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Recordando a Edgardo Rivera Martínez

Por: Gabriel Ruiz Ortega | Breve semblanza de uno de los autores peruanos más importantes de las últimas décadas a razón de la edición definitiva de su novela cumbre "País de Jauja". Rivera Martínez fue el primer ganador del concurso El Cuento de las 1,000 Palabras de CARETAS en 1982. Habla su esposa Betty Martínez Castilla.

domingo 31 de julio del 2022
en Cultura
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Recordando a Edgardo Rivera Martínez

A la fecha, Edgardo Rivera Martínez está considerado como uno de los autores canónicos de la literatura peruana. (Foto: Víctor Ch. Vargas / Archivo CARETAS).

El 5 de octubre de 2018 falleció uno de los escritores más admirados y queridos de Perú.  No debería extrañar que se eche de menos a Edgardo Rivera Martínez. Por un lado, como autor fue extraordinario, dueño de un par de novelas que deberían ser de lectura obligatoria para todo aquel que se precie de lector entrenado o, simplemente, diletante: País de Jauja (1993, finalista del Premio Rómulo Gallegos) y Libro del amor y otras profecías (1999). Y por otro, se lo recuerda mucho por su calidad humana, atento para el consejo y, en especial, para esa cualidad cada vez más en desuso: el saber escuchar.

Este tremendo autor forma parte de la tradición de CARETAS. A la fecha no se puede entender la cuentística peruana sin la riqueza del crisol del concurso convocado por esta revista, El Cuento de las 1,000 Palabras. Este prestigio se debe, y totalmente, a la calidad de varios nombres tutelares de las letras peruanas. En este sentido, Rivera Martínez es fundamental en la construcción de la anatomía de este concurso, porque fue el primero en ganarlo en 1982, con un cuentazo: “Ángel de Ocongate”, el cual pueden leer aquí.

Rivera Martínez en la laguna de Paca, en Jauja. Foto: Omar Lucas.

El jurado de aquella primera edición del certamen estuvo integrado por Antonio Cornejo Polar, Julio Ramón Ribeyro, Blanca Varela y Mario Vargas Llosa. Para aquel entonces, el autor ya había publicado los cuentarios El unicornio, El visitante y Azurita, los cuales lo posicionaron en un lugar de expectativa, pero es con “Ángel de Ocongate” que su nombre comienza a sonar en una lectoría mayor. No hay que quemar cerebro: visto de lejos y de cerca, un jurado de lujo para un escritor de lujo.

Conocido como novelista y cuentista de verbo fino, diáfano y revelador, Rivera Martínez incursionó también en las crónicas de viajes y en la poesía. Si un detalle se puede percibir de su poética, esta es su total honestidad con su temática central: el mundo andino que en la revelación de la cultura edifica un diálogo con los tópicos de la ciudad. En esta señalada revelación, en ese cruce sin aparente conflicto, Rivera Martínez halló el nervio narrativo, que devenía en una conmoción atmosférica en comunión con la escritura en estado de gracia. Así era este autor, en la calma de su registro llevaba a los lectores a un recurrente cuestionamiento y asombro, es decir, a una experiencia literaria que los llevaba a tener otra mirada del Perú, a una identificación con la médula de cada uno de los circuitos invisibles de sus múltiples identidades.

1982. Edgardo Rivera Martínez fue el primer ganador del Concurso de las Mil Palabras. Foto: Carlos Bendezú / Archivo CARETAS.

Para tener más luces de Rivera Martínez, CARETAS conversa con Betty Martínez Castilla, su esposa, en presente, porque las personas no mueren hasta que las olvidamos.

Betty recuerda bien la ocasión en que conoció a Edgardo: “Había leído y releído su bellísimo “Ángel de Ocongate” y compartíamos raíces jaujinas. Sin embargo, la primera vez que coincidimos, en una reunión en casa de Víctor Delfín, no tuvimos ocasión de compartir algo más que un fugaz saludo”. Y al rato, sus recuerdos se presentan en el hechizo del detalle: “Más tarde, a mediados de 1993, Sur Casa de Estudios sobre el Socialismo, organizó un conversatorio sobre el Mestizaje al cual fue invitado Edgardo. Mi querida hermana Maruja en ese entonces era Coordinadora Ejecutiva de Sur, así que la acompañé al evento con mucha expectativa, pues en esos días me encontraba leyendo País de Jauja, toda una experiencia que me trajo una nueva mirada, para mí hasta entonces insospechada, que iluminaba y resolvía muchas confusiones personales, que exponía bellamente la posibilidad de un mestizaje feliz y una nueva perspectiva de país”.

