Es una librería laberíntica con pasillos estrechos y techos altos con centenares de volúmenes que se apiñan en el suelo, en las mesas, que rozan el techo en viejas estanterías de madera. Una escalera roja, estrecha y crujiente conduce al segundo piso lleno de estantes abarrotados de libros que no se venden; están ahí para que los visitantes se entreguen a la lectura tumbados en un viejo sofá. En una pequeña esquina hay un piano antiguo y en el rincón opuesto, una vieja Olivetti en la que los turistas pueden sentarse a escribir emulando a Hemingway en el París bohemio de inicios del siglo XX. Muy cerca, en una suerte de cabaña de madera hay una cama donde duermen escritores jóvenes que llegan de cualquier parte del mundo y se alojan a cambio de unas pocas horas de trabajo. Pintadas en una de las paredes, unas líneas atribuidas al poeta William B. Yeats reflejan el espíritu generoso de su fundadora: “No seas inhospitalario con los extraños. Puede que sean ángeles disfrazados”.

La librería fue inaugurada por George Whitman con el nombre de Le Mistral en 1951, y se convirtió en Shakespeare and Company en 1964, en homenaje a la legendaria librería de habla inglesa fundada en 1919 por Sylvia Beach que, entre otras cosas, había publicado el Ulises de Joyce cuando nadie quiso hacerlo por considerarla “pornográfica”. En el espíritu de los locos años 20, Sylvia acogió, en su local de la Rive Gauche, a los intelectuales de la llamada Generación Perdida, escritores exiliados en Paris como F. Scott Fitzgerald, D.H, Lawrence o Ernest Hemingway quien dedicó un capitulo a la librería en Paris era una fiesta. Era entonces una mezcla de librería y biblioteca frecuentada también por mujeres deseosas de emanciparse intelectualmente en una época en que la lectura era considerada un peligro para su genero. Una de ellas era Gertrude Stein, la escritora americana, conectada a los grandes artistas de la época. Para muchos de ellos, Silvia era como una hermana. Les daba apoyo económico, les guardaba el correo, les prestaba libros y a veces se los regalaba. “Nadie me ha ofrecido nunca mas bondad que ella”, escribió Hemingway.
Si la fundadora estuvo vinculada a la Generacion Perdida, George Whitman atrajo a fines de los cincuenta a la generación de los“Beatniks” y a muchas figuras célebres que vivieron en el Paris rebelde de los años 60. Por entonces Shakespeare and Company ya funcionaba en un pintoresco edificio del siglo XVII a orillas del Sena en el corazón del Barrio Latino. Por ahí pasaban Allen Ginsberg, William Burroghs, Anais Nïn, Bertolt Brecht, Henry Miller, Samuel Beckett y algunos latinoamericanos ya famosos que residían en Paris como Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. Imaginamos a Julio Ramón Ribeyro, anónimo y discreto, recorriendo los pasillos pasando los dedos por los lomos de los libros.

Hasta su muerte en 2011, a los 98 años, George Whitman llevó el timón de esa “utopía socialista disfrazada de librería”, como le gustaba llamarla. Su hija Sylvia, a quien llamó así en honor a su fundadora ha tomado las riendas del negocio dando cara al comercio electrónico. Adaptándose a los nuevos tiempos Silvia reorganizó la librería sin cambiar su orden natural. Abrió un café en el local contiguo y ha creado una tienda online. La pagina web ofrece un amplio programa de actividades y en el segundo piso de la librería se continua la antigua tradición de ofrecer recitales públicos y presentaciones de libros de autores jóvenes.
Con una caída del 80 por ciento de las ventas este año y tras la imposición del nuevo confinamiento en Francia, la librería envió un mensaje a sus clientes para avisar que su futuro en este fatídico año no estaba nada claro. La respuesta fue “una ola de amor” según su propietaria. En total se han recibido carca de 5,000 pedidos en menos de una semana. Silvia Whitman asegura que gracias a ellos Shakespeare and Company podrá sobrellevar la crisis varios meses más.

Hace meses que en la plazoleta frente a Notre Dame ya no hay turistas ni curiosos que se detienen unos minutos para tomarse un selfie en la librería que se hizo mundialmente conocida gracias a películas como Antes del atardecer y Medianoche en París donde se filmaron algunas escenas. Pasará un buen tiempo para que los amantes de la lectura lleguen para internarse horas en esa suerte de templo literario y llevarse un pedazo de la historia de ese París literario con el que sueñan miles de lectores.