Pedro Castillo es un analfabeto para Mario Vargas Llosa. Resulta muy difícil rebatirlo a pesar de que el primero se considera un profesor de primaria que no se sabe muy bien dónde ni cuándo ha enseñado.
Lamentablemente, la mayoría de nuestro Congreso peca también de lo mismo. Resulta fácil de comprobar la ignorancia de señores y señoras de este hemiciclo, su falta de conocimientos, el predominio de sus intereses privados sobre el interés público y sobre todo la ostentación de una incultura que menosprecia la educación en nombre de un pueblo manoseado hasta el hartazgo. Para un ejemplo fíjense quien preside la Comisión de Educación.
Siempre me ha resultado muy difícil comprender las razones por las cuales el Congreso peruano no interpela y censura a un ministro de Cultura. Nunca se han interesado por el sector. Pero si en anteriores Congresos el desinterés podría achacarse a la mediocridad, en el caso actual la indiferencia con el sector linda con la inmoralidad.
El ministro Salas luce impuesto por el actual consejero aprofujimorista Daniel Salaverry para cumplir con la cuota de Somos Perú en el Gobierno. Lo censurable del caso es que al igual que otros ministros Salas es un ignorante del sector del cual es responsable. Basta tomarle un examen elemental sobre el tema para saber que sus conocimientos van encaminados a la cerrada defensa de Castillo.
Basta recordar el infame nombramiento de Ciro Gálvez y verlo disfrazado de Equeco, para comprender la importancia que le da este gobierno al Ministerio de Cultura. Debo admitir que Salas le resulta más útil a Castillo como abogado. Pero el problema es que el sector del cual es responsable cada vez más se desliza hacia un abismo del que con mucho esfuerzo podrá ser rescatado.
La cultura del Perú de hoy no depende de un ministerio. Está en manos de todos los trabajadores e intelectuales que honran una tradición histórica de la cultura nacional. Una vergüenza.
Juan Javier Salazar
Uno de los mejores libros de arte que he tenido oportunidad de leer es uno que rescata la memoria de uno de nuestros artistas más iconoclastas y más representativos de la ruptura de la convencionalidad: Juan Javier Salazar.
Con un texto brillante de Mijaíl Mitrovic –uno de nuestros teóricos de mayor interés y menos adictos a la figuración–, Un Fabricante de figuras-Historia y forma de Juan Javier Salazar ha contado con la edición de Miguel Cordero, uno de los artistas más destacados de su generación y cuya relación con JJS no solo es personal sino también conceptual. Ocurre que Cordero vive en Arequipa y suele ser olvidado en las grandes exposiciones que cuentan con curadores y es pasado por alto cuando se trata de hacer algún envío internacional. Quizás él pueda explicar la razón por la cual se critica la hegemonía de Lima sobre el interior del país a pesar de que en esta ciudad son los migrantes los que se han encargado de dibujar su nuevo rostro.

Si tuviera que ejercer una labor curatorial no dudaría en darle prioridad a una obra que para mí reúne algo muy difícil de encontrar en otros artistas. Esa fusión de intensa peruanidad con un cosmopolitismo contemporáneo que ha perfilado sus obras más complejas, como el actual “Tejido de chompa para un avión” que puede encontrarse en este link: https://www.facebook.com/miguelalonso.corderovelasquez/videos/310565931238449
Escribe Mitrovic:
“Artista conceptual, no objetualista, (pos)conceptualista, antiplástico, artista contemporáneo, practicante del “pop achorado” o del “arte crítico”, etc. Las categorías mencionadas han servido como pauta para diversas interpretaciones academias, curatoriales, periodísticas y espontáneas del trabajo de Juan Javier desde los ochenta… No abogo aquí por una entrada empirista al fenómeno artístico, sino por una interpretación que sepa recoger algo de la obra para interrogarla y que, en todo caso, no lance hacia la búsqueda de categorías más generales que me permitan ubicar su trabajo en la historia del arte, como la mencionada línea arriba, y que, desde ahí, reclamen atención hacia la complejidad que Juan Javier exhibía en su vida cotidiana”.
Discusión estéril
En respuesta a una nota publicada por Aldo Mariátegui en Peru21 sobre la película Un mundo para Julius, su productora, Natalia Sobrevilla, se toma la molestia –inútil– de responderle en el blog Jugo de Caigua. La acusación de caviar que le hacen es absolutamente idiota. La película simplemente es una pésima adaptación de la novela al cine, aprobada previsiblemente por su autor.
Las comparaciones que hace Sobrevilla entre cine y literatura son acertadas. Un texto es solo un punto de partida para el director, así sea una novela emblemática en el país. Pero lo que no dicen Mariátegui ni Sobrevilla es que la película es muy mala. No se puede hacer adaptación alguna con un guion tan mal escrito y una edición tan rutinaria. La dirección de actores está ausente y no hay un solo personaje verosímil.
Un mundo… se prestaba para una gran película o quizás mejor una teleserie de ocho capítulos que analizara a los personajes, su contexto y el Perú de una época hoy inexistente. Pero la directora carece de la pericia para lograrlo. El final parchado es tan burdo que un aficionado de colegio de primaria lo hubiera hecho mejor. Ese salto con drones de una casa con piscina de las casuarinas –tan distinta a las locaciones el Museo Pedro de Osma– hasta el ominoso muro de Pamplona es tan falsa, tan impostada, tan cliché, que mueve a la ira… o a la risa.
La película no es caviar, ni cojudigna, ni de derecha bruta achorada. Esta versión cinematográfica de la novela es simplemente ofensiva. De lo contrario pueden preguntarle a cualquier crítico de cine por qué han mantenido un piadoso silencio.