Seudónimo: El Sinchi
La sangre no ha perdido su aroma, sigue tan fresca en mi piel. La veo allí y en mí ropa, mis zapatos, pero también los veo a ellos, sus rostros altivos y las enormes ganas de comenzar el desbande.
Sentado bajo la sombra de la estatua, el momento parece llegar. No era la primera vez en sentirme tan acompañado. Qué lejos está el 2009, 2011, 2014, hasta ayer, siempre con los indignados, con su calor, su empeño, compartiendo juntos una utopía en la plaza.
Levanté la mirada hacia aquel hombre sobre su caballo. “¿Era la misma idea que recogiste, que alguna vez perseguiste? ¿Cruzar la cordillera de los andes y encontrar muchas inquietudes como las de ahora? ¡Qué bárbaro!”, me dije.
Por la esquina de Carabaya y el jirón de la Unión seguían llegando más banderas. Se confunden con una enorme marea. No pensé en verte la verdad, jamás imaginé verlos, así, juntitos. Cremas y amarillas, verdes y negras, blancas y negras, rojas y blancas, más rojas con blanco, la bicolor infaltable, un Túpac Amaru flameando -seguro eres tú flaco-, dos, tres, cuatro Ches, un corazón ardiendo, una A oscura, la U al viento, carteles y banderolas, jóvenes y adultos, todos bajo la parsimonia de los sikuris con su danza, su canto y su color. Cumpa qué tal, lo saludo a la distancia, allí vamos, le dije, pero no pudo verme, quizá por la multitud, ¿cuánta gente reunida? quizá sea cierto eso de “Todos somos uno, a una sola voz”.
¡Verdad!, estas acciones siempre demoran. Iré a ver libros, billetes viejos o cosas usadas, la zona no está tan lejos. AhJavier, hermano cómo han pasado los años, la verdad que los extraño mucho, a ti, a Denis, a Carlos, Paolo y Elvis ¿Cuánto se los extraña, vendrán hoy? Esta gente no respeta a nadie, ¿acaso están ciegos?
¡Qué rápido ha pasado el tiempo! Ha llegado más gente, mis amigos Zoneros se han perdido; es imposible ubicarlos; seguro Johana estaría contenta por tamaña convocatoria, y el Diego y Edwar planeando con algún “chocolate” cerca de una patota o un pinocho.
¿Dónde se habrán metido?, parece que ayer ayudé mucho con los heridos, me han ensuciado, pero no importa, así es mejor, esto es así. Ojalá que no haya manchado la cama del local ¿Cuántas veces me ha salvado? No recuerdo cómo llegué allí y no a mi casa. Mamá estará preocupada, pero ella sabe, ella conoce, ella reniega de mis pasos y de lo que hago “Ay hijito no debes meterte en eso” me repetía desde la mesa.
No sé dónde están, los he perdido, me he adelantado y regresado y no los encuentro como tampoco encuentro mi celular, mi mochila. Ya nos estamos acercando, seguro los veré allí coordinando acciones. Sí, lo que más me gusta, encantado, aquí tengo chocolate y una botella de gas, en mi mochila, ¡pero no llevo mi mochila maldición! No puede ser que no los encuentre ¡Estamos a cinco cuadras! Allí esta la primera línea, atenta y midiendo. Algo raro pasa con las arengas, jamás las escuché tan uniformes, tan al momento y con un mismo mensaje. Es extraño, hay muchas fotos en carteles. ¿Qué ha ocurrido?
No debo retirarme, debo seguir. Seguro más rato nos empatamos… pero qué veo allí, esa mujer me parece familiar, esa otra también, y esta otra, y esos chicos, y esta gente. ¿Cómo es que llegaron aquí? Existe una señal en esas caras que no me cuadra… ¿Y por qué llevan esos vestidos? Están sufriendo, cada una carga un letrero, una foto inmensa en la que me veo a mismo y pienso que puedo seguir siendo, que todavía no me he ido, que aquellas vidas por las que di la mía deben seguir adelante. Veo a esa mujer llorar y consolarse en las demás, veo a Kathy al fin prestarme atención en un suspiro terminal, veo a sus hijos a los que quiero como míos, veo a Johana y Diego ser felices tras alcanzar al fin la paz, veo a Yenni pensar en aquello que jamás le dije mientras la dejaba ir, veo a mis amigos viejos conmemorar un aniversario más de este día, veo a mis hermanos seguir en las calles, avanzando y cayendo. Me estoy alejando, y veo que la sangre en mi ropa, mis zapatos, ahora tienen una silenciosa explicación.