El estreno de Dune a cargo del director canadiense Denis Villeneuve es un acontecimiento para los amantes del cine. Esta película viene precedida de muchas expectativas, puesto que la adaptación de la homónima novela de Frank Herbert, a cuenta del legendario David Lynch, no suscitó en su estreno de 1984 el entusiasmo que prometía. Y vaya que prometía, ya sea por su historia, elenco y locaciones. Además, también hubo otro intento de adaptación de la novela a mediados de los 70, aquella vez mediante Alejandro Jodorowsky. Sobre esa experiencia del director chileno, en 2013 se presentó el documental Jodorowsky’s Dune de Frank Pavich.
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Si había una película que merecía una nueva oportunidad, esa era Dune.
Pero, ¿quién es su director?, ¿qué películas recomendar de aquel que para muchos es uno de los mejores directores del mundo en actividad y que aún no es —vaya contradicción de estos tiempos— conocido por el gran público?
Lo cierto es que Villeneuve ha sabido transitar entre el éxito comercial y el valor crítico. Por ejemplo, tengamos en cuenta sus últimos proyectos, como Blade Runner 2049 (2017), Arrival (2016) y Sicario (2015), películas con nervio emocional y estructura lógica, nada aburridas por demás, es decir, entretenimiento de la más alta calidad.
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Sin embargo, el canadiense tiene otros trabajos que deberían conocerse y que están a disposición del público en el circuito local de películas.
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En 2013 estrenó Prisoners, sin duda su película más comercial, la que vendría a ser su puerta de entrada a las masas cinemeras.
Para este proyecto, Villeneuve ofrece es un muestrario de sensibilidades heridas y dañadas en situaciones límite, tal y como lo podemos ver en Keller Dover (Huck Jackman), quien no duda en torturar a un discapacitado mental, Alex Jones (Paul Dano), por considerarlo sospechoso de la desaparición de su hija. Lo mismo podríamos decir del detective David Loki (Jake Gyllenhaal), encargado de encontrar a la hija de Dover y a la otra niña secuestrada.
A medida que se desarrolla la historia, intuimos que Loki guarda un secreto. Loki que actúa con cierta tardanza, especulando más de la cuenta cada acto a tomar, por eso sus acciones generan manifestaciones incómodas en el espectador de turno. Ya sea por el gesto y la mirada intuimos que Loki es un hombre en constante dominio de sí mismo, como si en el cumplimiento de su misión no quisiera repetir errores garrafales cometidos a lo largo de su carrera, además, es solitario, no sabemos si lo han abandonado o si carga con una muerte que le es difícil superar. Estos rasgos de los personajes hacen de Prisoners una película distinta, que para nada se ajusta a los criterios que demanda el cine de mero entretenimiento.
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Ese mismo año, Villeneuve pasa de la linealidad de Prisoners a la sinuosidad mágica y sensual de Enemy.
Para esta ocasión, Villeneuve vuelve a contar con Gyllenhaal, quien desempeña un doble rol: como Adam Bell, un rutinario profesor de historia; y Anthony St. Claire, un actor de reparto.
En una soporífera noche frente a la pantalla de su portátil, Adam ve una película en la que uno de los actores capta su atención. Le es difícil creer que haya otra persona que se le parezca tanto y no demora en investigar todo lo posible del actor Anthony St. Claire. El primigenio interés muta en obsesión, prácticamente ve cada una de las películas en las que participa su doble y no demora en obsesionarse con su rutina, al punto que llega a tener una fijación con Helen (Sarah Gadon), su mujer embarazada. Anthony, cuando se da cuenta de que hay otra persona muy parecida a él y que ha establecido un contacto con su mujer, decide buscar a Adam. A diferencia del profesor, Anthony es más abierto a experiencias nuevas y como es de los que no se hacen problemas, le propone un intercambio de roles. El actor será por un tiempo el marido de la esposa de Adam, Mary (excelente Mélanie Laurent).
Podríamos pensar que Adam y Anthony obedecen a personalidades distintas, pero no. Ambos comparten un hastío por la vida, están rubricados por la frustración, solo que Anthony es de los que buscan fugas paralelas a la realidad. No es gratuito que la película empiece con un espectáculo sexual en donde vemos la presencia de tarántulas, un claro anuncio sobre la naturaleza del proyecto: más sensual que intelectivo.
En directores como Villeneuve nada queda al azar, todo adquiere un significado, por más crípticas que sean sus huellas. Si entendemos o no Enemy, es lo de menos. Además, Villeneuve se permite tributos, como el guiño a David Lynch mediante la madre de Adam, interpretada por Isabella Rossellini (no spoiler).
Pero esto no es todo, el canadiense es toda una caja de sorpresas. Si lo que vas leyendo hasta el momento ha captado tu atención, creo que deberías prepararte para lo mejor de Villenueve: Incendies (2010).
Incendies te zarandea. Incendies te coge de la cabeza para estrellarla contra la pared.
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Hasta el más curtido de los cinéfilos termina siendo la nada absoluta con esta película que nos genera dolor, pero también reconciliación.
No hay que perder el tiempo pensando si esta película mereció o no ganar el Oscar a Mejor Película Extranjera en 2011. Tampoco si se respeta o no el aliento de la homónima obra teatral de Wajdi Mouawad que la inspira. Pero lo que sí puedo decir es que estamos ante una de esas películas que muestran un hechizo, una magia que nos transforma.
Ahora tenemos la narración de una búsqueda que parte de un secreto familiar, que en su desarrollo adquiere el barniz de secreto inconfesable.
Los hermanos Jeanne (Mélissa Desormeaux-Poulin) y Simon (Maxim Gaudette) escuchan la lectura del testamento de su madre fallecida Nawal Marwan (Lubna Azabal).
Antes de morir, Nawal deja establecidas ciertas condiciones en cuanto a su entierro. Por ejemplo, no quiere epitafio alguno y desea ser colocada desnuda y bocabajo en el ataúd, a menos que los hijos cumplan la misión de entregar un par de cartas: una al hijo perdido de esta y la otra al padre de sus hijos. Los hermanos Jeanne y Simon poco o casi nada saben de la existencia de estas personas.
Buscar al hermano perdido y al padre es hurgar en la historia de la madre. Y para tal propósito, primero Jeanne, y luego Simon, parte a Medio Oriente.
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Como buen creador, Villeneuve cuenta la búsqueda de los hermanos —la cual es también un muestrario de los horrores y secuelas de la guerra— sin caer en la toma de posición (alegato), error motivado por la superioridad moral y que ha resentido el resultado final de muchas películas de excelentes directores, por cierto.
En Incendies no hay espacio ni tiempo para los buenos y malos, solo para el entendimiento. Nos enfrentamos a un trabajo cuyo desarrollo fue pensado al milímetro, incluso cada lágrima derramada está consignada en el guion. No había otra estrategia: Incendies necesitaba de un balance agresivo y el director lo consigue.
Villeneuve se luce.
Villenueve demuestra que proviene de una escuela que respeta la tradición de la narración clásica del cine. Asume el cine partiendo de un principio básico: contar, recrear, incomodar, conmover.
Más de uno creyó que Villeneuve repetiría la fórmula en lo que haría después.
Sin embargo, para bien de todos, no fue así. Villeneuve es un abanico que explora y experimenta porque conoce la tradición del género en que transita, porque como la conoce se da el gusto de ir contra ella en pos de una honestidad creativa y personal que define la mirada cinematográfica que lo convierte a la fecha en un director imprescindible. Veamos: en una década ha estrenado seis películas y todas de visión obligada. Hay razones para creer que Dune esta vez será lo que esperamos/deseamos que sea.