El rescate de Diario de mi sentimiento (1937/Revuelta Editores, 2020) de Alberto Hidalgo (Arequipa, 1897 – Buenos Aires, 1967) es todo un acontecimiento. Es la obra mayor del autor arequipeño, conocido por ser uno de los autores más corrosivos y lenguaraces del idioma español del siglo XX. Para tener una idea de su figura hoy, habría que pensar en el colombiano Fernando Vallejo, con la “pequeña” diferencia de que el peruano exploró con hechicera luz en casi todos los géneros literarios.
El recordado periodista de CARETAS César Lévano llegó a decir de Hidalgo que “es uno de los más grandes de la poesía peruana y el panfletario más quemante que haya nacido al pie del Misti”. Razón no le faltaba. A saber, este pincelazo/picotazo sobre el dictador Sánchez Cerro: “Es el esfínter por donde se evacua la estupidez de los secretarios. Por eso es chato, cursi, adocenado, digresivo, soporífero, ecoico, diluente, huero, ripioso…”.
A Hidalgo se le admiraba pero también lo odiaban, y no solo literariamente. Tras treinta años fuera del país (periplo temporal en el que entabló amistad con muchos autores, entre los se encuentran plumas de la talla de Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro, con los que realizó la legendaria antología Índice de la nueva poesía americana de 1926), regresó a Perú en 1960. El 23 de marzo de ese año es invitado a dar una conferencia en la Casona de la Universidad San Marcos. Estudiantes y escritores estaban a la expectativa de lo que diría aquella suerte de rockstar, sin embargo, es agredido por una banda de búfalos apristas a razón de sus escritos sobre el APRA y su fundador Víctor Raúl Haya de la Torre, a quien conoció. Este hecho obligó a que Hidalgo escape por la azotea del centro universitario.

¿Qué sensación suscita Diario de mi sentimiento en estos tiempos? ¿Acaso mantiene la frescura de cuando se publicó en 1937? La lectura actual del libro confirma su vigencia. Hidalgo es pensamiento desordenado y a la vez mágico, proyecta una personalidad que depende únicamente de su confianza anímica y del talento privilegiado de los que se sabía poseedor. Pero hay más: estructuralmente, Diario de mi sentimiento, en sintonía con la bendita plasticidad del género, es fruto de un mestizaje de registros que no dependen de la trama, mucho menos de la linealidad. Es decir, su aliento es más fresco y honesto que muchos proyectos de hoy que hacen uso de la narración híbrida y que aparecen a cuenta del dictado de la tramposa moda editorial que los vende como las nuevas manifestaciones narrativas del siglo XXI sin importar la cobardía discursiva, la cual se pretende diluir en el cobijo de la estructura. Leer hoy a Hidalgo es leer a un adelantado. Como sujeto esclavo de un ego justificadamente colosal, de estar vivo no dudaría en exigir honra y pleitesía de sus hijos y entenados literarios.
El escritor español Juan Bonilla acierta en el prólogo de esta edición: “Tengo a éste como uno de los libros más hondos —y a la vez más divertidos— de la literatura en nuestra lengua”. No puedo no estar de acuerdo con esta impresión. Lees Diario de mi sentimiento y no solo sientes que el tiempo invertido en su lectura valió la pena, sino también experimentas una conmoción interna, la que tras un breve análisis deviene en revelación, en desahuevamiento inmediato: no hay mayor privilegio que decir lo que en verdad piensas.