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El Cuento de las Mil Palabras | Cuarta mención honrosa: “Culpable”

Autor: Yuri Rodríguez Vásquez

jueves 23 de diciembre del 2021
en Cultura
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El Cuento de las Mil Palabras | Cuarta mención honrosa: “Culpable”

Yuri Rodríguez Vásquez.

Seudónimo: Perecedero

Desde que Emiliano dejó el pueblo, diez años atrás, muchas cosas habían cambiado. Lo notó apenas llegó en la mañana, junto con la fanfarria de la campaña política. Ahora, tras un día agitado, luego de un mitin exitoso y a pocos días del triunfo final de don Lucas, la noche le traía una alegría más: el reencuentro con Carmen. Le iba a decir lo radiante, lo hermosa que estaba, pero el celular empezó a vibrar en su bolsillo. Vio el nombre que le indicaba la pantalla y contestó. Pocos segundos, tras colgar, su mirada quedó clavada en el suelo. “Disculpa, es algo del trabajo. Tengo que irme”, dijo entre apenado y molesto. Carmen suspiró: “Si no te demoras mucho, me llamas pues”.

Minutos después, ya estaba en el hotel. Su jefe le abrió la puerta de la habitación y lo hizo entrar.  Emiliano vio sobre la cama un cuerpo inmóvil y desnudo de una joven cuya edad no pudo calcular. Se acercó hasta ella y notó que la sangre aún brotaba de su nariz. “La cagué. Mucha coca”, sentenció don Lucas, de pie junto a la puerta.

Emiliano se detuvo a pensar unos segundos. Hacía tiempo que había desalojado al ser moral y ético que habitaba en él. Había hecho ya muchas traperías, muchas jugadas sucias para lograr poner a don Lucas donde estaba: a un paso de la alcaldía. Pero, sin duda, una muerte, aunque accidental, era otra cosa. ¿Valdría la pena ser cómplice? ¿Decirle adiós a los privilegios de los próximos años? De pronto, como saliendo de un trance, cogió una maleta grande que estaba en un rincón. Sacó de su interior los polos estampados con el rostro de don Lucas y luego, con cuidado, metió el cuerpo y la ropa desperdigada por la habitación.

Con las manos aferradas al volante, Emiliano llegó hasta las afueras del pueblo y enrumbó por la carretera. Tomó luego una vía apenas afirmada y avanzó hasta detenerse frente a unos matorrales secos. Bajó del auto, sacó la pala y luego de dar un par de pasos, empezó a cavar. La luz de la luna atravesaba a duras penas el cielo nublado. Aun así, dejaron ver a Emiliano sacando la maleta del auto y arrastrándola hasta dejarla caer en el hoyo. Mientras la iba enterrando, la sangre parecía ir acumulándose en sus oídos, retumbando, como enormes mazazos.

A la mañana siguiente, tras intentar inútilmente de dormir, Emiliano salió de su habitación con la cabeza baja y arrastrando los pies. En las afueras del hotel, encontró un grupo de simpatizantes que despediría a su jefe. El resto de los muchachos del equipo ya estaban repartiendo polos estampados y la banda de músicos ya empezaba a tocar. Pero en verdad eso ya no parecía importarle. Estaba callado y pensativo. Por ratos, los fogonazos de la noche anterior lo laceraban. ¿En verdad podría vivir con eso?

Entonces, despacio, Emiliano dio media vuelta y volvió al hotel. Estuvo varios minutos ahí pensando, de pie, frente a la habitación de don Lucas. Cuando se animó a tocar la puerta, emergió la figura de su jefe. “Don Lucas, me voy”, dijo ante el rostro atónito de su jefe. Este le pidió que entre al cuarto. Emiliano no se movió.         

– ¿Es por lo de anoche? ¿Algo salió mal?

– No, don Lucas. No es eso. Son cosas mías.

– Pero no seas cojudo, no falta nada para las elecciones y tú vas a ser mi mano derecha.

– Lo siento. Terminamos el evento aquí, coordino con el equipo y luego desaparezco.

– Carajo, Emiliano, no seas huevón. Mira, yo te entiendo. Lo que pasó fue terrible. ¿Cómo crees que me siento? Pero no podemos hacer nada.

Emiliano lo miró fijo. Don Lucas le dio entonces una palmada en el hombro. Mientras tanto, la música de la banda y el rumor de la gente llegaban hasta ellos.

– Hagamos algo, Emiliano. Terminamos con la despedida del pueblo, seguimos la ruta y en el camino conversamos. Si después te quieres ir, ya es cosa tuya.  

– Está bien -dijo casi en voz baja.

De regreso al frontis del hotel, Emiliano observó cómo seguían llegando los simpatizantes. Más allá vio a un grupo de policías que caminaban directo hacia él. Recordó el auto, la carretera, la maleta, la pala, ¿habría fallado en algo? ¿Alguien lo habría visto? Los latidos volvieron a subírsele a la cabeza y su visión pareció hacerse borrosa. “Estamos vigilando, cualquier cosa nos avisa”, dijo uno de los uniformados. Emiliano agradeció y un gran alivio le recorrió el cuerpo, tanto que tuvo que resistir la tentación de dejarse caer en el suelo.

Tratando de no pensar más, recordó a Carmen. Quiso al menos despedirse y, alejándose un par de metros del barullo, llamó a su celular. La voz desde el otro lado del auricular se le hizo en un comienzo ininteligible, hasta que supo desenredar las palabras. Carmen estaba muy preocupada por su hermana menor. Toda su familia, ella misma, estaban buscándola. Sin que él se lo pidiera, ella empezó a darle sus señas particulares. Él enmudeció. Con cada pequeña descripción se le iba recomponiendo la imagen del cuerpo que trataba de olvidar. Es la Rosita, le dijo la voz temblorosa por el celular, ¿te acuerdas de ella? Entonces, Emiliano la recordó: Rosita. Aquella niñita que hace años revoloteaba alrededor de él cuando iba a ver a Carmen. Aquella misma mujercita a la que le había contado cuentos y enseñado trucos de magia. Carmen le pidió que la ayude, que quizá haya visto a su hermanita. Él dijo que no, que lo sentía, que tenía que cortar.

Emiliano apretó los ojos con fuerza y sus sienes le hincaron. Presionó los puños y tuvo la sensación de que todo giraba a su alrededor. Muy cerca de él, empezaron los gritos y lo vítores: Don Lucas, el futuro alcalde provincial, acababa de presentarse, feliz, radiante, con los brazos levantados, haciendo la “V” de victoria.

Tags: Concurso del Cuento de las Mil PalabrasMención HonrosaYuri Rodríguez Vásquez
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