La nueva lista Granta, Los Mejores Narradores Jóvenes en Español, sigue generando atención crítica y mediática desde su anuncio público el pasado 07 de abril en el Instituto Cervantes. Jurados de la talla de Chloe Aridjis, Horacio Castellanos Moya y Rodrigo Fresán, escogieron a 25 autores de una nómina de poco más de 200 postulantes. Distintas nacionalidades y diferentes poéticas componen esta muestra final de la nueva narrativa escrita en español, pero a la vez, un denominador común les brinda una coherencia unificadora: la apuesta de los jóvenes narradores por la épica de las periferias.
La reconocida editorial Candaya ha sido la responsable de la publicación de esta segunda lista Granta. Sobre el particular y otros temas de interés literario, CARETAS conversa con Olga Martínez y Paco Robles, adalides de Candaya, quienes desde España nos dan cuenta del debate que está surgiendo en torno al libro y de la recepción que ha tenido entre sus primeros lectores.
—Entre las últimas publicaciones de Candaya sin duda, una de las más interesantes y esperadas, ha sido la antología de la segunda lista Granta. El libro ya salió y ahora mismo confirma la proyección de muchos autores jóvenes y da luz a otras voces. Como editores, ¿cuál es su perspectiva de la literatura joven escrita en español? Tengo entendido que ustedes ya habían apostado desde antes por algunos de ellos.
En la lista de Granta 2021 hay tres autores de nuestro catálogo: Mónica Ojeda, de quien publicamos Nefando (2016), Mandíbula (2018) y el poemario Historia de la leche (2020); Cristina Morales, con Terroristas modernos (2017) y Alejandro Morellón, cuya primera novela publicamos en 2019, Caballo sea la noche, y del que en 2021 reeditamos su libro de cuentos El estado natural de las cosas, con el que obtuvo el Premio Internacional de Cuento Gabriel García Márquez. Una de las señas de identidad de Candaya ha sido la de buscar voces disidentes, escrituras que ofrezcan una mirada ahí donde la vida se oscurece y, a la vez, se ilumina, y así es la literatura de Mónica, Cristina y Alejandro.
Es muy difícil predecir hacia dónde va la literatura y, a menudo, muchas de las tendencias que se señalan tienen que ver más con el mercado que con la literatura en sí misma. Creemos en la riqueza inagotable de lo plural y por eso nos ha interesado tanto la literatura hispanoamericana, por esa estimulante y sorprendente diversidad que te permite transitar de la literatura reflexiva de Daniela Alcívar a la literatura escrita desde las vísceras y la rabia que singulariza el personalísimo realismo sucio de Sergio Galarza. La literatura joven en español, se define por esas variedades y diferencias, y la 2ª selección Granta lo demuestra con mucha claridad.
—Lo que llama la atención en el trabajo de un editor es el riesgo o las apuestas literarias por autores aún no tan conocidos a los que se pueden ayudar a despegar por la valencia de su trabajo. En ese sentido, ustedes son casi esa última camada de editores que salen a cazar y están atentos a lo que se hace tanto en España como fuera de ella. ¿Cuán importante es que un editor salga de lo seguro y arriesgue?
Nos gusta leer, y por tanto publicar, una literatura manchada de realidad que explore, sin límites, tanto las incertidumbres y heridas del presente, como las fragilidades y turbulencias que individualizan, desde lo más hondo, a cada escritor, y más tarde, por ese escurridizo y enigmático proceso de empatía que nace solo de la literatura no impostada, también a los lectores, a algunos lectores, a los lectores que ese libro ha estado esperando. Y esa indagación, esa doble indagación en lo colectivo y en lo abismal más privado, solo es posible transitando por caminos no trillados, buscando las formas que pueden expresar esa nueva manera de ser y de emocionarnos, de relacionarnos con los otros y con nosotros mismos, que define un momento en el tiempo, ese momento siempre en transformación, que estamos viviendo.
