CARETAS conversa con el ingeniero e historiador holandés Ronadl Elward Haagsma sobre su recomendable libro Los Incas Republicanos. La élite indígena cusqueña entre la asimilación y la resistencia cultural (1781 – 1896), publicado a fines del año pasado por el Fondo Editorial del Congreso de la República. Erudición y generosidad discursiva sobre un linaje incaico que sigue mostrando manifestación cultural y presencia social a pesar del borrado al que se pretendió someter.
—Eres ingeniero de profesión. Por ello, ¿desde cuándo tienes este apego por la Historia?
Desde niño tenia interés por la Historia, otras culturas, y a los 21 años publiqué mi primer libro sobre castillos y casonas de mi provincia natal, Frisia. Siempre me ha interesado el patrimonio arquitectónico en relación con la gente, los propietarios. He trabajado como investigador y después como publisher de revistas líderes en inmobiliaria y arquitectura. Fui al Perú para saber más de los Incas y pude usar mi experiencia en investigación estructurada para analizar las fuentes en los archivos cusqueños. Con la maestría en San Marcos consigo sistematizar de manera más académica los miles de datos que encontré.
—Si bien Los Incas Republicanos es tu tesis de maestría en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la escritura de esta es “abierta”, es decir, no es presa de la jerigonza académica.
A lo largo de mi carrera profesional he escrito artículos y textos con la intención de clarificar, de proporcionar información que pueda llegar a la mayor cantidad de público posible. En este caso, no quería que este trabajo se limitara al ámbito académico. No lo hice con esa intención. Además, al llegar al Perú tuve que ponerme a aprender castellano y aunque lo puedo hablar y escribir, no puedo decir que lo domino por completo. Pero mi intención era poder devolver esta información a los peruanos.
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—A medida que avanzamos en la lectura de Los Incas Republicanos, se yergue una suerte de espíritu de indignación ante lo que sucedió con los descendientes del linaje incaico. ¿Obedece la publicación a una reivindicación de este grupo?
A mí me parece importante rescatar del olvido esa información y también dar un contraste a la idea aceptada de que ya no están, que ya no existen esas familias. Y esto al fin no es muy justo. Además, simbólicamente es una negación de los propios ancestros. Enfocarse solo en algunos de ellos, los europeos, y olvidar a los otros no es muy positivo desde el punto de vista de los que quedan en el olvido y lo que significa en cuanto a la construcción de una república de todos.
—Pese al obvio ninguneo de esta élite indígena, como que en Cusco se ha mantenido a lo largo de decenas de años más de una manifestación social y cultural que reclaman parte de ser ese linaje. Precisamente en dos pueblos cercanos a la ciudad de Cusco, como San Jerónimo y San Sebastián.
Durante el siglo XIX, en la ciudad del Cusco la presión de la cultura occidental era más fuerte en la nueva clase media y alta de origen mestizo y europeo, que los hizo más urbanos y menos vinculados con la tierra, lo que generó que en Cusco-ciudad desaparezcan la mayoría de los linajes incaicos sobrevivientes. Mientras que en San Jerónimo y San Sebastián había más familias de origen incaico que habían mantenido sus tierras ancestrales desde el siglo XVI y eso les daba una identidad indígena más fuerte, tanto así que son los que terminan sobreviviendo hasta el siglo XXI.
—Diera la impresión de que tras la Independencia, uno de los objetivos del nuevo poder era precisamente desaparecer a los descendientes del linaje incaico que hasta entonces habían tenido mucha participación en el ámbito rural. ¿Es acertada esta impresión?
No, en realidad esto ocurrió antes: en Lima a partir de 1750, con la rebelión de Huarochiri; y en Cusco a partir de 1781, con la Gran Rebelión. Para poner un fin a una creciente demanda de emancipación y derechos de parte de ese sector de la población, representada por sus nobles indígenas, el poder colonial invisibilizó a esa élite prohibiéndoles el uso de sus vestimentas, de su idioma y de expresar públicamente sus vínculos culturales incaicos, que era el más importante símbolo de continuidad con el pasado. Y eso se hizo tanto con los nobles indígenas del Cusco como con los de Lima. Es el poder colonial que empezó con ese proceso de invisibilizar y marginalizar. Esto continuó después ya con la República, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

—Otra lectura que se le podría dar a Los Incas Republicanos es que esta también calza con la mayor tara peruana: el racismo.
