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José Rosas Ribeyro (1949 – 2023), el último detective salvaje

Por: Gabriel Ruiz Ortega | Despedida a un buen poeta de quien se puede decir que ejerció el mayor de los privilegios: decir lo que piensa.

domingo 05 de febrero del 2023
en Cultura
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José Rosas Ribeyro (1949 – 2023), el último detective salvaje

José Rosas Ribeyro. Fuente: Facebook de JRR.

Este domingo 5 de febrero, los seguidores de la poesía peruana nos enteramos de la muerte del poeta José Rosas Ribeyro mediante un testimonio del poeta Yulino Dávila en su cuenta de Facebook, que pueden leer aquí.

Quien escribe puede decir que conoció a José Rosas Ribeyro y avala lo dicho por Dávila en su testimonio. Un tiempo conversábamos mucho y luego perdimos contacto. Me bastan esas conversas para saber que como autor, Rosas Ribeyro la tenía difícil para que su obra sea atendida con la justicia que merecía. Pese a eso, él no dejaba de producir. La última vez que nos comunicamos fue a razón de su libro del 2019 Cuadernos de pasión y desasosiego. Los días ordinarios (1977 – 1993).

Sobre el título de este libro, le pregunté por la categoría “cuadernos”. Rosas Ribeyro señaló que obedecía a la libertad de la escritura y que llevaba tiempo haciéndolo sin restricción genérica alguna. Imposible no pensar en los ecos de sus opiniones (la razón oculta de la pregunta). A diferencia de muchos escritores, Rosas Ribeyro sí tenía mucho que decir por lo que vivió y fue testigo. Y seamos sinceros, una mirada atenta a los circuitos internos de la poesía peruana de las dos últimas décadas, revelará que Rosas Ribeyro fue relevante (a saber, lo que escribió en 2018 sobre tres poemas representativos de de María Emilia Cornejo, entre ellos el más conocido: “Soy la muchacha mala de la historia”). Lo que también hay que destacar es su ética de conducta: lo pudo hacer y no le dio la gana: no lucró jamás con la leyenda de Roberto Bolaño, a quien conoció y de quien fue muy amigo en México en los años estelares del infrarrealismo.

Rosas Ribeyro tenía el fuego de la vida marcado en la piel. Quizá su error —si nos ponemos estratégicos— fue no haber tenido una agenda promocional, pero Rosas Ribeyro era un poeta y vivía como poeta. Devorador de libros y adicto al cine, le gustaba andar por la vida, conversar con los amigos y jóvenes poetas sobre la vida/poesía. Publicaba a sabiendas de la mezquindad del medio (su novela País sin nombre (2011) mereció una mejor recepción, una lectura más responsable). No importa, él mejor que nadie sabía que su obra en algún momento sería valorada (lo será porque es una obra sólida en su dispersión deliberada) y que la escritura no era una carrera de caballos.

Poemas suyos forman parte de imprescindible antologías de poesía peruana, por ejemplo, Estos 13 de José Miguel Oviedo; consignemos también el poemario Curriculum mortis de 1985, del que esperamos una reedición.

Poemario que merece una justa reedición: “Currículum mortis”. de 1985. Fuente: Sol Negro.

En el mes de mayo de 2013, tuve el enorme gusto de presentar el último poemario de Rosas Ribeyro: Contemplaciones (apuntes de un sobreviviente). Va tal cual, sin filtro. Como le gustaba a José Rosas Ribeyro.

…

La primera vez que supe de José Rosas Ribeyro fue gracias a la polémica antología Estos 13 de José Miguel Oviedo.

Bien recordamos que esta antología tenía la cualidad de presentarnos, en su gran mayoría, a poetas de alta calidad y de cierta y encomiable madurez pese a su juventud. Pues bien, los poemas de JRR reflejaban una voz inquieta, risueña, desenfadada, y algo provocadora, muy inclinada a lo social. Indudablemente llamó mi atención y quise leerlo, pero por más intentos que hice, no pude hacerlo hasta mucho tiempo después, en realidad muchísimo tiempo después.

Conseguí leer Curriculum mortis, que me lo prestó un buen amigo, y Ciudad del Infierno. Al respecto debo decir que compré Ciudad del infierno en un puesto de libros entre Aviación y 28 de Julio, en La Parada. Lo recuerdo muy bien porque me pasaron el dato de que allí había alguien que vendía poesía peruana y que hacía poco le acababa de llegar muchos poemarios del setenta. Fui tras esos libros con olor a cebollas, alfalfas y apio. Sin embargo, lo que se suponía que era una pacífica incursión libresca, casi me cuesta la vida, porque justo en los minutos que compraba los libros, entre los que se encontraba este de José, se desató una batalla campal entre los cargadores que pugnaban por desmontar un camión de costales de papas. El puesto de libros, “para mi buena suerte”, quedaba ubicado a no más de cinco metros de la gresca callejera. Y no lo digo por posería, se los juro, pero mientras veía chorrear la sangre de los otros, de cuando en cuando picaba los versos de nuestro poeta.

La presencia (ausente) del poeta se hizo más fuerte en mí debido a su participación en Poesía en Rock. En más de una ocasión he conversado con los hacedores de la publicación, Yrigoyen y Torres Rotondo, sobre su rol casi protagónico, puesto que sin él, sin su testimonio, sin su visión de lo que fue la década del setenta en Latinoamérica, ese libro no exudaría ese tsunami vital que lo sostiene. Si Poesía en Rock fuera una película, José haría algo parecido a lo de Orson Welles en El tercer hombre. Él pone pues la salsa, el picante y la joda, harta joda. Por ejemplo, quién no se ha carcajeado con su versión del encuentro entre Verástegui con Octavio Paz y del inmediato odio de Roberto Bolaño al autor de En los extramuros del mundo.

