Sin duda, estamos ante una de las realizaciones más admirables del poema en prosa de lengua española: Variaciones Victoria (Lima, Máquina Purísima), de Carlos López Degregori (Lima, 1952); espléndidamente publicada como un libro-objeto, acompañada de una “Galería de imágenes”, en las que López Degregori explora la caligrafía y el componente visual de la página.
Autor de uno de los universos creadores más personales y complejos (rehace libremente el legado artístico y cultural de Occidente y Oriente, sobre todo los aportes de la Modernidad y el Vanguardismo) de la poesía hispanoamericana actual, reunida bajo el título espléndidamente insular de Lejos de todas partes (1ª edición: 1994; 2ª, ampliada: 2018), López Degregori sobresale como cultor de la textura híbrida del poema en prosa: narrativo-reflexivo-lírica, siendo lo lírico lo que predomina debido al vuelo visionario y el esplendor estético de sus asociaciones e imágenes.

Su dominio del poema en prosa puede percibirse ya en El hilo negro (2008); ahora, alcanza una maestría subyugante en Variaciones Victoria, cumbre de la matriz tanática de su mundo creador. Esta vez bautiza con el nombre de Victoria a un cráneo, a la vez Ella y El, incluso “hermafrodita” (p. 19) como un caracol, cuya concha vacía semeja un cráneo (p. 15). Es decir, la victoria final de la muerte: “recuerda que eres mortal” (p.11). A punto de cumplir 70 años de edad (el “camino” completo de la existencia, en la óptica clásica) y jubilado de la docencia universitaria, sabe que “a partir de los setenta solo hay quietud, espera, inminencia” (p. 71). Más aún, el cosmos todo está sometido a lo que José Gorostiza llamó una “muerte sin fin”: “Ahora sé que la oscuridad entre las estrellas es una consecuencia de la gran explosión, los astros huyen vertiginosos de su origen alejándose unos de otros. El universo está muriendo” (pp. 45-46).
Como la cabeza de Orfeo despedazado por las bacantes, canta 32 fragmentos (32 son, también, los alveolos huecos de la mandíbula de un cráneo) que remiten a las Variaciones Goldberg de Bach, y que constituyen una “nadiente voz” (muriente y no naciente, voz de nadie, p. 77), con la armonía de las esferas en sus encantadoras variaciones, las cuales nos invitan una y otra vez a la relectura.