Por las actuales e inevitables circunstancias políticas, el libro Los cojudos de Sofocleto se impone como uno de lectura más que obligatoria. Ese es pues el poder que tienen los verdaderos clásicos, y este de Sofocleto, seudónimo de Luis Felipe Angell (1926 – 2004), lo es bajo todo punto de vista.
Como todo clásico, el destino de Los cojudos es la relectura y el descubrimiento/asombro para todo aquel que aún no lo haya leído. Al respecto, durante mucho tiempo, este título estuvo oculto editorialmente pero muy presente en el imaginario peruano. No es para menos, Sofocleto fue en vida un prolífico autor peruano (50 mil sinlogismos, 12 mil so(fo)netos y más de 30 libros) que destacó en cada género que cultivó. No hay que olvidar que fue un periodista febril y, en tal condición, no menos polémico.
Dicho esto, hay que precisar que Sofocleto fue uno de los autores peruanos más leídos del siglo XX. A saber, sus columnas periodísticas (a fines de los 70 fundó el diario Don Sofo) eran devoradas por cientos de miles de peruanos, tanto por los temas que trataba como por la manera en que los abordaba, proyectando en cada uno de ellos no solo una sabiduría letrada sino también una actitud desenfadada (humor corrosivo). Basta revisar esos artículos para constatar que Sofocleto no le temía nada y esta postura le trajo no pocos detractores a los no dudaba en responder.
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¿Qué es en realidad Los cojudos (el primer tomo del proyecto que Sofocleto llamó Enciclopedia de la conducta humana) más allá de la evidente provocación que suscita este título?, se preguntará el potencial interesado. Pues bien, no es lo que parece pero es lo que es: el tratado antropológico-social-psicológico más completo que se haya escrito sobre la identidad peruana. Y otras inquietudes de ineludible vigencia: ¿Por qué somos así? ¿Por qué nos pasa lo que nos pasa como sociedad? ¿Acaso solo nos queda la resignación y aguantar la catástrofe con humor? ¿Qué habría escrito Sofocleto de los peruanos de estar entre nosotros hoy?

Por ejemplo, cuando Sofocleto define a los “Cojudos de nacimiento”, dice lo siguiente, como para que el lector tenga una noción inicial de qué va esta obra maestra:
“A los de nacimiento es fácil reconocerlos porque empiezan a causar problemas desde que están en el vientre materno: buscan el útero por los riñones, se tuercen hasta medio estrangularse con el cordón umbilical, nacen a los seis meses (cuando pesan dos kilos) o a los diez (cuando ya tienen bigote y dientes), hay que extraerlos con fórceps o con grúa, se necesita darles veinte palmadas en el trasero para que griten y, si gritan por iniciativa propia, lo hacen con un sonido gutural parecido al de la lechuza perseguida o al del abuelito cuando puja en su lucha contra el estreñimiento”.
Tras varias décadas sin presencia en el circuito peruano, Los cojudos regresó por todo lo alto a mediados de diciembre de 2019, vía Planeta y bajo la edición de quien escribe esta nota. Y a fines de febrero de 2020, el libro pasaba a una primera reimpresión. Sin embargo, vino la pandemia (quincena de marzo de dicho año), que detuvo no solo la circulación de Los cojudos, sino también la de todas las publicaciones peruanas, para volver al ruedo una vez levantadas las cuarentenas.
Para tener una idea de quién fue Luis Felipe Angell de Lama y para acceder a un testimonio de primera mano de Los cojudos, CARETAS conversó con Allan Angell, uno de los hijos de Sofocleto, quien nos brinda un acercamiento a la intimidad de este autor clásico de las letras peruanas.
—Tu padre ostentaba una impresionante dimensión de trabajo. ¿Qué recuerdas de su método de escritura?
Recuerdo mucho la época del diario Don Sofo. Se publicaba todos los días salvo los domingos. Mi padre lo escribía entero y le tomaba cerca de tres horas hacerlo. Era bastante metódico y trabajador. En las mañanas se dedicada a leer todos los diarios nacionales, a leer su correspondencia (le llegaba mucha) y aprobar las caricaturas políticas de su equipo de dibujantes que partían y concluían en función a sus ideas. Luego salía a reuniones y almuerzos. A golpe de cinco de la tarde arrancaba a escribir en una máquina si mal no recuerdo IBM de color verde. Su mesa de trabajo era una mesa de ping- pong llena de papeles y sobres. Una vez, como regalo del Día del Padre, se la ordenamos con mi hermana y ¡casi nos asesina! Le tomó un mes desordenar todo de nuevo pero “mi desorden es mi orden”, nos dijo y comprendimos el horror de regalo que le dimos.

—¿Y cómo escribía?, ¿tenía algún tipo de costumbre para ello?
Escribía acompañado de un vodka con jugo de toronja y un café. Mientras mi padre escribía quedaba absolutamente prohibido hacer bulla o interrumpirlo. Sabíamos cuando había terminado en el preciso momento que sonaba un disco de Agustín Lara. Y cuando viajábamos escribía desde donde estuviéramos vía télex.
—¿Y qué impresión te suscita Los Cojudos?
En cuanto a Los Cojudos, me parece que es un libro que rompió esquemas en el Perú. La cojudez es definitivamente un tipo de conducta humana aplicable a cualquier sociedad en cualquier tiempo y espacio. Sobre todo a nuestro país al día de hoy.

—No es un libro de ficción, aunque lo parezca, lo cual nos una idea de su riqueza discursiva.
Más allá de la reflexión por decir filosófica del libro, lo que más me gusta de Los Cojudos es que es extremadamente divertido y gracioso. Creo que es el libro con el que más me he reído en mi vida. Además es, por decirlo de alguna forma, un libro colectivo. Un libro que se puede leer con la familia, con los amigos en la oficina. Nos hemos carcajeado más de una vez con mi grupo de amigos leyéndolo en voz alta, quizá al lado de una fogata o chimenea, como si fuera una guitarra en un campamento.
—Y en lo personal, ¿qué es Los cojudos para ti?
Me gusta mucho porque es el libro que más identifica la obra de mi padre. Es el libro sobre el cual me hablan todos cuando se enteran de que soy hijo de Sofocleto.
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