Es verdad. Las crónicas que componen El descuartizador del Hotel Comercio (1995; Planeta, 2022) son atractivas. Cada una exhibe su propio grado de degradación, su dato escondido/abierto, su particular oscuridad. Sin embargo, la data no las perenniza, sino el toque, la personalidad, la epifanía de la prosa que condensa el hecho factual y la reflexiva especulación.
“Existe lo ficticio y lo verdadero, pero en la instancia de la escritura eso se borra muy rápidamente. Hay una verdad personal más fuerte que la verdad fáctica”, dice Luis Jochamowitz sobre la verdadera protagonista de esta celebrada publicación.
Todas las historias de El descuartizador…, como se sabe, parten de una intensa búsqueda en archivos y hemerotecas, y lo que siempre ha atraído a Jochamowitz del crimen es su carácter extremo que “capta el tiempo y lo materializa, el tiempo percola todo. En el crimen lo hace de una manera especial porque queda en la memoria del lector”.
Jochamowitz refuerza dato que refuerza con un recuerdo:
“Mi padre me contó la historia de Toribio Franco y Tomás Maldonado —“Corta temporada de crimen y cacería”—. Esta es una historia que la escuchas una vez y se te queda para siempre”.

Pues bien, bajo esta precisión el autor señala lo siguiente:
“Si te metes en una hemeroteca sin un derrotero previo, no vas a encontrar nada. A mí me mueve la curiosidad. Siempre me ha gustado encontrar mis historias en archivos. He escrito estas historias no por lo importante, las he escrito porque me gusta escribirlas. Intento que mis textos sean reconocibles, que no estén pasteurizados. Quiero textos valiosos por sí mismos, no por la información. La información es un lastre para la escritura. Trato de dar un punto de vista, mi mirada, casi siempre a los detalles laterales, que es lo que me llama la atención”.
Quizá en esta última respuesta, se halle la médula de la poética Jochamowitz. A saber, una lectura paralela de El descuartizador... podría conducir al lector a los terruños de la ficción.
“Cada vez le tengo menos cariño a la ficción y no ficción. Me parece que los bordes se han borrado mucho desde que empecé a escribir en los 70. Busco crímenes que trasciendan y marquen una época. El caso Banchero, por ejemplo, es muy emblemático para quienes vivieron en los 70. Cada década tiene su crimen que la refleja y me gusta entrar a estas historias ofreciendo mi opinión”, indica el autor que prestigia una cualidad extrañamente no muy desarrollada en la literatura peruana y en la que descansa la fuerza de su registro: el humor/la ironía.
“El humor es central para la escritura que quiero hacer. El humor es poderoso, te recarga. Con humor puedes hacer una historia atractiva de un crimen del pasado y contemporáneo sin dejar de ver la violencia”, precisa Jochamowitz, para quien además el chisme —esencial en la configuración de personajes— “es la historia secreta de las personas, todo se olvida excepto el chisme”.
Jochamowitz sentencia: “Lo único que me interesa es el lenguaje. El resto son chucherías”.
Maestro.