Rivera Martínez en el salón de su casa en Jauja. Foto: Omar Lucas.

La publicación de País de Jauja significó todo un acontecimiento, además, llegó a ser elegida por la revista Debate como la mejor novela peruana de la década del 90. Se entiende que todo aquel interesado en la actualidad de la narrativa peruana debía leer esa novela, que suscitaba comentarios que corrían como un rumor contundente sobre la otra visión que Rivera Martínez proyectaba, presente a cuenta gotas en la tradición narrativa local: el panorama positivo y por largos tramos alegre entre culturas acostumbradas a ofenderse. En otras palabras, si había una novela peruana que era el tema de conversación de los lectores, esa era la de Rivera Martínez y Betty no fue nada ajena a esa corriente de opinión. “Esa tarde, ambos habíamos llegado temprano. Edgardo, porque gustaba estar a la hora, y yo, porque llevé a Maru, quien sería la anfitriona del evento. Así, nos encontrábamos frente a frente. Él, solo, sentado en el estrado. Yo, abajo, sola, en el auditorio, recordando conmovida su novela, su modo tranquilo cuando, apenas unos días atrás, estuvo en casa coordinando con Maru su intervención y apenas si pude saludarlo porque salía apurada a una reunión. De pronto vuelvo a ese instante cuando veo que así, a lo lejos, el escritor me hace una venia de saludo que respondí igual. Al punto bajó, se sentó a mi lado, y luego de intercambiar memorias de paisajes, calles, fiestas locales, la conversación recayó, como no, en la impresión que me había causado País de Jauja”.

1982. Edgardo Rivera Martínez, Mario Vargas Llosa y Enrique Zileri Gibson en la premiación del concurso El Cuento de las 1,000 Palabras. Foto: Carlos Bendezú. Archivo CARETAS.

El gusto por la lectura y la pasión por la escritura marcaron el sendero en el que se iniciaría una complicidad a prueba de balas. “Hablamos largamente, de sus personajes tan originales y que sin embargo yo sentía cercanos, de su percepción de todo un entorno que, incluso siendo familiar desde mi infancia, hoy me era entregado iluminado. En algún momento le confié que yo guardaba en la memoria algunas historias, que luego de leerlo, no tenía duda, solo podrían ser contadas con el lenguaje sencillo, poético y a la vez espléndido del que hacía gala en su novela. A su pedido, narré brevemente un par de episodios de mi niñez que escuchó con atención. Para mi sorpresa, con mucha seriedad señaló que yo tenía que escribirlos, y que debía hacerlo tal cual se los había contado. Que él haría un corto viaje a USA y que le gustaría leerlos a su regreso. Le comenté que si bien yo publicaba, eventualmente, breves artículos sobre sucesos culturales o de interés general en la revista institucional que en ese entonces dirigía, no se trataba precisamente de literatura. Mas, él insistió con firmeza y cortesía, y terminé prometiendo que lo haría y así fue. Los dos relatos fueron muy elogiados y formaron parte de mi primer libro, Más allá de la ventana”.

Caminando frente a su casa en Jauja. Foto: Omar Lucas.

La impresión de los lectores (aquellos que no lo conocieron) sobre el escritor está asociada a un hermetismo anímico en cuanto a todos los aspectos de la vida, como en lo literario, social y político. Al respecto, Betty señala que “Edgardo siempre estuvo atento al acontecer nacional y mundial, mas no quedó en la observación pues tenía profundo sentido de la justicia. Reservado y sensible, su compromiso con sus ideales lo llevó a participar activamente en diversas ocasiones, como en los años 90, junto a artistas e intelectuales como Víctor Delfín, Washington Delgado y el padre Gustavo Gutiérrez, entre otras personalidades. En el mundo académico, otros narradores, así como en la crítica en general y reconocidas entidades relacionadas con el quehacer cultural y social, Edgardo siempre fue acogido con gran respeto y admiración. Recordemos que su novela País de Jauja fue escogida como la novela más importante de la década, en una encuesta entre escritores y críticos realizada por la revista peruana Debate, en marzo de 1999. Este reconocimiento también puede verse en los afectuosos textos de los muchos amigos que participaron en el libro Edgardo, siempre Edgardo, que preparé para conmemorar el año de su partida”.

