Con su plata y sus joyas, la élite blanca salió al exilio, despavorida por la situación política.
Por si acaso, no es lo que pasa ahora. Es uno de los episodios recogidos en Lima: Historia y Ciudadanía- Bicentenario de la Independencia del Perú, libro escrito por el historiador Juan Luis Orrego y editado por la municipalidad capitalina.
Según este recuento, la élite apoyó a José de San Martín porque el virrey abandonó Lima y el Ejército Libertador podía garantizar el orden social. “Además, vieron que don José no era muy radical, que iba a respetar los títulos de Castilla y mostraba su preferencia por una forma monárquica de gobierno”.

Esa Lima más pendiente de lo que ocurría en España y en la que según Alexander von Humboldt se respiraba el patriotismo “más apagado” de las otrora colonias españolas ostentaba la concentración de “la aristocracia más numerosa del Nuevo Mundo”. La corona concedió 411 títulos nobiliarios, de lejos el mayor número entre las colonias.
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Pero la política represiva de Bernardo Monteagudo —jacobino argentino que fue la mano derecha de San Martín— y la llegada del antimonárquico Simón Bolívar terminaron con la emigración de unas 10 mil personas, incluidas familias enteras, y el refugio en el Real Felipe de los que no pudieron salir, “donde la mayoría murió de hambre o por enfermedades producto del hacinamiento, como los Torre Tagle”.

Para hacerse de una idea del impacto, antes de la estampida aristocrática vivían en Lima “según el criterio de los colores, 18000 blancos o españoles (peninsulares y criollos), unos 13 mil negros (en su mayoría esclavos) y 10000 castas o gente de color libre (aquí se ubicaban los mestizos). Los llamados indios vivían en su reducción, conocida como El Cercado, en los Barrios Altos”.
El gran formato del libro invoca la actualidad desde dos perspectivas.
Una es la más evidente, la de una conmemoración histórica precedida, como lo subraya el alcalde Jorge Muñoz en su introducción, por los hitos de la independencia, cincuentenario, centenario y los 150 años de vida republicana.

Pero la otra perspectiva es la que describe un complejo devenir histórico en marcado contraste con la sociedad colonial que, según el discurso del presidente Pedro Castillo, nunca terminó.
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Ciertamente, Orrego alude a la Lima cortesana de hace 200 años, “dividida, organizada e incluso enfrentada por motivos de casta (color de piel), estamento (privilegios) y, poco a poco, también por criterios de clase (ingreso económico), a menudo mezclados los tres, y con distinto peso según las circunstancias”.

Pero esa temprana extinción aristócrata marcó un antes y después en la sociedad que vio en su reemplazo el asenso de los primeros caudillos militares como Agustín Gamarra, Andrés Santa Cruz y Ramón Castilla, todos cholos nacidos en provincias.
Orrego también anota que “el grupo más dinámico estaba entre las castas o gente de color libre, verdadero laboratorio de todas las mezclas posibles… Podían ser artesanos, pequeños comerciantes o vendedores ambulantes, funcionarios de menor rango, oficiales en los ejércitos libertadores o dedicarse a la vida espiritual”.

Los matrimonios entre mestizos, indios y mulatos fueron muy extendidos desde un principio. “Lima, pues, no era esa ciudad inmóvil donde cada color tenía su lugar, como podríamos suponer”. Incluso la migración andina ya se producía en cantidades significativas desde la sierra de Huarochirí, Canta o Yauyos.
Décadas después de la extinción de esa primera aristocracia, emergió una nueva clase dirigente a partir de la burguesía criolla que ganó fortuna con el guano. Palma inmortalizó la presentación en sociedad de la élite recompuesta en el sarao ofrecido por Victoria Tristán, esposa del presidente José Rufino Echenique. “Mientras las señoras descendientes de la antigua aristocracia colonial portaron joyas de plata, las nuevas ricas de la plutocracia guanera las eclipsaron con sus alhajas engarzadas en oro traídas desde París por los joyeros franceses instalados en Lima”, escribe Orrego. De allí se sellaron las alianzas conyugales entre “las rancias familias empobrecidas tras la independencia y los nuevos clanes… Varios de los nuevos matrimonios se realizaron dejando de lado miedos racistas y prejuicios de clase”.

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La hecatombe de la Guerra del Pacífico volvió a diezmar ese privilegio, luego reemplazado por la oligarquía del centenario. A partir del gobierno de Piérola se inició la recuperación económica, “con la reinserción del país en el mercado mundial y el ingreso de la inversión foránea. La llegada de inmigrantes europeos y de mano de obra asiática, esta vez japonesa, fue también decisiva en este impulso”.
Ese grupo endogámico que, sin embargo, “era una élite que se dejaba ver, compartía su estilo de vida con el resto de los limeños y dictaba las tendencias del momento”, vio reducido su poder con la irrupción de los nuevos ricos vinculados a los negocios del leguiísmo y la especulación inmobiliaria.

Al mismo tiempo, una pequeña pero significativa clase media se comenzó a diferenciar de los estratos más bajos y las labores manuales vía el trabajo profesional colocado en una economía más especializada y los estamentos del Estado. De allí nace la mesocracia limeña, que tiene una cara de la moneda en la figura del arribista “huachafo” y la otra en su variante ilustrada, que parió desde las aulas de San Marcos, principalmente, a “la clase pensante, reformista, que se imaginó un Perú más mestizo e integrado”.
Un proceso histórico que sigue adelante y que, a pesar de taras, brechas y grandes desigualdades, enfrenta el riesgo de la extrema simplificación.