Y esas formas que traducen, o intentan traducir, la atmósfera emocional y las inquietudes de una época son extraordinariamente plurales, y eso es lo que hace tan fascinante la construcción de un catálogo y la búsqueda de nuevas voces en los dos lados del atlántico. Es la poética de la duda de Miguel Serrano Larraz en sus novelas Autopsia y Cuántas cosas hemos visto desaparecer, que le lleva a un uso personalísimo del paréntesis, de la matización y las reiteraciones. O en esa novela de sólo cinco frases (una por parte) que es Caballo sea la noche, una delas estrategias estructurales con que Alejandro Morellón sugiere la experiencia claustrofóbica (en una casa, en una herida, en el delirio…) en la que vive los cuatro personajes de su novela. O interrumpiendo con cruces una línea, un párrafo, una página como hace el escritor chileno Bruno Lloret en Nancy, la próxima novela que publicaremos.
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Pero está claro que es un ejercicio de riesgo construir un catálogo que apueste por esa literatura que complejiza en lugar de simplificar, que inquieta en lugar de tranquilizar (aquello del hachazo en el mar helado de nuestra conciencia, del que hablaba Kafka), que experimenta y desconcierta en lugar de optar por la comodidad de lo ya familiar y conocido, un ejercicio de riesgo, que no siempre están dispuestos a asumir los sellos que se rigen sobre todo por las leyes del mercado y esperan solo una rentabilidad económica inmediata.

—Volviendo a la última selección Granta que ustedes publican, ¿qué vinculación han visto que se repita entre uno y otro autor de esta misma generación, desde luego, más allá de sus apuestas formales y voces propias? ¿Han encontrado algún denominador común entre la nueva literatura escrita en español?
Lo primero que nos sorprendió cuando leímos, todavía con pseudónimos, los 25 cuentos de la 2ª selección Granta era su saludable vocación periférica, que se refleja, en primer lugar, en la modalidad lingüística orgullosamente diversa que eligen muchos de los escritores –la chilena Paulina Flores, la cubana Dainerys Machado y el guineano Estanislao Medina serían ejemplos muy claros– claramente alejada de esa lengua no marcada, de ese español literario diáfano, inlocalizable y bolañiano que, como apuntaba el escritor argentino Matías Néspolo, unificaba a los escritores de la primera generación Granta.
Ese volver la mirada a lo periférico es muy evidente también en los anclajes espaciales de los relatos, alejados en muchas ocasiones de la gran urbe saturada de símbolos de la cultura pop y de esos no lugares por los que deambulan los personajes desubicados y extraños, que tanto interesaron, a principios del siglo XXI, a los escritores afterpop de la llamada generación Nocilla. Con algunas excepciones (el Santiago de Chile de Paulina Flores, lastrado por el consumismo, el desamparo y la violencia, por ejemplo), los escritores de la 2ª selección Granta dirigen su mirada a espacios olvidados y fuera de foco: un campamento minero en el desierto (“Reinos” de Miluska Benavides), la Calle Estrecha de un polvoriento pueblo sin nombre (“Juancho, baile”de José Ardila), el atelier de una escultora en la remota “La Aduanita”, a los pies de una montaña frecuentada por las vacas (“Nuestra casa sin ventanas” de Martin Felipe Castagnet), un rancho en el istmo de Tehunatepc, desde el que esperar el fin del mundo (“Anillos de Borromeo” de Andrea Chapela), una aldea de pescadores embrutecidos por la miseria (“Días de ruina” de Anelia Rodríguez), las playas de la Caleta Negra, que ocultan una tragedia (“Una historia de mar”) o un patio de Colón, en el estado cubano de Matanzas, donde crecía un árbol de cerezas verdes y amargas (“Cerezos sin flor” de Carlos Manuel Álvarez).
Otro rasgo que nos llamó la atención es la presencia tan dominante de la infancia. La infancia robada, golpeada o destruida, que vemos en “Niños perdidos” de Irene Reyes Noguerol, en “Buda Flaite” de Paulina Flores, o en “Días de ruina” de Anelia Rodríguez. La infancia como un despertar de la conciencia; como un espacio y un tiempo de descubrimientos fundamentales, como la muerte, el dolor, el miedo, la soledad o la fragilidad del mundo. Algunos ejemplos serían “Inti Raymi” de Mónica Ojeda, “Juancho, baile” de José Ardila, o “El niño Dengue” de Michel Nieva. Y desde luego, a partir de la recuperación de la infancia, el relato la familia como estructura que se trasforma y nos trasforma, como vemos en “Deshabitantes” de Gozalo Báez o en “Nadie sabe lo que hace” de Camila Fabri.

