A pesar de la crisis económica, del desastre político que desanima a cualquiera, con mayor razón cuando se es creador, resulta estimulante la aparición de espacios artísticos alternativos. Pensemos en la Galería Martín Yépez del Centro de Lima y en Fisura Galería de Barranco. Ambos proyectos son gestionados por jóvenes y nuevos talentos con ansias de forjar una obra sólida, sin embargo, el espacio —también en Barranco— que se inauguró el pasado 19 de abril, Tamarindo, exhibe un dato a tener en cuenta: es el taller del reconocido artista plástico Armando Williams. O: el corazón de su furia creativa.
Williams y el también reconocido Ricardo Wiesse exponen Wiesse/Williams en Tamarindo. Si hay una definición para esta muestra, dispuesta como un diálogo espacial —sus cuadros están intercalados— signado por la elasticidad lírica de la línea en el lienzo, esta sería la siguiente: una experiencia psicodélica. Sin exagerar.
“Este es un espacio dedicado al arte, no al mercado del arte”, dice Wiesse, convencido del cantado aporte que ofrecerá Tamarindo. “Deseaba un lugar en el que los artistas muestren y vendan sus obras, pero también uno en el que puedan discutir, dialogar”, señala Williams. En ambas impresiones, un lazo común: actitud, pero esa de los que saben y que no callan por cálculo.
“Los artistas deben discutir, no deben estar ajenos a la realidad, este es un tiempo para hacer cosas valiosas”, dice Williams, quien al igual que Wiesse, no se la cree: “El reconocimiento es algo que va y viene. No nos interesa, solo queremos seguir creando”. Por lo dicho, Tamarindo aspira a ser un punto de crítica activa.
Sobre este aspecto y consultados por la destrucción en Huanchaco de “La máquina de arcilla” de Emilio Rodríguez Larraín, Williams no entra en digresiones: “Es una vergüenza. Rodríguez Larraín debe estar en entre los cuatro o cinco artistas visuales más importantes de Perú”, precisa. “Nuestro patrimonio cultural está siendo tratado como un estorbo por el negocio inmobiliario, miremos el peligro que corren las huacas”, indica Wiesse, cuya idea es reforzada por Williams: “El Ministerio de Cultura está igual que todos los ministerios: demasiado inútil. Hay que trabajar en una educación integral y concientizar sobre la protección de nuestro legado cultural”.
Maestros, a secas.