Hace poco escuché al comentador político Tucker Carlson refirirse así del fenómeno woke: ”No es que les importe la tierra, el agua o la vida silvestre, tampoco la gente; son solo un culto, una religión; de lo que se trata es que se sientan como buenas personas, con su autoridad moral reafirmada, automáticamente intercambiable por poder político y cash… “.
Woke, término asignado, por sus detractores, al conjunto de nuevos dogmas y regulaciones que están siendo impuestos globalmente en todos los aspectos de la realidad: biología, clima, sexo, raza, etc.; de manera sumaria, apresurada y sin contar con evidencia de las ciencias naturales o sociales que las respalde, Para ello, se presenta como protector de un grupo específico, el cual es presentado como “víctima” de algo inventado por ellos mismos. El denominador común es la instrumentalización de la victimización y la culpa. Por eso, discutir un dogma woke resulta siempre “culpable”, “negacionista” y “pone en peligro a alguien”.
No es de extrañar que algo así haya tenido recepción asidua en Perú, sobre todo en las agendas culturales de los “neomarxistas” locales y el LUM; teniendo eco en los actuales discursos culturales que, producidos en torno a las protestas, intentan presentarse como su brazo artístico e intelectual. Dogmas woke importados, como el del “racismo sistémico”, se han expresado en dicotomías como las de Puno/San Isidro, y, de manera concreta, en la agresión a la artista shipibo-konibo Chonon Bensho por manifestantes que arengaban contra el racismo.
Tambien hay dogmas woke de fabricación nacional, es el caso del “terruqueo”, acuñado durante la campaña electoral de Pedro Castillo, el neologismo luego fue investido de legitimidad moral y académica. Tema principal del reciente comunicado del LUM, titulado “Invocación” (4 de febrero 2023), lo define como “el uso reiterado de agravios que hacen referencia al periodo de violencia que sufrió nuestro país entre los años 1980 y 2000” y “vincular a ciudadanos que ejercen el derecho a la protesta con Sendero Luminoso sin pruebas fehacientes”. Pero hay algo raro aquí, el comunicado se refiere a Sendero en tiempo pasado: “Sendero Luminoso fue (¡!) una organización terrorista…”, prestándose así a sembrar, por omisión, un malentendido. El comunicado concluye invocando a “evitar el uso de la memoria con fines políticos”.
Pero la visión sesgada del LUM oculta que el “terruqueo” es solo uno de las varias formas en que se vincula a un conjunto de personas del Perú de 2023 con otras de los 90s.
Relacionar el accionar de policías, soldados e incluso ciudadanos, con la memoria de la dictadura es muy común ahora. Por ejemplo, este año me ha ocurrido por primera vez en mi vida ser referido como “fujimorista”, incluso “macartista”. Quienes lo hacen en realidad luchan contra aquello que llegaron a odiar tanto que terminaron pareciéndosele. No les queda sino derramar latas de sopa de tomate sobre las “Girasoles” de Van Gogh.
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*Reconocido artista visual peruano, cuya obra es saludada en Perú y el extranjero.