—Valerie Miles, editora de Granta, apunta en la introducción del libro que esta vez “se buscó relatos que se distanciaran del yo, del mero testimonio”. Esto parece casi una respuesta a una suerte de tendencia o moda que se vivió hace muy poco en la literatura hispanoamericana. ¿Les parece que hay una ruptura por parte de los nuevos narradores sobre esto o, en el caso de los seleccionadores, una suerte de cansancio y nueva pauta estética?
Creemos que ninguna selección establece criterios definitivos ni estipula tendencias únicas. Es cierto que en el prólogo Valerie Miles confiesa lo que parece la prevención del jurado ante “el muy cansino uso y abuso de la primera persona”, su distanciamiento de la literatura del yo, pero también es cierto que algunos relatos (o algunos fragmentos de los relatos) desmentirían estas palabras: los relatos “Ruinas al revés” e “Insomnio de las estatuas” los cuentan dos personajes, Carlos Fonseca y David Aliaga, que se llaman como los autores. Evidentemente no son ellos, pero tampoco son del todo ajenos a ellos: no creo que el Carlos Fonseca escritor esté tan alejado de las emociones y desconciertos que siente el Carlos Fonseca personaje en ese “mundo de escombros”, “noches oscuras” y tiempo estancado, en que se convirtió Puerto Rico tras el azote del huracán María. Y asimismo no tenemos ninguna duda de que el David Aliaga escritor comparte las reflexiones sobre la identidad y la memoria del David Aliga personaje, aunque sus abuelos tal vez no hayan nacido en Salónica.
En todo caso, como podrá corroborar quien conozca nuestro catálogo, en Candaya no compartimos esta opinión tan rotunda en relación a la literatura del yo o a la literatura de la vida, como la llama la novelista y ensayista ecuatoriana Daniela Alcívar. Por el contrario pensamos que la narrativa del yo, ya sea testimonial, diarística, confesional o novelada, puede alcanzar cotas de altísima calidad. Hay muchos ejemplos y algunos de ellos también en nuestro catálogo: las novelas de la propia Daniela Alcívar Bellolio, Gabriela Ponce, Álex Chico, Miguel Serrano Larraz, Javier Moreno, Francisco Díaz Klaassen, Alberto Torres Blandina o Carlos Frontera, demuestran, desde propuestas estéticas muy distintas, lo valiosa que puede ser esta opción genérica. Algunos de estos escritores no están muy lejos en edad de los autores seleccionados en Granta, por lo que no creemos que se puede hablar de ruptura o de camino agotado. Nos atrae especialmente la literatura que nace de una necesidad honda, la literatura comprometida con uno mismo y con los otros. Y la literatura del yo es también una magnífica forma, a veces oblicua e indirecta, de hablar del otro.
—Y sin embargo, puede sentirse también como que Granta intenta marcar una línea sobre lo que debe y no debe ser la literatura en el futuro. Lo cual es válido, porque una antología responde más bien a cuestiones subjetivas, no a respuestas definitivas. En ese sentido, ¿cómo ven ustedes desde su trinchera el carácter o posible propensión de la literatura joven en los próximos años?
Aunque en Los mejores narradores jóvenes en español 2 se observan algunos rasgos comunes, como los que destaca Valerie Miles en el prólogo (una especial atención a las cualidades sonoras del lenguaje escrito, la relevancia del humor, la presencia de las cosmogonías indígenas, la meditación sobre la literatura y el arte…) esta selección de autores y textos depende, en gran parte, del criterio y de las preferencias estéticas y temáticas de un jurado, del que nosotros, por cierto, no formamos parte: Chloe Aridjis, Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Fresán, Aurelio Major y Gaby Wood. Aunque estamos seguros de la solvencia de este jurado, no es posible obviar, como bien dices, que la subjetividad es inevitable, que con otro jurado la 2ª lista Granta no sería exactamente la misma. Darle a esos y a otros rasgos, categoría de tendencias de la literatura joven en los próximos años nos parece, por tanto, demasiado osado. Por otra parte, pensamos que la literatura, cuando es honesta, no puede alinearse a criterios de prospección. La literatura se gesta en una experiencia de la realidad, colectiva e histórica, pero también individual, y por ello es necesariamente diversa.
