No cesa de fluir la atención crítica sobre la obra de Julio Ramón Ribeyro. Aquí comento dos libros recientemente aparecidos.
En Humos de ironía: la novelística de Julio Ramón Ribeyro (Lima: Revuelta, 2020), producto de su tesis doctoral, Giancarla Di Laura examina Crónica de San Gabriel (1960), Los geniecillos dominicales (1965) y Cambio de guardia (1976) desde tres formas de la ironía (dramática, del sino y metafísica) y a partir de tres niveles retóricos (propositivo, casuístico y dialógico).
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El trabajo de Di Laura, al abordar las novelas en conjunto y aplicar creativamente sofisticados marcos teóricos sobre la ironía, destaca dentro de la crítica ribeyrariana por ser el primero de su tipo, abriendo puertas para el campo.

En Ribeyro. Testimonios, ensayos académicos y artículos periodísticos (Alicante: Cuadernos de América sin Nombre, 2020), editado por Max Palacios, el dossier de textos ensayísticos está enmarcado por las miradas de Eva Valero Juan (autora a su vez del prólogo) y del propio Palacios, quienes analizan personajes que “salen de su mudez para poner en cuestionamiento el mundo” (73), “victoriosos” y con “cierto éxito” (151), respectivamente.

Luego, Ana Gallego Cuiñas comenta las Cartas a Luchting (1960-1993) (2016); Jorge Valenzuela Garcés revisa las Prosas apátridas (completas) (2009), en particular la número 55; Galia Ospina Villalba estudia el cuento “Silvio en el rosedal”; Ángel Esteban reflexiona la “simbiosis entre la realidad y la ficción” (117); Juan Manuel Chávez plantea que “lo literario radica en la mirada” (125); Belén Vila revisa “Surf”, “un relato de despedida, escrito meses antes de morir” (129); Jorge Coaguila documenta los entretelones en torno a la aparición de Los gallinazos sin plumas (1955); y, por último, se rescata un artículo de Mario Vargas Llosa publicado en Expreso en 1966 sobre Los geniecillos dominicales.
En suma, ambos libros constituyen valiosos aportes para el conocimiento del que todos reconocen como nuestro mejor cuentista.