José Rosas Ribeyro sobre el infrarrealismo. Fuente: YouTube.

Tengamos presente lo siguiente: no estamos ante un poeta, menos ante un narrador. José Rosas Ribeyro es ante todo una máquina de escribir. Una máquina de escribir con demasiada calle, con un más que apreciable espíritu analítico, con un gran nivel de lecturas (me consta, él es un devorador insaciable de libros; de los muchos escritores que conozco, pocos como él sienten una pulsión sin concesiones para con la palabra impresa) y, muy en especial, con una gran sensibilidad. En lo que he leído de él, ya sea en ficción, como en su estupenda novela País sin nombre, a la que le auguro un gran futuro, siempre y cuando los ánimos encontrados se calmen y leamos el libro y no la persona; y en no ficción, ya sea en sus entregas para El Hablador y Lima Gris, ha demostrado oficio, y sin exagerar, nos ha escueleado en los sinuosos senderos del narrar. Y por sobre todas las cosas, nos ha enseñado a mirar. No se puede pretender escribir si es que no sabes mirar, parece ser su mensaje.

Pero mirar es también recordar. Mirarse a uno mismo. Y mirarse a uno mismo es lo que hace en este poemario, Contemplaciones (apuntes de un sobreviviente), en donde nos topamos con un Rosas Ribeyro en estado de gracia, pero un estado de gracia con sorpresas y trampas, puesto que detrás de esa voz apaciguada, voz premunida de nostalgia, llanto, alegría, refulgen el ruido y la furia. Es por eso que al leer el presente poemario, experimentamos una suerte de viaje canábico hacia una etapa de juventud que más de uno ha querido vivir. Como bien sabemos, tal y como queda escrito en la leyenda urbana: Rosas Ribeyro fue un infrarrealista, o sea, muchacho y muchacha, nuestro poeta fue un detective salvaje, de los verdaderos.

Corrijo: Rosas Ribeyro es el último detective salvaje y no caigo en exageración alguna: por su sangre corre la historia aún no contada de los infrarrealistas, o sea, la historia de una etapa más que importante de la literatura latinoamericana contemporánea, lo que también nos debe llevar a preguntarnos por las razones ocultas e interesadas que impiden dar a conocer sobre los años de Bolaño en México, con mayor razón cuando lo mejor de su obra está ambientada en dicho país.

Si en sus anteriores entregas poéticas, percibíamos el salvaje voltaje lírico de su propuesta, ahora el poeta, a lo mejor bajo el amparo de las enseñanzas de la vida, y quizá apiadándose de nosotros, nos sigue ofreciendo ese mismo voltaje lírico, pero en dosis moderadas, adrede.

Seamos francos: la poesía de Rosas Ribeyro es peligrosa. Seduce. Corta. Lacera. Incomoda.

José Rosas Ribeyro (tercero de la primera fila, al costado de Roberto Boñaño) con los infrarrealistas. Fotografía realizada con la cámara de JRR.

No me interesa saber cuánto ha vivido, me basta y sobra con su poesía, que tiene esa cualidad mágica de hacernos pensar y que nos arrastra. Ahora Rosas Ribeyro no usa el registro social, es más íntimo, pero tratándose de él, esa intimidad es como un cuchillo afilado, y un cuchillo afilado siempre será peligroso en las manos de un eterno adolescente como él. O como bien me dijo un amigo mío, gran lector de poesía, hace unos días: “Este libro solo lo pudo escribir un genuino pendejo”.

Veamos un detalle: Rosas Ribeyro fue horazeriano e infrarrealista.

Que no se diga más. Pero sigo, hay que seguir.

La poesía, señoras y señores, es para pendejos. La hacen los pendejos. La poesía es Libro. La poesía es Pensamiento. Pero la poesía es vitalidad. En Contemplaciones hay amor, sexo (del bueno), creencia en las causas perdidas, un reencuentro con el más exigente y dinamitado yo.

Bien lo decía Johannes Pfeiffer, más o menos así: “La poesía, cuando es falsa, se traiciona y hace ver su traición. La No-Poesía se percibe al instante”.

José Rosas Ribeyro nos presenta un discurso avalado por la Verdad (en mayúscula), con una autoridad moral contra los que creen y piensan que la poesía es solamente escribir bonito y ser efectista, pura estructura, o ser un entenado no aprovechado de Lezama, cuando lo cierto es que para escribir poesía, sea en el registro que sea, la vida ha tenido que sacarte la mierda, y también la vida, esta vida, ha tenido que reconciliarte con ella misma.

La publicación de Contemplaciones pone en bandeja un espíritu de época, espíritu de época guiado por el espíritu de Bolaño, Cuahtémoc Méndez y Mario Santiago. Por lo tanto, estamos ante un acto importante, no pensado pero sí milagroso, y por ser milagroso, porque lo genuino, lo que al final perdura, nos llega sin que lo pensemos, a lo mejor no para quedarse con nosotros inmediatamente —bien conocemos los mezquinos códigos de nuestros feudos poéticos—, sino después, cuando asimilemos lo que Rosas Ribeyro nos quiere transmitir: saber vivir, saber mirar y saber escuchar. Solo así podremos ser sobrevivientes.

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Tags: josé rosas ribeyro
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