Quizá otro de los elementos más esperanzadores de la lista de Granta es el intento de hacer de la literatura un instrumento de observación del mundo y su decidida apuesta por una literatura comprometida, frente a las opciones tal vez más experimentales y juguetonas de generaciones anteriores. Tal vez porque reúne a un grupo de escritores que ha crecido y se ha formado sobreviviendo a la convulsión, a una sucesión de crisis económicas y políticas muy profundas, ante las que es imposible quedar indemne: la crisis financiera de 2008, las revueltas de 2014 en México tras la tragedia de los desaparecidos de Ayotzinapa, el estallido social chileno de 2019, las protestas indígenas en Ecuador también de 2019, la crisis pandémica mundial de 2020, por citar solo algunas. A nuestro entender, la de Los mejores narradores jóvenes en español 2 es:
- Una literatura comprometida con el presente, con las desigualdades y con el azote de las violencias. Desde la huelga de los mineros de San Juan de Marcona que relata Miluska Benavides en “Reinos” al colapso climático que da origen al relato retrofuturista “Anillos de Borromeo” de Andrea Chapela.
- Una literatura comprometida con la historia, con el pasado que no deberíamos repetir. Por eso hay páginas sobre la memoria del genocidio judío en “Insomnio de las estatuas” de David Aliaga o sobre los desaparecidos de la dictadura pinochetista en “Una historia de mar” de Diego Zúñiga.
- Una literatura comprometida con el ser humano, que no teme transitar por los territorios más oscuros que también nos definen, como esa indagación en la violencia y el miedo que hace Mónica Ojeda en “Inti Raymi” o esa inmersión en el delirio y el caos a la que se atreve Carlos Fonseca en “Ruinas al revés”.

—Haciendo un balance entre todos los relatos, podemos apreciar textos de una alta factura y también una remodelación de las formas de cómo se escribía hace 11 años, al menos al compararlo con la selección Granta 2010. ¿Cuánto ha influido el mundo digital, ultraconectado por las redes en el imaginario de estos nuevos narradores?
Pensamos que en los 25 escritores de Granta, el mundo digital no es una influencia, en el
sentido de incorporación de una extrañeza o una novedad, sino que se trata de una
experiencia muy interiorizada, que forma parte de su paisaje cultural.
En «Buda Flaite», de Paulina Flores, el mundo pop, desde el reguetón hasta las telenovelas, pasando por la obsesión consumista, el peso identitario de las marcas de ropa o de la tecnología, juegan un papel importante en la construcción del personaje. Pero es un elemento cotidiano más de los muchos que abonan a la escenografía general del relato. Sin embargo, y no deja de resultar curioso, los elementos de cultura pop no son una presencia habitual en la mayor parte de los textos, o al menos no en forma explícita y determinante. Quizá incluso esa ultraconexión de la que hablas se manifiesta de forma opuesta: hay muchos personajes desconectados, ajenos, alienados, o que están, justamente, en busca de una conexión con los otros y con el mundo, más allá de cualquier rasgo de referencialidad pop o de cultura tecnológica.
La tecnología, o el mundo digital, aparecen, sí, pero no como un signo destacado sobre el que hay que reflexionar, sino como una práctica muy incorporada en la vida de los personajes. En «El niño dengue», de Michel Nieva, en «Reinos», de Miluska Benavides,en «Insomnio de las estatuas», de David Aliaga, en «Nadie sabe lo que hace», de Camila Fabri, en «El color del globo», de Dainerys Machado Vento, en «Oda a Cristina Morales», de Cristina Morales, en «Mar de piedra», de Aura García Junco y en «Anillos de Borromeo», de Andrea Chapela, hay referencias a YouTube, a Google, a las citas virtuales, a internet, etc., pero no son –como a veces pasaba en la generación afterpop- centro de un interés temático: un personaje busca alguna información, otro se conecta para ver a las noticias, pero sin mayor trascendencia en el relato.
