El último libro de Juan Carlos Méndez, la novela Cierre de edición, contiene elementos que sin duda hay que saludar: su agilidad narrativa, por ejemplo (quien escribe la leyó en tres horas y no me arrepiento del tiempo invertido). También muestra una más que eficiente presentación de escenarios y personajes marcados por la desesperación del día a día y las ansias por trascender en el oficio que les toca, como el periodístico.
Un lector informado y atento, se dará cuenta de que esta novela está inspirada en CARETAS, medio en el que Méndez se desempeñó como periodista cultural durante diez años.
Méndez nos presenta al señor poeta, un periodista que se despedirá de su centro laboral, para irse a Alemania, con una nota bomba —sobre el caso de Walter Oyarce, el cual le traerá problemas con la gerencia de la innominada revista— y mientras lo hace, también intentará solucionar algunos conflictos emocionales en los que se mezclan el amor, la amistad, el sexo y la ética del oficio.

Sin embargo, el personaje del señor poeta es demasiado “bacán”, digno, aterradoramente impoluto para llamarse periodista, injustificable para ser un personaje literario por inverosímil, laxo y previsible, sosteniendo su configuración precisamente en la interacción con los personajes que le acompañan. Sin ellos, el señor poeta se desvanece.
¡¿Y por qué se desvanece?! Preguntará seguramente algún editor indignado. La respuesta está, como tiene que ser, en el mismo texto: al señor poeta le falta humanidad. Es un personaje al que le han prohibido la exhibición de sus miserias (es un calco más, un eslabón de esa cadena de protagonistas masculinos signados por la posería y la esforzada exhibición de “proezas”, perfilados por no pocos compañeros de generación que han visto, pese a las advertencias, en la repetición del estereotipo y el aburrimiento un mérito).
El señor poeta moja a todos —no así a sus causas inmediatos—, pero él no quiere mojarse, menos burlarse de sí mismo y mucho menos humillarse, como sí lo vemos en los personajes protagónicos de Jaime Bayly en Los últimos días de La Prensa y Alberto Fuguet en Tinta roja, apreciables novelas sobre el espectro periodístico.
Cierre de edición es una novela divertida/entretenida por su atmósfera, mas su tratamiento sí dejó mucho que desear.