Edición definitiva de “País de Jauja”.

La esposa del escritor atesora una de sus cualidades, que la sigue sorprendiendo. “Su capacidad de concentración era admirable, y para mí incomprensible. Casi siempre escribía durante el día, muchas veces con interrupciones, sea para atender alguna llamada, recibir a visitas imprevistas o resolver una emergencia. Luego, sin ningún problema, regresaba al punto donde se había quedado y continuaba”. Y además precisa que “pese a la discreción que siempre lo caracterizó, tan lejos de la búsqueda de figuración alguna, la solidez y excelencia de su obra lo hizo acreedor a muchas distinciones y reconocimientos a lo largo de toda su vida”.

Rivera Martínez y su pasión por la música, tocando el piano en su casa de Miraflores. Foto: BMC.

Es verdad, en vida Rivera Martínez recibió importantes reconocimientos. “Edgardo fue nombrado miembro de la Academia Peruana de la Lengua; recibió la Medalla de Honor de la Cultura Peruana, concedida por el INC; el Premio Nacional de Cultura otorgado por el Ministerio de Cultura. La Casa de la Literatura Peruana, en el año 2013, celebró los 20 años de la publicación de País de Jauja con un Conversatorio y una exposición, donde figuraba la antigua computadora con la que escribió su más importante obra. Ese mismo año recibió el Premio Casa de la Literatura Peruana en mérito a su trayectoria y aportes literarios”.

Rivera Martínez fue un autor metódico y trabajador. Entonces, las preguntas sobre posibles proyectos que estaba escribiendo y que quedaron inconclusos resultan comprensibles. De ello, Bety Martínez Castilla dice que “lo último que estuvo trabajando Edgardo fue su novela Soliloquios. Cuando él partió, en octubre de 2018, supo que la novela ya se encontraba en imprenta. Se publicó, por Penguin Random House, en diciembre de ese año”.

Betty y Edgardo. Foto: Javier Zapata / Archivo CARETAS.

Rivera Martínez partió el 5 de octubre de 2018 y su relevancia literaria es cada vez más fuerte porque la luz de su poética ha seducido a lectores jóvenes. “Edgardo siempre accedió con mucho interés al pedido de reuniones de jóvenes universitarios, incluso también de colegiales. Disfrutaba de prolongadas charlas con ellos, se tratase de un trabajo de investigación, una tesis, o un trabajo escolar. Testimonios del interés que la obra de Edgardo suscitó y suscita hoy en día entre los jóvenes son, principalmente, los muchos artículos, ponencias, conversatorios, mesas de discusión y otros eventos organizados por estudiantes en los claustros universitarios y fuera de ellos. Viene a mi memoria, por ejemplo, aquel que organizó la Red Literaria Peruana en la CASLIT, su última actividad pública, en julio del año 2018, donde, a su ingreso al auditorio, fue ovacionado de pie por el público que abarrotaba la sala, en su mayoría estudiantes. También, cómo olvidarlo, el homenaje de Xauxa Tiempo y Camino, organización cultural que agrupa a jóvenes intelectuales y artistas jaujinos, que trasladó a Jauja la exposición que organizó la CASLIT en 2013. Fue tal la concurrencia y demanda de los colegios de la zona, que la exposición se tuvo que extender por tres meses más de lo previsto. En fin, sus libros han sido objeto de estudio en universidades de Europa y Estados Unidos, y merecido coloquios, conversatorios en torno a ella. Entre otros, puedo recordar el Seminario Tres Clásicos Peruanos dictado por Alfredo Bryce, en Madrid, donde Edgardo figuró con Julio Ramón Ribeyro y Mario Vargas Llosa. Varios de sus cuentos han sido traducidos al francés, al inglés, al alemán, al griego. También fue invitado de honor al ciclo de conferencias, El Poder y la Palabra en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla. Ha sido profesor invitado en el Institut d’Etudes Hispaniques de la Universidad de Tours, Francia; igualmente, en Dartmouth College, la Universidad de Iowa, Estados Unidos, entre otros”.

Leamos más la obra de Edgardo Rivera Martínez, no para conocerlo, sino para conocernos a nosotros mismos.

…

Algunos fragmentos del libro Edgardo, siempre Edgardo.