Ahora bien, cierta noción de ficción distópica o futurismo puede verse en los cuentos de Mateo García Elizondo, «Cápsula», donde se habla del diseño de un sistema penitenciario que expulsa a los condenados en pequeñas esferas que viajan por el espacio, y en «El niño dengue», de Michel Nieva, que propone una Argentina sumergida por la subida del nivel del mar debido a los efectos del calentamiento global, una Argentina de clima tropical y donde todos los sistemas sociales y de producción se han transformado de acuerdo a los cambios climáticos. En ambos casos el acento se pone en las peligrosas consecuencias que el desarrollo, la explotación o los sinsentidos económicos o políticos pueden producir en un determinado contexto social.
Muy destacable es, efectivamente, el influjo de las leyendas y los mitos orales, sobre todo suburbanos y rurales. «Deshabitantes», de Gonzalo Baz, «Inti Raymi» de Mónica Ojeda, «Juancho, baile», de José Ardila, «Días de ruina», de Aniela Rodríguez, «Rasgos de Levert», de José Adiak Montoya o «Una historia del mar», de Diego Zúñiga, son textos que cifran su estructura y su discurso, principalmente, en la experiencia del relato oral, ese trazo de historias que van pasando de unos a otros y se transforman en el camino.
—Algo que llama la atención, y que algunos reseñistas ya han anotado, es la constante búsqueda de estos jóvenes por narrar el tema de la identidad de género. Lo vemos con mayor contundencia en el texto Buda Flaite de Paulina Flores, pero también en los textos de Michel Nieva, Martín Felipe Castagnet, Dainerys Machado Vento o Alejandro Morellón. Además, en otros relatos vemos también personajes de la comunidad Lgbti. ¿Esto también responde al momento actual, de apertura a las minorías, de nuevas luces, que vive el mundo moderno? ¿O quizá a otra cosa?
Los autores de la 2ª lista Granta, que tienen entre 23 y 35 años, se han desarrollado en un contexto social y cultural en el que las cuestiones de identidad de género han estado muy presentes, en el que se ha explorado y experimentado nuevas maneras de entender y vivir la sexualidad, el amor y la amistad, y donde la relación con la comunidad LGBTI ha sido mucho más intensa y natural que en las generaciones anteriores. Lo extraño sería que esta temática no formara parte de sus discursos y tramas narrativas. Lo alentador es que aparezca no como una recuperación, ni como una reivindicación, sino como parte del espectro cultural y social de la realidad en la que están viviendo y reflejan en sus obras.
—Cambiando un poco de tema, me sorprende cómo en un contexto de pandemia universal, Candaya haya seguido trabajando y publicando sin inhibirse. Desde 2020 hasta hoy han sacado, por lo menos, diez libros. ¿Cómo han logrado mantenerse a flote sin descuidar a sus autores?
Los tres primeros meses de confinamiento transitamos abruptamente por un torbellino de emociones paralizantes: el abatimiento y la tristeza (¿qué importan ahora nuestros libros si mueren centenares de personas cada día?), el desconcierto y los dilemas éticos, hasta en las cuestiones más pequeñas (¿cómo vamos a vender desde nuestra web si las librerías están cerradas?); la preocupación por los libros invisibilizados o muy golpeados por la pandemia, el peso abrumador de muchas horas de trabajo de repente inútiles. Casualmente, el último libro que publicamos antes del confinamiento fue Nación Vacuna, de la escritora argentina Fernanda García Lao, que construye una suerte de ucronía con respecto a la guerra de las Malvinas y con una epidemia de por medio. Fernanda estuvo a punto de viajar a Barcelona y habíamos preparado hasta el último detalle una hermosa gira de presentaciones. Ahí comenzó la suspensión, y la primera experiencia de pérdida, que nos duele todavía: el entusiasmo de la crítica con Nación vacuna ha sido increíble, pero que, durante muchos meses, fuese una novela confinada (llegó a las librerías una semana antes de que las cerrasen) ha hecho que no haya sido todavía descubierta por los lectores como pensamos que merece.
