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Ensayo y crónica: sobre “Los niños perdidos” de Valeria Luiselli

Por: Gabriel Ruiz Ortega | Lectura obligatoria para todo aquel comprometido con el bienestar del niño, pero el libro es también un artefacto discursivo que en su brevedad es una irrefutable prueba de la riqueza expresiva de la no ficción.

viernes 08 de julio del 2022
en Cultura
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Ensayo y crónica: sobre “Los niños perdidos” de Valeria Luiselli

Valeria Luiselli. Fuente: El Periódico.

De la producción literaria de la escritora mexicana Valeria Luiselli, acabamos de releer Los niños perdidos (Sexto Piso, 2017), libro que nos deja algunas impresiones a subrayar.

En primer lugar, asistimos, una vez más, a la confirmación de la poética de una de las plumas en español más importantes del presente siglo. No es para menos, hablar de Luiselli es remitirnos a su imprescindible ensayo Papeles falsos y a sus novelas, como las muy saludadas Los ingrávidos, La historia de mis dientes y Desierto sonoro. En segundo lugar, la presente publicación es producto de circunstancias muy especiales en la vida de la autora, por ello, en estas páginas asistimos a su cruda verdad emocional, pero también somos testigos de su compromiso con los más débiles, las víctimas a las que los medios de comunicación comenzaron a prestar atención tras la crisis migratoria del 2014, en la que miles de niños cruzaban solos y desafiando toda clase de peligros la frontera entre México y Estados Unidos.

En este sentido, Los niños perdidos es un documento de denuncia que transita en el ensayo, pero también es un crisol narrativo que descansa en el respiro de la crónica. Si una marca en alto relieve exhibe la escritura de Luiselli, esta es precisamente el diálogo entre registros, sin que se resientan en sus encuentros, convirtiéndolos en una sola fuerza que refulge en su invisibilidad.

En el prólogo, el reconocido periodista Jon Lee Anderson señala que las cuarenta preguntas (aplicada a los niños en la migra) con las que Luiselli conduce su proyecto, no solo generan “respuestas, sino más preguntas”. No nos sorprende, puesto que este aparato discursivo nos pone en el tapete no solo su tópico principal, sino también el contexto personal que atravesaba Luiselli al momento de conocer la situación de los niños que cruzaban la frontera. De esta tensión, el lector participa del nervio del rizo sensorial que signa la escritura de la autora, nervio que nos permite constatar la dimensión moral de la publicación.

Publicación de Sexto Piso.

Si Los niños perdidos se hubiese encausado en la pureza del ensayo, estaríamos ante un proyecto muy distinto, quizá ante uno relacionado con la frialdad sociológica o antropológica. En su premeditada bastardía textual hallamos la conexión anímica con los dramas que sufren los niños, muchos de los cuales provienen de Centro América y que una vez en México no dudan subirse a los techos de La Bestia, tal y como se conoce a la línea de tren de mercancía que recorre este país de sur a norte. En este trayecto muchas cosas ocurren con sus viajeros informales, pero son los niños los que se llevan la peor parte, no solo del lado mexicano, sino también en suelo estadounidense, en esa especie de cárcel al paso conocida como La hielera.

Luiselli fue testigo de excepción de los engorrosos trámites legales que debían pasar los niños si pretendían quedarse en suelo americano. Por aquel entonces, Luiselli y su sobrina trabajaban como intérpretes en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York. La mexicana cuida su narración, no permite que esta se contamine de la jerigonza legal, le basta y le sobra con transmitirnos los miedos de los niños, de igual manera con el arduo trabajo que tiene llevar a cabo para que estos hablen y así pueda traducir sus testimonios a los jueces que ven sus casos.

No nos equivocamos:

Los niños perdidos es una lectura obligatoria para todo aquel comprometido con el bienestar del niño, pero es también un artefacto discursivo que en su brevedad es una irrefutable prueba de la evidente riqueza expresiva de la no ficción.

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Tags: los niños perdidosvaleria luiselli
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