No hay que quemar cerebro: la aparición de Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina e Historia de un deicidio —publicaciones de Penguin Random House— deviene en un acontecimiento literario mundial, por la sencilla razón de que reúne a dos voces narrativas mayores del siglo XX: los premios Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. El primero, publicado en 1968, y el segundo en 1971, son un testimonio de la admiración que compartieron sus autores durante una etapa —la consolidación del boom latinoamericano— en la que el mundo cultural tenía los ojos puestos en ellos hasta que un puñete del peruano al colombiano en 1976 no solo quebró una amistad, sino que dio pie a un largo hiato de estos dos libros, que leídos ayer y hoy no dejan de proyectar un aura magisterial que estimula a los creadores y lectores a ingresar a los circuitos inacabables de la novela.
Hasta la fecha, tanto Dos soledades (la presente edición cuenta con un magnífico álbum fotográfico de CARETAS) y en especial el ensayo Historia de un deicidio, tenían ediciones dirigidas a especialistas y público reducido —a saber, Petroperú (2013) y Galaxia Gutenberg (2006)—; además, la leyenda literaria se había apoderado de ellos.
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Para tener ideas claras de este suceso, CARETAS recoge las declaraciones de dos devotos de las poéticas de Vargas Llosa y García Márquez: el experimentado, reconocido y polémico escritor español Juan Jesús Armas Marcelo y el reseñadísimo joven autor peruano J. J. Maldonado.

Armas Marcelo no duda en aseverar sobre Historia de un deicidio que “estamos hablando de dos clásicos del siglo XX, dos amigos escritores que dejaron de ser amigos en un momento determinados por razones que sí me parece que son extra literarias. Razones personales y de diferencias en el tratamiento de la propia amistad”. También habría que señalar que esta publicación entierra no pocos trascendidos. “Me parece bien que se interprete como un carpetazo definitivo al chismerío de la chusma intelectual y política”.

Por su parte, para Maldonado esta reaparición de Historia de un deicidio le suscita “nostalgia por aquellas lecturas de formación que se tiene cuando uno está muy chico. Y esta evocación no solo apunta al mismo acto de leer, sino también a la forma en cómo se accedió a esas lecturas y a esos libros. Historia de un deicidio era un libro descatalogado y si se quería dar con él había que zambullirse en las librerías de viejo y buscar hasta el cansancio para –en el puro milagro– encontrar un ejemplar usado que costaba una barbaridad”.
Y sobre el aura mítica de la publicación: “De ahí que acceder a este libro se volvió para muchos en sinónimo de cierta experiencia vital, ya que se recurría a diversas tretas para hacerse con él: desde el regateo más descarado hasta el simple robo. Y claro, una vez en tus manos, el libro tomaba dimensiones míticas, no solo por su exclusividad, sino también por el hecho de quiénes eran sus protagonistas. Leer a Vargas Llosa ensayando sobre García Márquez era casi como escuchar a Muhammad Ali describiendo la técnica de combate de Joe Frazier. Así de extraordinario”.
En cuanto a Dos soledades, el español indica que “lo que más me gusta es la complicidad y la profundidad amistosa que emana del propio texto publicado. Dos grandes escritores de novela dialogando como lo que eran, íntimos entre ellos, cómplices con la literatura que escribían y leían. En fin, un festín intelectual inolvidable”.

Esta impresión es compartida por Maldonado: “Estamos ante dos jóvenes amigos que están enfermos, henchidos, viciosos de literatura. Nada más parece importarles. Y se llevan tan bien que todo fluye sin impostaciones. Casi como una suerte de Bouvard y Pécuchet en su etapa de locura literaria. Recuerdo claramente cómo Vargas Llosa en un momento dado se pone a hablar sobre libros de caballería y García Márquez, batiéndolo un poco, le dice que seguramente lo quiere convertir en seguidor de Tirante el Blanco, aunque él sea fan del Amadís de Gaula. No se reproducen las risas en el libro, pero los lectores los escuchamos y los vemos reír de su private joke. Hay mucha inteligencia en esa charla, y por eso mismo, mucho humor. García Márquez era un encantador. Tanto así que al final termina entrevistando él a Vargas Llosa. Todos deberíamos leer esa conversación. Es muy divertida”.
Armas Marcelo recuerda los pormenores de la primera salida Historia de un deicidio. “Una gran satisfacción intelectual. Un ensayo de semejante envergadura no debe dejarse al albur del tiempo, o del olvido, sino publicarlos de vez en cuando, sobre todo porque no se encuentra en librerías. Tengo la primera edición, firmada por Mario. Yo estaba en el despacho de Carlos Barral, en la calle Balmes de Barcelona, cuando llegaron los primeros ejemplares de imprenta de esa edición de 20 mil ejemplares, y me llevé una copia que leí esa misma noche entusiasmado con el texto.

El autor español subraya lo que debe importar en la literatura y lo que su amigo Vargas Llosa proyecta: “Puedo no estar de acuerdo con ciertas ideas y apoyos políticos de Mario en determinadas circunstancias. No tengo su ideología ni sigo su línea política, yo no soy liberal, soy socialdemócrata, pero estoy seguro de que es un hombre sensato y honrado, un escritor que por encima de todo es un extraordinario personaje, un hombre decente fuera de toda duda. Sí, creo que la literatura transforma el mundo para él, y así lo debe creer él también. La pasión con la que sigue hablando de literatura a sus 85 años me lo hace creer así, que la literatura es para él lo mejor que se ha inventado”.
Y desde la distancia generacional, Maldonado sobre la epifanía que vienen generando este par de títulos: “Al parecer la restricción de estos libros se debió más a cuestiones extraliterarias y de índole privada. Incluso tengo entendido que García Márquez se enojó la primera vez que se enteró de la existencia de la transcripción de su diálogo con Vargas Llosa en la UNI, puesto que nunca le pidieron su autorización. Sin embargo, más allá de todo eso, como carácter literario, son libros que si bien no estuvieron circulando por años, siempre se los tuvo muy presentes. Al menos míticamente. Casi como esos ansiados apócrifos del Nuevo Testamento para los hermeneutas. Que reediten ambos libros es una total celebración. Sus futuros lectores lo agradecerán”.