Sin embargo, poco a poco fuimos superando el estupor inicial y decidimos que era necesario seguir trabajando: avanzar en esos libros tan maravillosos que teníamos proyectados y seguir formando parte del tejido cultural que vamos trazando entre todos. No creemos en la literatura como en un ejercicio de producción que se puede suspender cuando el mercado no es propicio y regresar luego cuando las condiciones mejoran. Desde mayo (la apertura de las librerías en junio fue una brizna de esperanza) y hasta el final del verano, publicamos Sanguínea, de Gabriela Ponce, La ciudad que el diablo se llevó, de David Toscana y dos libros de poesía: Las hogueras azules, de Juan F. Rivero e Historia de la leche, de Mónica Ojeda. De alguna manera, nos parece que estos libros contienen, más allá de sus personajes e historias, algunos componentes de resistencia, de comunidad y, cada uno a su manera, de celebración de la vida, que nos hacían mucha falta en estos tiempos oscuros.
Ha sido, y sigue siendo, muy difícil visibilizar nuestros libros en estos tiempos de autarquía y fronteras infranqueables (añoramos mucho los viajes de nuestros escritores latinoamericanos), sin presentaciones presenciales (justo ahora empiezan tímidamente a recuperarse), sin Ferias del libro más allá de las pantallas, sin el contacto directo ni con nuestros lectores ni con la prensa. Pero pensamos que la pandemia no podía derrotar también a Candaya y que por respeto a nuestros escritores y también a nuestra comunidad lectora, no podíamos parar por completo.
Por suerte, a partir de septiembre hemos recuperado nuestro ritmo normal (un título al mes) y hemos publicado 9 libros más: las novelas Eco, Jávea, Cuántas cosas hemos visto desaparecer y El antropoide; los libros de cuentos Tierra fresca de su tumba y El estado natural de las cosas y dos libros de Candaya Abierta: Desertar y Cuadernos perdidos de Japón, y, por supuesto, Granta23/ Candaya Narrativa 74: Los mejores narradores jóvenes en español 2. Todos ellos son excepcionales. Ojalá puedan llegar pronto a Perú.

—¿Creen que España ha manejado bien el tema de la pandemia? Por lo que se ve desde el exterior, al menos su campo cultural no ha parado. Las editoriales no se han inhibido, los reseñistas y periodistas están más activos que nunca, los escritores siguen publicando. Incluso ya se hacen presentaciones en vivo y las librerías están abiertas. Esto, en Latinoamérica, hoy mismo parecía imposible.
En general, en España se han tomado medidas muy estrictas en relación con la pandemia (aunque a veces algo tarde). A partir del 15 de marzo de 2020 se declaró el estado de alarma y se inició un confinamiento total del país que duró 99 días y que supuso el cierre de la mayoría de comercios y la totalidad de los lugares de ocio, educativos y culturales. Evidentemente, esos fueron los meses más duros para nuestro sector pues absolutamente todo quedó paralizado. El 8 de junio de 2020 entramos en una fase de desescalada y lentamente se fue avanzando hacia una cierta normalidad, aunque llena de restricciones e interrumpida continuamente por sucesivas olas de rebrotes. Pero había que resistir y aprender a vivir en lo que llamaron “la nueva realidad”, imaginar y probar estrategias de supervivencia en esa situación adversa. Lo intentamos y poco a poco, pudimos ir retomando los proyectos postergados, eso sí, reinventando la forma de afrontarlos, con mucha imaginación y con la convicción –creo que ha sido el aprendizaje más importante de estos meses extraños- que solo por la comunidad es posible la resistencia, que más que nunca era necesario reforzar las complicidades y vínculos entre todos los “actores” del libro: escritores, editores, libreros, gestores culturales, distribuidores y lectores.
Un ejemplo de lo fructífero de estas confluencias fue el ciclo “Los Jueves de Ruta Virtual Candaya”, organizado conjuntamente por nuestra editorial, Casa Amèrica Catalunya y 5 librerías amigas, en la que un novelista de Candaya (de mucho peso y prestigio como Mónica Ojeda, Gustavo Faverón, Eduardo Ruiz Sosa, Daniela Alcívar o Gabriela Ponce…) fue al rescate de otro autor cuyo libro (Nación vacuna, Sanguínea, Null Island, Los cuerpos partidos y Siberia. Un año después) había visto entorpecido su camino por la pandemia. Fueron cinco conversaciones extraordinarias (verdaderas lecciones dialogadas de literatura contemporánea), que conservamos en nuestro canal de YouTube (que también hemos intentado potenciar durante la pandemia) y que han alcanzado ya más de 4000 visualizaciones. Fueron seguidas en directo por una audiencia que ha oscilado entre las 65 y las 160 personas, en la que había muchos oyentes de España, pero también de diferentes países americanos y europeos (Argentina, Ecuador, México, Colombia, Venezuela, EEUU, Francia, Suiza…), y en ellas participaron un amplio y diverso abanico de lectores, entre los que se encontraban traductores, agentes, periodistas culturales, hispanistas, profesores de universidad y, por supuesto, escritores. Y aunque el impacto inmediato en el mercado no es tan grande como el de una presentación presencial, conseguimos también vender algunos de esos libros amenazados y en riesgo.
