Plaza San Agustín.
Al egresar, Joaquín Roca Rey se dedicó a dar clases en Bellas Artes y posteriormente en la Escuela de Arte de la Universidad Católica cuando Winternitz la fundara en 1939. Cabría recordar que Roca Rey comprendió muy bien, desde sus inicios, la relación entre escultura y arquitectura, lo que lo llevó a dar clases en la Facultad de Arquitectura.
Los inicios de Joaquín Roca Rey fueron de un formidable refinamiento. Su clasicismo lo podemos ver en trabajos posteriores como el monumento a Garcilaso de la Vega en la Villa Borghese en Roma (1967) o el monumento a Simón Bolívar en la Universidad del mismo nombre (1970). Entre nosotros su principal obra pública, y donde evidencia mejor la influencia de ingleses monumentales, sobre todo Henry Moore, es el pórtico del cementerio El Ángel (1957), trabajado conjuntamente con Szyszlo por encargo de Luis Miro Quesada Garland.

En los años cincuenta, para cualquier artista, la Europa de posguerra era el centro del universo. Hacia allá partió Joaquín, al igual que la mayoría de sus compañeros. Después de largas estadías en distintos países, en 1951 llegó a Florencia para estudiar acuciosamente a Uccello y Piero della Francesca y los resultados en su obra se verían con posterioridad.
Al igual que Eielson, Joaquín encontró en Italia el centro de sus inquietudes. A partir de 1963 se dedicó a trabajar arduamente en Roma y desde allí se expandió hacia el resto el mundo. Pero no fue un autoexilio. Venía con frecuencia a Lima y solía exponer a partir de la década siguiente en Galería 9 donde Elida Román —sin duda la que mejor conoce esta obra en el Perú— solía mostrarlo con la frecuencia que él requería.
Allí vimos formidables bronces de fundición romana, de perfección imposible entre nosotros, pátinas intachables y espíritus renacentistas. Sus mármoles, de vetas extraordinarias, variaban de la arquitectura al combate hasta llegar a la genitalidad final.
Joaquín Roca Rey lo abarcó todo como un hombre del Renacimiento. Sus grabados en los que cita a Uccello evidencian sus preocupaciones que luego trasladaría a esas esculturas, particularmente en bronce, donde están reflejadas la guerra y la muerte. Y también el sexo. Siempre ligado a la muerte. Desde las armaduras hasta la geometría se aprecian erecciones ocultas pero no reprimidas. Por eso, cuando lo entrevisté para CARETAS en 1995, a propósito de su última gran exposición, El juego de ajedrez, hablamos del tierno pudor que había en esas piezas, donde la genitalidad masculina se integraba a la femenina con sutileza y precisión.
En un memorable encuentro entre Eielson y Roca Rey publicado en la revista Lundero, el suplemento cultural del diario La Industria (22 /07/1990), los artistas hablan sobre esta relación entre el sexo y la muerte:

“[JEE]: Existen, en toda tu obra, tres constantes perfectamente reconocibles: la presencia insistente de Thanatos, por un lado, y la de Eros, por otro; ambos indisolublemente unidos por un humor negro irreverente e iconoclasta. Sin embargo, en tus últimas piezas percibo un proyecto expresivo menos lúdico e irónico. Un poco como si, con el pasar del tiempo, tú avizoraras siempre más claramente el definitivo triunfo de la muerte, que todo lo congela y lo vuelve majestuoso, inmóvil, sereno…
[JRR]: Prescindiendo de las constantes que señalas (presentes y unidas en todas las culturas y épocas y en la memoria del hombre), Eros y Thanatos perduran naturalmente en mi labor actual aunque en forma menos evidente. Igualmente hay siempre, más que un «humor negro irreverente» diría un marcado acento irónico y ambiguo; iconoclasta sí, pero en ningún momento irreligioso, aunque esto pudiera parecer contradictorio. Será quizá un culto diferente, con intención desmitificante, pero siempre con predominio y preocupación de un espíritu religioso que es, precisamente, el que me lleva a tratar de expresar esa majestad serena, inmóvil o misteriosa a la que haces referencia y que da solo la idea del tiempo, del tiempo que pasa. De allí la búsqueda hacia formas más arquitectónicas, a manera de templos estáticos (y estéticos) en el espacio, pero que solo definen otras hormas precedentes”.
En la Bienal de Lima tuve el privilegio de invitarlo a hacer su última exposición entre nosotros. Traía a Lima un enorme medallón resultante de un encargo sacro en el que se apreciaba el clasicismo del gran maestro renacentista que siempre fue Joaquín Roca Rey.
Al año siguiente fallecería en Roma.