El historiador Jesús Cosamalón señala que la igualdad nominal republicana —primero con la Independencia y luego con la abolición de la esclavitud y de la contribución indígena— trajo como consecuencia, paradójicamente, el recrudecimiento del racismo, para excluir a ciertos grupos de la participación política. Eso es exactamente lo que ocurrió en el siglo XIX. La población indígena desvinculada de sus antepasados casi no tenía derechos, y yo mismo pude darme cuenta de que algo de eso todavía está vigente hoy en Perú. Por ejemplo, me impactó mucho recibir el mensaje de una persona, después de mi primer artículo en El Comercio, donde decía: “Sería mejor no publicar más sobre este tema, porque no queremos que los indios vayan a pensar que son importantes”, ¡y esto fue en 2009!
—Desde la conquista española, este grupo privilegiado descendiente de los Incas, se abocó a sobrevivir como grupo social y en ese proceso tuvo que hipotecar su identidad, adecuándola a la identidad criolla dominante. ¿La verdadera colonización fue entonces la mental?
Uno piensa que el fin de la época colonial fue 1821 (en Lima) o 1824 (en el Cusco) con la Republica, pero la historiadora Cecilia Mendez argumenta que el Perú estuvo después muy dependiente de Inglaterra y Francia y después de Estados Unidos. Una dependencia no solo material y política, pero creo yo tambien mental. La Independencia no tuvo como consecuencia una sola nación mestiza, sino un pequeño grupo limeño de origen europeo, y los terratenientes de origen mestizo y europeo, que tomaron el control total del Estado con sus referentes como color de piel, apellidos, costumbres, vestimenta, idioma, todos relacionados a Occidente y vistos como superior. Hay un sentido de inferioridad de la cultura local, lo que significa una colonización mental.
—Para los descendientes incas, hay tres periodos que definen su supervivencia: la época colonial ibérica (1532), la época neocolonial dependiente de Inglaterra (siglo XIX) y la época neocolonial dependiente estadounidense (siglo XX). Es en la época colonial en que la población indígena tuvo más autonomía. ¿Por qué?
La población indígena poseía más autonomía porque tenía sus propios líderes, que mantuvieron una identidad más independiente. Naturalmente, no debemos idealizar ese periodo con la mita y el tributo, pero en el siglo XIX era casi peor con la pérdida de toda la autonomía. Además, no hay que olvidar que en el siglo XVII se dio un renacimiento Inca, donde surge la pintura cusqueña, la platería, obras de teatro en quechua, que daba trabajo a mucha gente en su época.
Cusco era la tercera ciudad del Virreinato después de Lima y Quito. Debió ser muy impresionante visitar Cusco en esa época. Los desfiles de la nobleza incaica, miles de talleres artesanales, los productos exportados por mula a todos los partes del Virreinato e importados desde Lima, a lo que habría que añadir las construcciones que se levantaron después del terremoto de 1650, donde los arquitectos más importantes fueron, nuevamente, nobles indígenas.

—El libro genera varias lecturas. A las que ya hemos abordado, sumemos también una lectura sobre la resistencia. Entre siglos venimos viendo cómo esta élite particular incaica ha estado participando en política.
Veo la resistencia más en términos culturales que políticos. Primero, durante la época colonial la nobleza Inca usó sus propios cuerpos cuando visibilizaron el pasado en las celebraciones religiosas en la ciudad del Cusco. Y después, durante la Republica, los grupos de San Jerónimo y San Sebastián mantuvieron vivos sus vínculos siendo integrantes de los ayllus imperiales como Chima, Raurau, Aucaylle y Sucso, trabajando las mismas tierras que sus ancestros del siglo XVI. La participación política es quizas más una consecuencia, una lógica demanda para la emancipación.
—¿Qué te apasiona de la historia peruana y en especial de la historia cusqueña?
La historia peruana todavía tiene mucho de ofrecer. Tantas culturas y épocas. Especialmente si unimos arqueología con historia, antropología, biología, para obtener nuevas miradas e interpretaciones del pasado. Y la historia cusqueña por la posición única de la ciudad como núcleo del imperio Inca.
El objetivo de mi investigación fue encontrar y probar una continuidad desde la época Inca. Esta continuidad está en la gente. Los antiguos ayllus imperiales como Aucaylle y Sucso todavía existen, ahora se llaman comunidades campesinas. El ayllu Sucso en la epoca colonial solo tenia miembros nobles. Comunidades campesinas con integrantes que descienden de los antiguos gobernantes Incas. Por eso era esencial que el libro haya incluido las genealogías de esas familias de origen incaico, para reconocerlos y visibilizarlos.