Los ebooks (durante la pandemia hemos digitalizado 40 libros más) y un ambicioso proyecto de audiolibros, que incluye 30 títulos, nos están ayudando también de manera decisiva a resistir en estos tiempos difíciles, y a que nuestros libros sigan llegando a los lectores latinoamericanos
Afortunadamente, en Candaya hemos logrado publicar los 13 títulos que teníamos programados, aunque eso sí sufrimos, como todos, una bajada sustancial de las ventas (un 35% de nuestra facturación en 2020), lo que hace muy difícil la subsistencia en un sector cuyo signo ha sido siempre el de la fragilidad (por los menos para proyectos editoriales arriesgados, como el nuestro, que habitan en los márgenes de los grandes grupos) y en un país en el que, a diferencia de Francia y Alemania, el libro no se ha considerado un bien de primera necesidad al que hay que proteger. Por suerte, a lo largo de este 2021, nos vamos recuperando poco a poco.

—Hablando de Latinoamérica, ustedes han publicado muchos escritores de esta región. Incluso han llevado a España a autores peruanos como Sergio Galarza, Diego Trelles, Gustavo Faverón y Ramón Bueno Tizón. ¿Cuál es su percepción de la literatura peruana actual?
Siempre hemos sentido una fascinación especial por la literatura peruana, seguramente porque Vallejo, Ribeyro o Vargas Llosa marcaron nuestra formación como lectores, y porque entre nuestros descubrimientos más gozos de los últimos añosos está la poesía de Mario Montalbetti o la narrativa Carlos Yushimito. Y también porque desde hace muchos años tenemos la suerte de que vivan en España escritores peruanos que engrandecen cualquier literatura, como Fernando Iwasaki, Santiago Roncagliolo o Sergio Galarza (del que en Candaya hemos publicado cuatro novelas y nos sentimos muy orgulloso de ello).
Tenemos además la enorme satisfacción de haber publicado Vivir abajo, de Gustavo Faverón, esa novela inmensa que rescribe magistralmente algunos géneros esenciales de la literatura contemporánea (la crónica de viajes, el thriller psicológico, la novela metafísica, el artefacto metaliterario, el ensayo sociológico) y nos empuja a un viaje alucinante por los senderos del horror político de América Latina, sumergiéndonos en la memoria colectiva y personal de los grandes hechos traumáticos de la historia de la humanidad el siglo en el siglo XX y XXI. Una obra maestra, según nuestra opinión y también, con asombrosa unanimidad, de los más reputados crítico españoles. Esperamos ansiosos Minimosca, la tercera novela de Gustavo Faverón en Candaya, que publicaremos a principios de 2022.
Diego Trelles Paz y Ramón Bueno Tizón completan nuestra nómina de autores peruanos hasta el momento. Pero seguimos teniendo pendiente realizar ese viaje reposado a Perú que nos permita dialogar con narradores, poetas, críticos literarios, profesores, editores, libreros… conocer de primera mano lo que realmente está pasando en el país. Como nuestro último viaje a Ecuador, del que regresamos con 140 libros en nuestras maletas, que se tradujeron meses después en una auténtica explosión de publicaciones de escritoras ecuatorianas (Mónica Ojeda, Daniela Alcívar, Gabriela Ponce, Solange Rodríguez Pappe).

—¿Qué es lo que Candaya ve en un autor emergente para poder llevarlo a su catálogo? ¿Qué les interesa más allá de su buena escritura (que es lo mínimo que se pide de un autor que inicia)? ¿Existen factores también como el discurso que manejan y la propuesta literaria?
