El gobierno de Pedro Castillo es literalmente una pesadilla. No solo porque el mandatario está siendo investigado por corrupción —hecho que es relativizado por sus defensores y por aquellos que lo apoyaron en las elecciones y que se resisten a aceptar esta desgracia entiempo real—, sino por un factor que ya debería formar parte de la agenda de debates: la galopante destrucción del aparato estatal. Si se anuncia una gran crisis para el 2023, esta vendrá principalmente por esta segunda vía.
En estos 17 meses de gestión presidencial, uno de los ministerios más maltratados es, bajo todo punto de vista, el de Cultura.
Veamos el racimo, aquí los ministros del sector a la fecha:
Ciro Gálvez (29/7/2021 – 06/10/21).
Gisela Ortiz Perea (06/10/2021 – 01/02/22).
Alejandro Salas (01/02/2021 – 08/02/2022 y 08/02/2022 – 05/08/2022).
Bettsy Chávez (05/08/2022 – 25/11/2022) y
Silvana Robles (25/11/2022).
Las comparaciones son inevitables: ninguno de los elegidos por Castillo para este ministerio está a la altura de los ministros de Cultura de las anteriores gestiones de gobierno. Al menos con ellos cabía la posibilidad de discusión más allá de su demagogia discursiva y se tenía la certeza de que los funcionarios sí tenían ideas/impresiones/nociones de cómo transitaba la burocracia cultural en el aparato estatal.
CARETAS ha solicitado en más una ocasión entrevistas con cada uno de estos ministros. Las gestiones avanzaban, sí, pero se trababan cuando pedíamos tocar el siguiente tema: la protección del patrimonio arqueológico y arquitectónico de la Nación a razón de las denuncias que recibíamos sobre el gran negocio que no pocas empresas inmobiliarias, traficantes de terrenos y empresarios amantes de lo ilegal estaban hacían con casonas, huacas, parques históricos, et al. en alianza con malos funcionarios de este ministerio. Es decir: en la entrevista con el encargado del sector, las palabras serían insuficientes, estas debían estar avaladas por la documentación pertinente ante la gravedad de las denuncias.

Veamos:
¿Qué planes tiene el Ministerio de Cultura para proteger el Complejo Arqueológico Wari —tiene 600 hectáreas, de las cuales solo se conoce el 10 por ciento—, no solo amenazado por traficantes de terrenos, sino por las ladrilleras ilegales que salivan por su tierra y roca?
Otro caso: ¿está perfectamente protegida La Ciudad Sagrada de Caral-Supe, que cuenta con 626 hectáreas, de los traficantes de terrenos?
Y los ejemplos pueden seguir hasta formar una cadena que refleje lo obvio: la total desprotección del patrimonio.
Se podría creer que estos son aspectos que van más allá de la gestión cultural. Esa es pues la narrativa que se ha estado vendiendo durante años en este ministerio —al que habría que monitorear siempre por ser extremadamente complejo en su estructura— para no chocar con los intereses ocultos en el mismo (solo así se explican los extraños permisos de demolición del patrimonio arquitectónico), cuando su función es proteger políticamente este patrimonio que inescrupulosos quieren desaparecer a toda costa.

Este es un problema que muchos ministros de Cultura —aves de paso— han tenido que afrontar. Algunos lo hicieron con dignidad, otros no. Sin embargo, nunca antes el patrimonio arquitectónico e histórico ha estado tan desprotegido como en esta gestión presidencial. Castillo nos ha obsequiado ministros de Cultura peculiares: de demagogos como Ciro Gálvez a parlanchines como Alejandro Salas. En todas las variantes y colores de los hits de la gestión cultural de sus ministros, la protección del patrimonio ha sido tratada con evidente desprecio. Algunos podrán creer que es por ignorancia, pero la ignorancia deja de ser tal cuando hay dinero, muchísimo dinero fluyendo desde hace muchos años.
Castillo acaba de nombrar a la congresista Perú Libre Silvana Robles en el cargo de ministra de Cultura.
Visto de lejos y de cerca: esta designación parece una provocación.
Es evidente que Robles no reúne los requisitos para ocupar este puesto, pero ese no es el problema inmediato, sino lo que hará ante esta problemática patrimonial, que requiere más de actitud y voluntad que de conocimiento técnico. En su cargo de ministra de Cultura, ¿Silvana Robles protegerá el patrimonio cultural de la Nación con el mismo ahínco que defiende a Cerrón y Castillo? La sola pregunta genera pesadillas, pero ese es el escenario en el que nos sitúa Castillo cada vez que nombra a un ministro.