Mario Vargas Llosa

Querida Betty:

Veo por tu carta que el 5 de octubre se cumplió un año de la partida de Edgardo. Tengo siempre un recuerdo muy vivo de él, sobre todo de la época en que coincidimos en París, donde dimos largas caminatas conversando sobre literatura y sobre el Perú. Era una persona fina, discreta, de una cultura muy rica y una vocación literaria indesmayable. Era la época en que yo le daba vueltas a mi Historia de Mayta, que, como seguramente sabes, ocurre parcialmente en Jauja, y Edgardo, con su generosidad característica, me ayudó mucho con detalles sobre el paisaje, que llevaba prendido en la memoria. La verdad que no nos vimos mucho en Lima aunque nuestros raros encuentros fueron siempre muy afectuosos, y, aunque a la distancia, yo seguí siempre leyéndolo y admirando la delicadeza de su obra. Me apena que nos haya dejado.

Te felicito por preparar esa publicación con anécdotas y testimonios diversos sobre Edgardo, un escritor cuya obra, estoy seguro, estará viva siempre en la memoria de todos sus lectores.

Te envío un afectuoso abrazo,

Mario

Rossella Di Paolo

Azurita. Un recuerdo. El primero.

El amor de Edgardo Rivera Martínez por los paisajes andinos y por las rocas, los metales y cristales de nombres exóticos y fantásticas coloraciones empieza a verse en ese relato auroral, y continúa en otras narraciones; por ejemplo, a través de su personaje Mariano de los Ríos, cristalógrafo que protagoniza la novela A la luz del amanecer (2012). Incluso, la segunda sección de Del amor y la alegría y otros poemas (2015), lleva por título “Elementos” y reúne once breves poemas dedicados a piedras, cristales y metales.

Estas formaciones, con sus colores que destellan en forma maravillosa en contacto con la luz, y que existen silenciosamente en los fondos de la tierra, o sobre nuestras cabezas en nebulosas y planetas, parecen emparentarse con las criaturas fantásticas y elusivas creadas por Edgardo, como el ángel, el amaru, el unicornio, el fénix, el neblí…

Una vez más, Rivera Martínez unió universos, sentidos y fuerzas en su mano de demiurgo, la misma mano que “deslizó sus dedos por los filos y palpó las láminas al descubierto” de una hermosa azurita, cuya historia y nombre me evocan siempre al ser reflexivo, soñador y dulce que fue Edgardo.

Tomando el sol en su casa de Jauja. Foto: Omar Lucas.

Roland Forges

En este primer aniversario de su fallecimiento en que estoy tratando de ordenar en mi cabeza algunos de los viejos recuerdos de “investigador mochilero” resuenan en mis oídos estas palabras que no me parecen haber perdido nada de su vigencia ni actualidad: “…la literatura es y seguirá siendo en el Perú, más que en otras partes, y como entendieron Ciro Alegría y José María Arguedas, un modo de conocimiento y de propuesta”.

Edgardo era y es su obra narrativa: la autenticidad, la profundidad y sobriedad encarnadas, la limpieza del alma, la pulcritud del lenguaje y el contenido lirismo de su expresión, la secreta esperanza más allá de toda desesperanza que anidaba en su corazón. Es el Libro del amor y de las profecías hecho realidad.

Por ello Edgardo está presente entre nosotros. Salud Edgardo, como en los viejos tiempos de Grenoble, de Saint Martin d’Hères, de Tours y de las tierras de la “douceur angevine” del poeta renacentista  Joachim Du Bellay en las que tanto te complaciste según me confiaste en Lima,  desde estas serranías de mis Pirineos natales, que desgraciadamente no llegaste a visitar y que  ciertamente te hubieran recordado algunos hermosos paisajes de tu querido Valle del Mantaro, brindo nuevamente contigo con una copa de Apremont, ese vino blanco y seco de alturas alpestres, afrutado y ácido a la vez, de las rudas tierras de Savoie que probaste por primera vez y apreciaste sobremanera en esa prolongada noche abrileña de 1989 y que alguna vez compartimos juntos con tu querida Betty en tu departamento de Lima, sabiendo que es para celebrar tu morada en el parnaso de la inmortalidad.

En el País de Jauja ”brilla el sol y el aire es límpido, Clarísimo”.

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Tags: Edgardo Rivera MartínezMario Vargas LlosaPaís De Jauja
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