Cuando nos invitan a encuentros con escritores emergentes (en escuelas o talleres de escritura) siempre insistimos en tres aspectos importantes para apostar por una nueva voz:
1) Percibir que esa novela, o colección de relatos, es el libro que ese joven escritor necesitaba de verdad escribir, que esa narración responde a una emoción profunda, a un recuerdo punzante, a una obsesión, a una imagen insistente; que haya, en definitiva, verdad literaria en la escritura.
2) Creemos que no se puede ser escritor si no se es lector primero. Para que tenga sentido, la literatura debe partir de una necesidad, pero es imposible concretarla estéticamente sin ir asimilando técnicas, vampirizando formas de escribir de otros hasta hacerlas de uno y encontrar la propia voz. Ser un lector voraz y volcarse en esas lecturas que van a iluminar la escritura de uno, nos parece fundamental.
3) El compromiso con el lenguaje y la forma: pelear duramente con las palabras, las estructuras, los ritmos… para tratar de alcanzar por la escritura eso tan cambiante, pero a la vez tan reconocible, que llamamos belleza.
En todo caso, nuestro catálogo no se ha construido pensando en atender tendencias o modas, ni para contentar los “intereses” de los lectores, que por otra parte son muy plurales y cambiantes. Publicamos solo aquellos libros que primero nos han enamorado como lectores (editar es, al final, dar respuesta a un impulso: el de compartir con los otros lo que nos ha emocionado o estimulado) y poco importa si esos libros los ha escrito un joven que empieza o un autor de larga trayectoria.
—¿Qué novedades se vienen para el próximo trimestre en Candaya? ¿Salen con algún autor en especial?
Dentro de muy poco vamos a publicar Ítaca es nunca de la escritora venezolana Cristina Falcón Maldonado, un estremecedor poemario sobre el desarraigo y lo que sucede en nosotros cuando ya no tenemos dónde volver. Después vendrá Nancy la primera novela del narrador chileno Bruno Lloret, una novela breve, muy intensa, sobre una mujer que, ante la muerte, redescubre la vitalidad del mundo. Luego publicaremos Mira que eres, de Luis Rodríguez, un autor español cuya novela anterior, titulada 8.38, dejó estupendas sensaciones entre los lectores y la crítica. En Mira que eres vuelve a los enigmas y desconciertos de la creación literaria, con Flaubert impregnando de manera muy misteriosa la trama. También vendrá La muerte feliz de William Carlos Williams, de la gran escritora puertorriqueña Marta Aponte, una de las grandes maestras de la narrativa caribeña actual. Nos interesa mucho visibilizar la obra de Marta Aponte, lograr que los lectores la conozcan más y se reconozca su trayectoria, su calidad literaria y su apuesta tan singular, híbrida, que tan contemporánea es y tan afín a muchas voces jóvenes. Carlos Fonseca, uno de los escritores de la 2ª selección Granta, la considera su maestra.

—En una entrevista leí que dijeron que cuando llegaran a la publicación número 100, Candaya pasaría al retiro editorial. ¿Era una broma o realmente han estado pensando esa maldad?
Siempre hemos dicho que un proyecto como el de Candaya solamente es posible gracias a una intensa red de complicidades. Los primeros libros que publicamos iban siempre acompañados de un prólogo de escritores inmensos, que generosamente decidieron apoyar nuestras publicaciones: Enrique Vila-Matas, Juan Villoro, Julio Llamazares… En una entrevista que nos hicieron resaltaron la calidad de los prólogos y fue entonces cuando dijimos que cuando llegáramos al número 100 sería una buena idea hacer un libro donde los juntáramos todos, titulado “100 prólogos y un epílogo” y que ya podríamos irnos tranquilos a casa con la sensación de que algo habíamos aportado a esto que tanto amamos que es la literatura. Nuestro libro número 100 es la bellísima novela Siberia. Un año después y la radical escritura de la intimidad de Daniela Alcívar y su luminosa apuesta por la vida no habría sido un mal final para la aventura de Candaya.
Afortunadamente Candaya ha ido encontrando su espacio, ha incorporado a talentos jóvenes como Miquel Robles, Víctor Minué o Eduardo Ruiz Sosa que han dado un impulso tremendo a la editorial y, casi sin darnos cuenta, llevamos ya 115 títulos publicados, así que… ¿Os parece que dejemos el final para cuando lleguemos al número 200?